William Blake en Caixaforum

Es sorprendente el modo en que actúa la ¿libre? asociación de ideas en el imaginario visual. Uno colecciona en su memoria miles de imágenes que un buen día comienzan a relacionarse entre sí revelando conexiones de lo más estimulantes. Unas veces es la ciencia la que tira del hilo de Ariadna: un artículo, un ensayo o una conferencia nos descubren el sentido del vínculo. Y otras interviene no se sabe muy bien qué mecanismo mágico, y simplemente sucede.

Ciencia y magia me asaltaron visitando la exposición que CaixaForum dedica a William Blake hasta el próximo 21 de octubre y que recoge más de 80 obras del artista inglés. De repente, La noche de la alegría de Enitharmon (1795) y la serie de acuarelas que representan escenas bíblicas trajeron a mi mente los temas y la estética de Prometheus (Ridley Scott, 2012), que viene a ser lo mismo que pensar en el fascinante universo creativo de H.R. Giger (Coira, Suiza, 1940). Casi dos siglos median entre ambas figuras, pero los lazos están ahí, silentes, mecidos en brazos de los acantilados del tiempo y el espacio. En las tonalidades grises y azules, en los fondos abstractos, en los paisajes oníricos habitados por dioses, monstruos, bestias y hombres, en la obsesión por desarrollar una mitología propia, en la reivindicación del arte como ejercicio radicalmente libre y visionario, en la sensación de que algo extraño y fabuloso, ultrarreal, sucede ante nuestros ojos. Del mismo modo que en el film de Scott las pinturas rupestres indican el camino al planeta de los Ingenieros, Blake imaginó y plasmó un panteón de imágenes simbólicas cuyo eco resuena en las fantasías biomecánicas de Giger.

Esta asociación especular entre Blake, Giger y Scott trasciende los límites de la anécdota cuando pensamos en el corpus del artista inglés como suma o repositorio de numerosas y variadas influencias. ¿Cómo no hallar puentes entre estos tres visionarios si el propio Blake es un cruce de caminos artísticos? Admirador del arte gótico y seguidor confeso de Miguel Ángel, Rafael y Durero, Blake dibuja a la manera del genio florentino, con trazos gruesos y firmes que dan vida a figuras colosales que adoptan gestos y posturas retorcidas, en escorzo, como a punto de liberar fuerzas galvánicas. Como el Ingeniero que en el prólogo de Prometheus se precipita al lecho de la cascada, roto y convulsionado, presa de horribles estertores.

Apreciamos esta influencia en cada una de las secciones de la exposición, desde sus primeros dibujos y grabados hasta sus acuarelas y pinturas al óleo y al temple. Merece la pena detenerse en las ya mencionadas escenas de la Biblia, las ilustraciones para obras de Shakespeare, el Libro de Job, La Divina Comedia y El paraíso perdido o sus llamados libros proféticos, un conjunto de extensos poemas iluminados que abordan la actualidad de su tiempo desde una perspectiva crítica y simbólica. Un ejemplo: en el frontispicio de Visiones de las hijas de Albión (1793) dibujó tres personajes encadenados entre sí, amarrados a las rocas de Inglaterra, presos de un código social moral arbitrario y represivo cuya expresión pictórica remite a la condena de Sísifo.

Librepensador, enemigo de la esclavitud, partidario de la libertad sexual y la igualdad racial y crítico con las estrictas normas sociales, morales y religiosas de su época, Blake fue en vida un artista controvertido y apestado, un maldito irreductible que vivió al margen de las convenciones de su tiempo, pagando por ello el peaje del olvido y la incomprensión. Sobrevivió gracias al apoyo de su amigo y mecenas Thomas Butts, un modesto funcionario que le conseguía los encargos necesarios para mantener cierta solvencia económica y así poder desarrollar libremente sus ideas.

A este respecto, tanta o más importancia que su obra pictórica tiene su producción literaria, que aún hoy sorprende por su audacia y atrevimiento. Contemplar sus imágenes mientras uno repasa algunos de sus poemas o sus demoledores Proverbios del infierno añade a la experiencia estética una dimensión mística que carga de significado —real o imaginario— cada escena. Pruébese a ver Satán en su gloria original (1805) recordando que “es preferible el Mal activo que el Bien pasivo” o la serie dedicada a La Divina Comedia teniendo en mente que “si las puertas de la percepción se purificasen, todo se le aparecería al hombre como es, infinito”.

Infinito como el espacio sin luz que surca la nave Prometheus, infinito como los gritos de terror que provocan los alienígenas concebidos por Giger, infinito como el camino que une a dioses y hombres, creadores y criaturas, semillas y árboles, desde la oscuridad de una remota cueva hasta los confines del universo. Infinito como el abismo que abre sus fauces ante las preguntas fundamentales. ¿Quiénes somos y por qué estamos aquí? Quizá nada más que origen y fin en la misma sustancia; ángeles expulsados del paraíso.