De pisto y microondas
Se hace difícil no faltar al Segundo Mandamiento a la hora de hablar de una película como la que nos ocupa, especialmente complicando si atendemos a su naturaleza blasfema y alegremente politeísta. Pero tan fácil sería caer en la tentación como innecesario y redundante. Las citas ya están presentes en la propia obra, evidenciadas desde su mismo proceso de gestación. Es uno de los signos de identidad de las producciones pergeñadas por Luc Besson, suerte de Dino de Laurentiis posmoderno, cibernético y con olor a fritanga. Nada que objetar, siempre que el resultado sea un producto mínimamente entretenido. MS1. Máxima seguridad consigue serlo. Un poco a lo Julio Salinas, eso sí, la pelota acaba entrando.
El mayor problema que presenta el debut del tándem James Mather/Stephen St. Leger es su aparente y esporádico distanciamiento del festival de acción que originalmente debería ser. Parece que los responsables del asunto no se atrevan a despojar a la historia de toda paja argumental e intentan dotarla de cierta (risible) complejidad que agrava su otro visible miedo: que la película dure menos de hora y media. Y es que uno ha de tomar partido por jugar en serio a la serie B o pretender dar el pego en época de avatares, películas río y dípticos sin sentido (más allá del pecuniario). Si dispones de cuatro perras para hacer tu película, lo mejor es lanzarse con alegría, y conocimiento, hacia la primera opción.
El otro handicap que entorpece el funcionamiento óptimo de la función es el torpísimo intento de parir un carismático personaje para la posteridad. Guy Pearce cumple con cierta solvencia en el pellejo de tipo duro pero la socarronería con la que se intenta dotar a Snow (ejem, ejem) hace aguas por culpa de unos diálogos sin la supuesta gracia que ni siquiera el actor parece encontrarles. Por no hablar de lo lamentablemente subrayado que está su carácter, a un cortísimo paso de colgarle del cuello un neón que rece: “Badass”.
Así pues, ¿qué queda de efectivo en MS1. Máxima seguridad? Lo suficiente si nos acogemos a ese fin inicial de disfrutar de un pasatiempo de acción. La película tiene el ritmo adecuado y las justas secuencias de acción para superar esas inanes pretensiones de enriquecer la trama de las que hablaba más arriba, un par de villanos lo suficientemente inquietantes y, gracias a su ambientación espacial y su bajo presupuesto, un ligero aire a producción New World (en versión digital) y cierto espíritu de historieta de Metal Hurlant (o más bien de Zona 84, aunque les pille más lejos). Si bien, no discutiré que es una escasa oferta para tiempos de sesiones a casi 10 euros y rescates más jodidos en la vida real que el planteado en la película.