El próximo 1 de febrero La Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España concederá el Goya de Honor a Jesús Franco.En la siguiente entrevista, realizada el 4 de junio de 2008, el cineasta ofrece una visión panorámica y muy personal sobre el oficio de hacer cine. Recuperamos, asimismo, dos textos complementarios sobre el realizador madrileñ
El anarquista del cine español
Sobre el cine de género
—El cine, o es de género, o es una mierda. Todos los años, en los festivales finos como Cannes o Venecia, los intelectuales más profundos, los doctos, deciden cuáles han sido las 12 mejores películas de la historia del cine. Los muy gilipollas no se dan cuenta de que al menos siete de ellas pertenecen a aquello tan despreciable para ellos como el cine de género. Siempre habrá una película de John Ford, otra de Murnau, ejemplos de cine fantástico, etc.
—¿Y el resto? Películas de los hermanos Taviani y de otros eunucos mentales (perdón por la palabra mental), que lo que hacen es aburrirte hasta que caes dormido en la sala. En el fondo de su corazón, a quien ama el cine le gusta más El doctor mabuse o El hundimiento de la casa Usher que esas películas de “compañeros y pajarillos” que hacen los intelectualoides (ya quisieran ser intelectuales de verdad).
—¿Quién denosta al cine de género? Aquellos que no saben hacerlo y dicen “voy a hacer una película profunda”. Yo me pregunto a quién trascienden estas películas, quién las comprende o a quién le interesan. No creo que el cine sea para unos elegidos por la élite intelectual. El cine es para todos, para el gran público, para los chavales que se gastan el dinero en ver una película. Lo demás me parecen zarandajas, no me lo creo.
—En definitiva el cine, al igual que el comic y cualquier expresión pseudo-artística pop, está entrando en un periodo maravilloso de comprensión por parte de la gente joven y sin complejos. Uno de los dramas que siempre ha tenido el cine es el sentimiento de culpabilidad que tenían sus autores por no ser demasiado profundos o suficiemente inteligentes, pero la realidad demuestra que lo más maravilloso del mundo, y no voy a citar el ejemplo de Indiana Jones porque ya cuatro partes son demasiadas, es el mundo del cine pop, del cine de aventuras, del cine de género.
El cine digital se cargó a la estrella del celuloide
—El celuloide lo único que hace es atrasar y encarecer la producción. Si tú ruedas en digital, con alta definición, tu imagen y tu sonido son por lo menos igual de buenos que la mejor película en 35 milímetros, pero cuesta diez veces menos. Por supuesto que al capital y al los poderosos les interesaría prolongar la vida del celuloide, pero caer en eso es de gilipollas. Si sabes algo de este oficio y comparas la copia digital con la de 35 milímetros, es mejor la digital. ¿Por qué habría de rodar yo en un formato peor?
—Hay algunos románticos que dicen que el cine digital “carece de la textura de antaño” e incluso ruedan en alta definición y luego estropean la imagen para que parezca cine de 35 milímetros. Si resulta que con el digital puedes tener una imagen más transparente, con más foco y más perfecta y puedes dominar mucho mejor la luz con la que trabajas, ¿lo vas a joder luego tú solo? Es mi idea y la de cualquier técnico que piense con un poco de lógica.
El cine español no es libre
—El cine español se toma demasiado en serio, que es una de las peores cosas que se pueden hacer en la vida. La industria está atravesando en uno de sus peores momentos, y mira que ha tenido unos cuantos, porque se está volviendo dictatorial. El cine español se va acercando al de la españa franquista porque cada vez hay menos libertad y aquellos que sean contrarios a los predicamentos del régimen de turno tienen menos posibilidades, algo que me parece lamentable. Si no hay libertad ni hay cine ni hay nada.
—Cuando hice de ayudante de Berlanga en Los jueves, milagro, un día, desesperado por las cabronadas de la censura, me confesó: “Jesús, desengañate, para hacer buen cine hacen falta sólo dos cosas, una cámara y una libertad”. La libertad existe teóricamente, pero resulta que no se pueden hacer películas libremente. Hace falta que cuenten con una subvención, que tengan la ayuda de una determinada Comunidad Autónoma o recurran a las prebendas de turno. Entonces, y aunque ellos no lo quieran así, deja de ser una industria para convertirse en un mero panfleto.
—He realizado más de 200 películas, y me puedo jactar de que no he tenido ayuda alguna del Estado en ninguna de ellas que haya dirigido. Sí que tenido en alguna en la que figuré de productor asociado, no como autor. La falta de libertad del cine español, mediatizado por el sistema, me parece pésima.
—A pesar de todo lo que podamos decir del sistema americano, hay que reconocerles que hacen películas con su propio dinero,no con el del gobernador de Minnesota. Allí se organizan convenciones a las que acuden posibles inversores a los que se le explica el proyecto cinematográfico. Me parece un sistema mucho más honesto que tener que escuchar que te digan: “Tienes que incluir a este actor, que tiene mucha fuerza”. ¡No me jodas! Me niego a llevar a ese actor por principios, aunque me guste más que ninguno. Es horroroso pensar que haces lo que te obligan a hacer, pero es que, en general, ya no se hace cine para el público. Se hace para acumular prestigio o para pasearte por festivales.
El cine ha muerto, pero no recen por el finado
—Estamos en un momento histórico en el que asistimos a la muerte del cine. Será sustituido por otras formas, porque siempre estará presente el mundo de la imagen , pero contemplaremos las películas de otra manera. El cine, tal y como lo conocemos, está muerto. Elementos como la sala de proyección, las cortinas que se abren, las luces que se apagan o la fanfarria de turno están muertos, pero no pasa nada, no hacen falta ya para nada.
—Si puedes ver una película cojonuda en tu casa con una pantalla enorme y un sonido maravilloso y además tienes la facultad de poder ver una secuencia preciosa hasta la extenuación, no estás yendo en contra de tus principios o del cine, sino que estás intentando prolongar la vida de esas imágenes que se te escapan.
Ya nos han contado esta película
—Llegué a la conclusión hace bastante tiempo gracias a Jean Luc Godard, que me parece uno de los mayores talentos de la historia, que uno de los problemas del cine tiene que ver con aquello que se cuenta. El cine, en general, está sujeto a narraciones del siglo XIX. Mientras que el desarrollo de las historias y la manera de plantear estas se ha quedado desfasado, resulta que la literatura ha evolucionado mucho más en todo este tiempo.
—Este desfase es culpa de los productores, que en su mayoría no entienden un carajo de nada ni han leido más libros que el Marca. Cuando algo es un poco más profundo que el Marca ya no lo entieden, quieren que lo aclares y te piden unas precisiones que ya no existen en el mundo literario ni en el mundo del arte en general.
—El cine peca de antiguo y hay que renovarlo. ¿De qué puede tratar una película? De lo que tú quieras. De nada, por ejemplo. Eso lo ha probado Godard en su última obra, Nuestra música, que trata de la vida. Eso puede tener más valor desde un punto de vista plástico y narrativo que el ceñirse a unas historias coherentes y lógicas de hace dos siglos.
—Los productores quieran que pierdas el tiempo explicando porqué el protagonista de El proceso de Kafka actúa de la manera en que actúa o explicar quién es Josef K. Yo creo que hay que dejar libre albedrío al espectador para que interprete o profundice a su manera. Si existen esos impedimentos con trabajos tan clásicos, imagina lo que ocurre con obras más modernas.
El oficio de actuar
—Del hecho de no tomarme en serio viene, en parte, mi afición por los personajes estrafalarios, aunque en un principio no fue una decisión consciente. Me gusta hacer de retrasado mental y papeles similares. Me encantaría incluso hacerlos protagónicos, pero al tener que dirigir películas no encuentro el tiempo necesario. Hay quien compagina ambas tareas, pero en mi caso no me parece bien. Creo que hay que volcarse al cien por cien en una tarea y a mí siempre me ha parecido que era en la dirección donde yo podía llegar más lejos, no en términos de fama, sino de profundización en mi trabajo.
—Siempre me ha gustado mucho la interpretación. De chaval hacía de meritorios en teatros de Madrid, en esas compañías casposas que llevaban a escena obras de José de Echegaray. Se aprendía una barbaridad teniendo que interpretar en algunas ocasiones hasta tres papeles diferentes.
—Uno de esos días en que Orson Welles estaba lúcido, recuerdo que discutíamos sobre la felicidad que proporciona la interperación. Me reconoció que gozaba por igual interpretando al capitán Silver de la Isla del tesoro que dirigiendo Campanadas a medianoche. Eso me parece una muestra, por un lado, de honestidad, pero también de admiración absoluta por el oficio de intérprete.
Mirando el presente sin ira
—Intento hacer películas que ya no se hacen. En una de mis últimas películas no se dice ni una palabra. Tan sólo hay tres inscripciones. Una es del Cantar los Cantares de la Biblia, otra de Justine del Marqués de Sade y finalmente una mía. Es una película de larga duración. Uno ya no es esclavo de la longitud de la película. Como ya no hay cine, tampoco tienes que ceñirte a la dimensión académica de la hora y media.
—Ahora incluso puedes hacer una versión de Las uvas de la ira de Steinbeck y no pasa nada. Como la ves en casa, cuando te aburres apagas el reproductor y la ves cuando quieras. No creo que eso te aparte del mundo de los personajes. Al igual que no te puedes leer de un tirón Humillados y ofendidos, también puedes hacer los parones que te apetezcan en una obra audiovisual. Pienso que es muy gratificante y te hace sentirte muy feliz reencontrate con unos personajes a los que no abandonaste por una serie de razones. Hay quien todavía no se da cuenta de las ventajas que la nueva forma de ver cine proporciona, pero lo harán. La gente normal reacciona muy rápidamente.
A vueltas con los homenajes
—Lo más importante que me ha pasado en la vida ha sido el homenaje que me hizo la cinemateca francesa en junio y julio del año pasado. La gente que acudió a ver las películas que programaron en el ciclo es gente como nosotros, con espíritu joven, que ama el cine sin perderse en problemas mentales o morales. Sienten pasión por el cine.
—He podido tener plena libertad a lo largo de mi carrera, al margen de reconocimientos institucionales. En los últimos años del franquismo me ofrecían la vida para que me vendiera y entrara a formar parte de “la familia”. Siempre me negué en redondo. Llegué a espetarle a un Director General de Cine: “Qué jodío, ¿y la película la firmas tú o yo?”.
—Ni me quiero poner medallas ni considero que haya dejado una herencia. No me considero lo suficientemente importante. En estos casos suele pasar que al final de tu vida tratan de reconvertirte y te dan todo tipo de prebendas. Lo máximo que me puede pasar es lo que le ocurrió a Jorge Oteiza, al que en sus últimos años trataron de reconocerle y afirmó: “Tantos años pasándolas putas y ahora queréis darme premios”.