La soledad y el desnudo
Dime con quién andas y te diré quién eres, reza el refranero español. Aunque muchos de ellos renieguen de la consideración grupal que la crítica americana les colgó, lo cierto es que buena parte de los integrantes del llamado cine mumblecore está lejos de desmarcarse de lo que les ha dado entidad como conjunto. Lynn Shelton, sin ir más lejos, repite en El amigo de mi hermana (Your Sister’s Sister) con un actor, Mark Duplass, que es también (junto a su hermano Jay) responsable de algunas de las películas que conformaron el movimiento (The Puffy Chair, Baghead o la más conocida Cyrus); Mark Duplass actuó también para Joe Swanberg en Hannah Takes the Stairs, donde coincidió como actor con el también director mumblecore Andrew Bujalski (Funny Ha Ha, Mutual Appreciation, Beeswax). Solo Aaron Katz, el más destacado del grupo, se ha ganado a pulso la distinción, pues todos los anteriormente citados trabajan con unas condiciones muy similares y comparten rostros y equipo.
Actores semiprofesionales, diálogos que buscan ser naturales y a menudo abiertos a la improvisación, cámara digital y en mano, presupuestos más bien ajustados, producciones familiares/universitarias, y una retahíla temática que gira alrededor de los conflictos personales de sus jóvenes protagonistas…, el mumblecore americano, pese a su semiprofesionalización, sigue la línea evolutiva lógica sin olvidar sus orígenes, como demuestra Lynn Shelton con El amigo de mi hermana. En ella, Shelton vuelve a confiar el peso de la película en unos personajes con vínculos muy estrechos (como ya hizo con la pareja de amigos de Humpday) para hacer pivotar sobre sus relaciones toda la película. De esta manera, entramos en un universo íntimo y personal, a la vez que tierno y emocionalmente duro; un mundo al que Shelton se acerca con mucha ternura, pues tiene frente a sí a criaturas vulnerables y solitarias: Jack perdió a su hermano hace un año y aún no ha superado su muerte; Iris, la exnovia del finado, lidia con el conflicto que le genera haberse enamorado del hermano de su expareja muerta; Hannah, la hermana de Iris, acaba de romper con su novia y quiere ser madre soltera… Tres personas con fuertes vínculos de unión y con algunos secretos a salvaguardar los unos de los otros.
El lugar en el que los tres personajes coinciden (una cabaña familiar situada en una isla) es indicio de la importancia que en la película tienen la soledad, el espacio individual y la autoreflexión. Todos han ido allí para hacer frente al caos de sus vidas, para buscar un lugar de calma en el que poder ir a su ritmo y no tener que seguir el del mundo, por eso Shelton trabaja de manera minuciosa para ofrecer independencia total a sus personajes, hasta el punto de negarles la posibilidad de compartir planos hasta que no se sientan preparados para ello. Así pues, solo en los momentos de más intimidad (confesiones entre hermanas, instantes de complicidad entre amigos o la intimación entre dos desconocidos) veremos a los personajes los unos junto a los otros; sin embargo, dejando de lado esos pequeños momentos de apertura emocional, Shelton se preocupa por violentar el metraje con constantes planos/contraplanos que facilitan que sus personajes crezcan en sus respectivas burbujas espaciales (space bubbles). Lo realmente relevante para la directora es que sus protagonistas lleguen a superar sus conflictos personales por sí mismos, y para ello les pone todas las facilidades: les acompaña en la maduración emocional que implica solucionar sus problemas y les permite incluso salir del plano corriendo cuando, por solicitud de alguno de los otros, dos de los personajes coinciden en imagen. Para Shelton, compartir con los demás es algo que requiere haber trabajado mucho la estabilidad emocional propia; solo cuando uno ha dejado sus problemas en orden, puede tratar al otro como merece.
Ya en Humpday, el lugar (en aquel caso, una habitación de hotel) era indispensable para el correcto desarrollo de la naturalidad de los personajes de Shelton. En aquella, dos amigos que llevaban tiempo sin verse, decidían acostarse juntos para confirmar su heterosexualidad, una idea que pone en jaque su relación y genera divertidas situaciones entre ambos. La directora, que no se separa de sus personajes, nos permite observar a través de un agujerito al ser humano en estado puro, en esos momentos en que se cuestiona sobre sí mismo y sobre aquellos que forman parte de su vida. Por esta razón, el mumblecore es el perfecto caldo de cultivo para una filmografía como la suya, que busca el naturalismo y la honestidad en unos personajes sencillos, cercanos y únicos. Quizás Shelton haya refinado sus diálogos y su estética para El amigo de mi hermana, un proyecto en el que ha contado con actrices profesionales y una estructura más narrativa que en sus anteriores películas, pero su manera de aproximarse al material (que, de nuevo, guioniza ella misma) sigue manteniendo el espíritu que la dio a conocer. Su objetivo, al final, es desentrañar las extrañas maneras que tenemos de ocultar nuestros sentimientos y todo aquello que nos convierte en nosotros. Por esta misma razón se nos antoja interesante su incursión en Mad Men, pues quién mejor que Shelton para desnudar, de una vez por todas, a Don Draper y compañía.