Contrarreloj

Los churros, qué gran invento

Crisis, el tiempo de los emprendedores. Nicolas Cage reincide con la entrega trimestral que le permite pagar deudas y mantener las rodillas operativas. En los EE.UU. Nico’s Pizza lleva un tiempo sirviendo también a domicilio, aquí sus trabajos siguen llegando religiosamente a las salas de cine. Repetimos, los caminos de la distribución española son inescrutables. El destajista Cage trabaja con tanta promiscuidad y tesón que algún día se cascará un peliculón que las ramas del pitorreo no dejarán ver. Traerá porras. Nic es Nic y yo soy su profeta. De momento nos conformaremos con su habitual dosis de diversión, por fin algo más desatada que en sus últimas incursiones. Es justo reconocer que la recompensa que ofrece el arte nicolasiano sería más adecuada para épocas pretéritas, donde el programa doble tenía lugar o las entradas de cine no eran estacas en el corazón.

Se aprecia el esfuerzo de Cage por reverdecer laureles, repitiendo con directores que le han reportado algunos de sus mayores éxitos. Con Dominic Sena, realizador de la simplona pero efectiva 60 segundos (Gone in Sixty Seconds, 2000), se reunió en la hiperbólicamente vilipendiada En tiempo de brujas (Season of the Witch, 2011), sanote entretenimiento de sábado por la tarde. Ahora hace lo propio con Simon West, chico para todo que igual te suelta un tordo como un piano que se marca un más que digno remake de un clásico de Bronson. West regaló a Cage uno de sus mejores papeles en Con Air. Convictos en el aire (Con Air, 1997), definitivo canto de cisne del cine de acción de los 90 o cómo hacer de Michael Bay sin ser tan coñazo e inoperante. A West le está sentando bien el fichaje por Milennium/Nu Image, donde de momento ha firmado The Mechanic (2001), Los mercenarios 2 (Expendables 2, 2012) y el film que ahora nos ocupa.

Últimamente le está dando por correr al amigo Nic. En esta ocasión, en el pellejo de un ladrón de bancos, corre para salvar la vida de su hija, secuestrada por un psicopático colega que quiere recuperar su parte de un antiguo botín. Más allá de esa fina línea argumental nada tiene demasiado sentido en el desarrollo de la historia: el protagonista deberá conseguir un dinero del que no dispone, con la bofia en los talones, mientras se suceden situaciones absurdas y efectivas escenas de acción que hacen avanzar el asunto con buen ritmo. Cage en su salsa: Nueva Orleans again, Mardi Gras, Creedence Clearwater Revival, osos de peluche, diálogos en sueco y la broma asesina del clímax en un desierto parque de atracciones. Sus compañeros se contagian, con un desmelenado Josh Lucas haciendo el nicolascage, disfrazado de Kid Rock y Long John Silver, y Danny Huston jugando a ser Popeye Doyle. Aparecen también por ahí el siempre socorrido M.C. Gainey, con sus pintas de forzudo circense, y ese estupendo florero llamado Malin Akerman. Todos recitando unos diálogos memorables que incluyen metáforas con ardillas. Sólo faltaba Billy Bob Thornton. En otra ocasión será, no lo dudéis.