50 FICXixon. Conclusiones

Y llegamos, al fin, a la última compilación de nuestras experiencias cinematográficas en Gijón. Os habíamos prometido nuestro balance personal del Festival, y nos damos cuenta de que, aun tratando de abarcar todas las películas posibles —sin ignorar ninguna de las secciones presentes—, sería deshonesto por nuestra parte largar unas cuantas consideraciones generales sobre una totalidad de la que no hemos abarcado más del 20%. Así que nos centraremos, principalmente, en la Sección Oficial y AnimaFICX, categorías que cubrimos prácticamente por completo. De la primera de ellas lamentamos habernos encontrado únicamente con una gran película —About the Pink Sky, Premio del Principado de Asturias al Mejor Largometraje— entre un puñado de obras mediocres o de alcance limitado. Quienes temían la absorción por parte del FICX del Sundance más anquilosado encontrarán razones para justificar su preocupación. Entre los filmes a competición, cinco de ellos proceden directamente del histórico certamen de cine indie, pero otros tantos —Between Us o Gimme the Loot— respiran los mismos aires. El desértico paisaje lo llevaba a uno, en ocasiones, a dejarse guiar por espejismos o, en el peor de los casos, a aferrarse con fuerza a filmes únicamente aceptables.

Barbie (SOF) es la representante de otra faceta del cine de autor más estéril, síntoma de la coreanitis que afecta invariablemente a casi cualquier festival que crea en su propia seriedad. Un padre y su hija norteamericanos viajan desde los Estados Unidos a Corea del Sur para adoptar a una de las dos niñas de una familia coreana de bajos recursos. Barbie, la pequeña y encantadora yanqui, acaba congeniando estupendamente con la elegida, pero su progenitor, por alguna enigmática razón, no quiere que se encariñe de ella. Un cuento de muñecas rotas, corazones enfermos y sueños que envuelven pesadillas, cuya curiosa imaginería poética queda en poco más que nada a causa de la elementalidad de la lectura política propuesta. En la película de Lee Sang-woo se agolpan todos los tics temáticos y formales de una cinematografía agarrotada; así, el espectador asistirá a un desfile de collejas, gritos y sordideces calculadamente tragicómicas arrastradas por una  narración que reitera, una y otra vez, en las mismas cuatro o cinco ideas. Mucho mejores son, a mi parecer, los resultados de Hello I Must Be Going, que ha pasado prácticamente de puntillas por la Sección Oficial. Ajena a la molonería deadpan y a los referentes culturales de la última comedia romántica indie, Todd Louiso se decanta por una radiografía escasamente complaciente de una moderna familia de clase media alta, acercándose a la angustia existencial de una joven recién divorciada que debe combatir problemas mucho más concretos y dolorosos que —por ejemplo— los tiovivos emocionales de la niñata que interpretaba Melanie Laurent en Beginners (Mike Mills, 2010). Casi nadando a contracorriente, Hello I Must Be Going dice un buen puñado de cosas acerca de la tensión entre lo que creemos ser, lo que somos y lo que quieren que seamos; y las dice, además, muy bien. Tampoco carece de interés, pese a su débil estructura, Inheritance, último de los filmes presentados a competición y primer largometraje realizado por la aplaudida actriz Hiam Abbass. Mientras la guerra entre Israel y el Líbano siembra la inseguridad y el pánico en el entorno social de los numerosos miembros de una familia palestina, los personajes han de encarar una serie de dificultades personales de muy variada índole, pero bajo los que subyace una problemática común: la colisión entre tradición y modernidad, lo viejo y lo nuevo, colectividad e individuo, Oriente Medio y Europa. El carácter fronterizo de una cineasta claramente europeizada hace particularmente estimulante su mirada sobre los conflictos culturales retratados, como si buscara aproximarse a sus propios orígenes y se topara con una forma de entender la vida que ya dista mucho de la suya. Así pues, condensa su itinerario cultural en el de la joven Hajar, que regresa a su patria tras estudiar varios años en Londres y enamorada de un inglés, para espanto de sus padres. No obstante, el tejido dramático de Inheritance se desgarra a causa de sus pretensiones narrativas: el intento casi desesperado de expresar tanto en tan poco tiempo y a través de tan numerosas voces acaba jugando en contra de la contundencia del discurso.

La calidad general de las películas proyectadas para la nueva sección AnimaFICX, en cambio, es mucho mayor de lo que hemos podido ver entre el resto de la programación. Incluso los trabajos más flojos —Pinocchio o Un monstruo en París— entran dentro del margen de lo digerible. Durante las últimas jornadas pasamos un rato agradable con la simpática Ronal El Bárbaro, producción danesa que parodia las aventuras del célebre cimmerio creado por Robert E. Howard. El humor engañosamente adulto del que hacen gala muchas de las producciones de Dreamworks encuentra aquí una nueva dimensión en las abundantes palabrotas, las referencias sexuales explícitas y la brutalidad de los gags. Un gamberrismo que, en su explícita violencia sobre los cuerpos, conecta ciertamente con la Nueva Comedia Americana. Uno de los filmes más robustos, imaginativos y, en fin, inabarcables con los que nos hemos encontrado es Le Tableau (AnimaFICX), la obra maestra de Jean-Francois Laguionie, cineasta veterano y fundamental injustamente relegado a un segundo plano en el mundo de la animación contemporánea. La imaginación en erupción del director hace de esta ensoñación audiovisual una experiencia inagotable en lo sensorial e inabarcable en cuanto a las lecturas que posibilita. Cuatro personajes escapan del cuadro que habitaban y descubren un mundo más allá de su pictórica cotidianeidad; su búsqueda en pos del ser que los pintó adquiere profundas connotaciones sociopolíticas, metafísicas e incluso creativas.

Concluimos esta crónica con dos trabajos —uno portugués, otro brasileño— pertenecientes a la sección Rellumes,  dedicada a la programación de proyectos de espíritu aparentemente transgresor y renovador. El primero de ellos, Viagem a Portugal, es un notable drama inmigratorio cuya fuerza expresiva reside en su arquitectura formal. Y es que, a través de la utilización del blanco y negro, de los mecanismos de visibilización del montaje o de la reproducción de los diálogos y las situaciones —rodando una misma secuencia desde distintas angulaciones—, Sérgio Tréfaut incide en el carácter de recreación artificial —aunque no por ello menos verdadera— que tiene el drama representado. Pero la película que más nos ha impresionado a lo largo de estos días —junto a The Loneliest Planet y About the Pink Sky— es Neighbouring Sounds, primer trabajo de ficción de Kleber Mendonça Filho. Lo que consigue el director con este extraño artefacto dividido en tres segmentos es un relato impregnado de onirismo cuyo carácter alucinado emana, sorprendentemente, de un acercamiento de corte costumbrista a la vida cotidiana en un vecindario de la ciudad brasileña de Recife. Mendonça plantea un estudio sociopolítico hermanado directamente con el Caché de Michael Haneke. Pero lo que hace inolvidable esta insólita experiencia fílmica es su paulatino adentramiento en una suerte de trance narrativo, su progresivo abandono de los resortes del naturalismo y la incorporación de una retórica más ligada con la del surrealismo. Por su misteriosa organicidad se resiste a la metodología clínica de la crítica académica, como si su director, antaño escritor cinematográfico, entendiera —a la manera de Andrei Tarkovski— que las películas más hermosas son aquellas que remueven al espectador sin que este sea capaz de vislumbrar los recursos que lo han llevado a dicho estado anímico.