Del límite y del hombre
Tras la siguiente aseveración del psiquiatra Caligari —« ¡Ahora averiguaré si es verdad que se puede obligar a un sonámbulo a cometer acciones que jamás consumaría estando despierto, de las que abominaría »— se intuye la sombra que padece el llamado científico-loco: la vanidad y la falta de escrúpulos cuando se interpone su ambición científica.
Desde la posición de la Filosofía de la Ciencia se ha debatido si debe existir un límite ético en el avance científico, pues la ciencia debe estar al servicio de los hombres y no al revés. Así, Eugenio Trías estudió esta idea del límite y del hombre al expresar lo difuminada que está esta línea y lo fácil que es sobrepasarla tanto a nivel metafísico, como físico o psíquico. Pero no sólo la filosofía se ha encargado de analizar y valorar las demarcaciones morales de la ciencia, también la historia de la literatura fantástica y de ciencia ficción ha metaforizado los peligros que conlleva sobrepasarlas: en Frankenstein se analizan los peligros de traspasar el límite humano de la creación, en Fausto la finitud de la vida humana y en El retrato de Dorian Grey la eterna juventud. El Dr. Caligari, como el Dr. Jeckyll y el Dr. Mabuse, sobrepasan el límite de la ética científica asociado al tema del doble. Pero, si bien en la obra de Stevenson el Dr. Jeckyll se oculta bajo la doble personalidad de Hyde para expresar sus más bajos instintos, tanto el Dr. Mabuse como el Dr. Caligari utilizan a otros para acometer sus intereses, como se hará más tarde en Saw (donde el asesino mata a través de sus víctimas, que a la vez son verdugos). Se muestra, pues, el doble en todas sus vertientes: la oposición entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, la normalidad y la anormalidad, el orden y el caos, la razón y la locura; y como esos dos polos aparentemente opuestos están más cerca de lo que creemos, separados por un linde cada vez más difuso.
A través de su decorado cubista creado totalmente en estudio —que se debió en un principio a una confusión, pero que al final le confirió un espectro de distorsión al relato que nos facilita sumergirnos más aún en su ambiente de paranoia, exageración, abstracción y ambigüedad tan propias del expresionismo—, su juego de sombras (heredero del teatro de Reinhardt), y la sobreactuación que denotan sus protagonistas (que exageran el ambiente tétrico en el que se desarrolla), se percibe el significado oculto de esta obra maestra del expresionismo. Así, el historiador Kracauer proclamó, en De Caligari a Hitler. Una historia psicológica del cine alemán (1947), que «Caligari representa la autoridad ilimitada que viola los derechos humanos por satisfacer su ansia de dominación», es decir, estamos ante un alegato alegórico contra el autoritarismo alemán de entreguerras.
Robert Wiene hizo, por tanto, uso de la estética del expresionismo para mostrar una sensación claustrofóbica al revelar los miedos humanos frente a la autoridad (y la pérdida de la individualidad que ésta conlleva), y el efecto que el abuso de la ciencia puede acarrear en los seres humanos. Porque, si bien cierto afán es necesario para conseguir objetivos, no es menos cierto que debemos poner un tope a nuestra ambición (sea del tipo que sea), y que ésta, de difícil delimitación, colinda con la propia razón y moral humana.