Está el Hollywood de Brangelina, adoptando niños y luchando por buenas causas, el de la alfombra roja y su glamour, el del paseo de la fama cuando no estaba lleno de vagabundos, y el de los mapas de las estrellas, el de la ilusión, donde puedes encontrar a tus ídolos campando en su habitat natural y hacerte selfies con ellos, como si estuvieses de safari. Y está el Hollywood que nos quiere contar David Cronenberg, tan exhibicionistamente exagerado como genuino, tan increíble como probable. Es el Hollywood de los tríos y los cuartetos, de las fiestas con piscina, de las limusinas, de las compras de lujo, de los papeles soñados, el Hollywood en el que pagando puedes comprar una conciencia tranquila… un Hollywood, en definitiva en el que todo sonaría estupendamente de no ser porque están todos rematadamente jodidos de la cabeza, es el Hollywood en el que niños de nueve años ganan en una hora más de lo que podremos amasar en toda nuestra vida y se gastan la mitad en drogas y la mitad en rehabilitarse (la mitad de lo que les dejan sus padres en la cuenta); el Hollywood en el que las actrices se alegran de la muerte de los hijos de las mejores amigas porque así conseguirán un papel que necesitan como terapia; el Hollywood en el que tus padres son hermanos, y se conocieron en sitios mucho peores que Chinatown; el Hollywood en el que tu madre abusaba de ti y en el que te follas al novio de tu asistenta para ejercitar el autoengaño, en pos de una juventud marchita hace ya demasiado. El Hollywood en el que ves fantasmas, en el que matas, o lo intentas, a quien te estorba, el de las pirómanas esquizofrénicas, el de las familias en las que lo único que importa es el dinero. El Hollywood en el que John Cusack da grima.