Anomalisa, de Duke Johnson y Charlie Kaufman

Por aire, mar o tierra; en el teatro, en el cine o con estas marionetas de Anomalisa (íd.; Duke Johnson y Charlie Kaufman, 2015) Charlie Kaufman vive consagrado a un único propósito: sumergirse en el alma humana, si es que existe tal cosa. Y si no existe él la busca de todas formas. Miedos, anhelos dudas. La insoportable levedad del ser, o su insoportable estupidez, el caso es meter el bisturí dentro de esa materia gris espongiforme que, en teoría, nos hace diferentes, especiales.

Anomalisa vale su precio en metal dorado de Oscar sólo por la exquisita y minuciosa artesanía del stop motion y de unos títeres deliberadamente creados a imagen y semejanza de autómatas, aunque expresivos hasta el asombro, para reflejar el bloqueo emocional de este Michael Stone, afortunado en el trabajo, desafortunado en todo lo demás. Deprimido o aburrido de vivir encerrado en el día de la marmota, la interpretación es libre pero el mensaje no varía significativamente. Uno tarda en caer en la cuenta de la uniformidad que rodea a Michael, mismas caras, mismas voces, y eso que otorga a Anomalisa su monto inquietante sin alejarla de un núcleo eminentemente dramático, eminentemente realista. Porque, por encima de todo, esta es la obra de Kaufman que más toca con los pies en el suelo, muy alejada de su lisergia habitual.

anomalisa

Kaufman es el artista contracorriente. Fantasía y disociación para los actores de carne y hueso, para Olvídate de mí (Eternal Sunshine of the Spotless Mind; Michel Gondry, 2004), Adaptation (íd.; Spike Jonze, 2002), muñecos y homenaje a Jan Svankmajer para la sensación existencialista de la temporada. Así es Charlie, el último mohicano, el último valiente.

¿Debe conformarse Anomalisa con competir en la categoría de Mejor Película de Animación? ¿Por qué no Mejor Película, a secas? Hablando de diseccionar almas, la escapada al guiñol del ladrón de orquídeas gasta mucho más de eso, de alma, de cinematografía pensada y repensada, que el 99% de la taquilla. Pero igual de humano que Michael Stone es nuestro vicio por colgar etiquetas. ¿Animación? ¿Realismo distópico? Dejémoslo en CINE. Con mayúsculas.