Ángeles caídos
I
Sexto largometraje de Terrence Malick. Primero que ubica en el presente. Su belleza extrema ha despertado por ello recelos. Dice mucho de lo que pensamos sobre nosotros mismos: Cualquier época es digna de ser recreada atendiendo a lo bello, salvo esta. Comprensible. Sabemos que a fecha de hoy la belleza no es más que una suma de signos desprovistos de significantes. Signos que, instrumentalizados vía láminas, camisetas, imágenes de Instagram y Tumblr, sirven ante todo al objetivo de procurar capital tangible e intangible. Signos que no apelan en definitiva a lo bello, sino a lo bonito. Y lo bonito es, «además de mortal, altamente degenerativo» (Vicente Verdú).
Pero Terrence Malick no parece tener Tumblr. No se prostituye en las redes sociales. No ha posado como maniquí de ropa interior en suplementos dominicales para vender To the Wonder. A Malick, se aprecia en sus películas y molesta, le es indiferente agradar o no. No cifra en ello su valía. Su obra se expresa con autarquía ofensiva: Pese a lo que dictaminan nuestra consciencia y nuestra caducidad, Malick afirma sin pestañear que el mundo es bello; y sus películas se empeñan en hacer tal idea realidad luchando contra su condición de artefactos conscientes y caducos.
II
De ese compromiso utópico con el mundo, de sus esfuerzos como artista por desvelar lo invisible a ojos de su propia individualidad contingente, se deriva una paradoja que también es misterio y es también belleza. La belleza verdadera, no trascendente sino inmanente, que deriva de la tensión entre nuestro existir y la conciencia de nuestro existir; es decir, el vivir.
En To the Wonder, manifiesta dicha tensión el contraste entre el deslizar agitado de la cámara y las voces en off con que se plasman los esfuerzos errantes y errados de Neil (Ben Affleck), Marina (Olga Kurylenko), Jane (Rachel McAdams) y el Padre Quintana (Javier Bardem) por hallar sentido al amor, por habitar las imágenes —como personajes de ficción y como figuras retóricas— de acuerdo con parámetros dramáticos que expliquen sus cuitas sentimentales y vitales; y un recurso al jump cut, el ejercicio documental de la ficción, los planos digresivos o contemplativos, los paisajes bañados por una luz primigenia, elipsis asombrosas, que dan al traste con lo anterior a favor de una epifanía audiovisual del simple existir; del momento desustanciado de tiempo en el que ya no hemos de pensar el amor porque el amor ha tomado posesión de nosotros; del instante sagrado, como concluye Marina, en que el amor nos ama.
III
«Cuéntanos una historia anterior a nuestra capacidad para recordar», se escuchaba en El árbol de la vida (The Tree of Life. 2011). ¿Contradice nuestra afirmación inicial de que To the Wonder se ambienta en el presente la que atañe a los intentos recurrentes de Malick por liberar lo real en sí de la dictadura ordenancista de lo narrativo? Su filmografía no elude el problema de su filiación con una cultura y con su propio devenir personal…
IV
Entre Malas tierras (Badlands. 1973) y El nuevo mundo (The New World. 2005), Malick ha forjado una Gran Novela Americana ambientada en la Dakota de 1958 y la Guadalcanal de 1943 y la Virginia de 1607 y la Texas de 1916 y 1956. Una Gran Novela Americana escrita no con tinta sino con fotogramas hilvanados como notas musicales. Por lo que su argumento arquetípico en torno a la pérdida de la Gracia y los ángeles caídos, ha propiciado motivos menos moralizantes que disonantes: La Historia no es otra cosa que una historia; un libreto que distorsiona, un metrónomo que constriñe, las armonías totalizadoras del universo: «Un ruiseñor se eleva y canta […] el canto es solo uno, siempre el mismo, y la rama cambia y cambia el ave, mas no la melodía» (Andrés Trapiello).
En El árbol de la vida, Malick pasaba a abordar de modo implícito su propio pasado. La muerte de su hermano Larry, las desavenencias entre sus padres. Y concluía que la oscuridad, el Mal, son fruto de la infelicidad; de nuestra incapacidad para sentir de manera tal que nuestra naturaleza y la Naturaleza alcancen un estado de Gracia, de comunión con lo existente.
V
To the Wonder ha sido definida como cara B de El árbol de la vida. En efecto: Malick se pregunta en ella si, una vez entendido que en el amor reside la única esperanza, nos es factible comprender que ese amor solo puede aspirar a ser caligrafía fugaz —eterna— sobre la piel y el agua; una danza definida por pasos que, lejos de responder a una coreografía preestablecida y determinista, van erigiendo un continuo de instantes irrepetibles.
Malick rememora de acuerdo con esa noción de la fugacidad sus años de estancia en Francia; ciertas relaciones sentimentales; su afán juvenil por indagar filosófica, programáticamente en el subsuelo de las apariencias. Neil, alter ego elíptico de Malick, posee un ejemplar de Ser y Tiempo, de Martin Heidegger; ascendiente intelectual del cineasta tan poderoso que hay quien ha interpretado la filmografía del segundo como glosa a lo escrito por el primero. Y, lejos de quedarse en el guiño, la presencia de Ser y Tiempo en To the Wonder rubrica que el camino hacia la maravilla que propugna la película es, en especial, el que auspicia el compromiso del propio director con «el ente así-como es», el valor de Malick para «dejar-ser al ente. Dejar ser no es sumisión ni indiferencia […] significa libertad para desvelar el ente como tal» (Martin Heidegger).
VI
Por fin, el interés de que To the Wonder se centre en el hoy: Si hay un tiempo que abunde en ángeles caídos, en forasteros en tierras extrañas, es el nuestro. Al silencio de Dios, que atormenta al Padre Quintana, hay que sumar el silencio del amante y hasta del demiurgo, que atormenta a Marina: «Estás en todas partes y aun así no puedo verte». Sin embargo, es la persistencia de Marina y Quintana, una persistencia libre a la postre de precisar respuestas, la que otorga grandeza a su amor. Como predica el religioso, «elegir es comprometerse contigo mismo, y comprometerte contigo mismo implica el riesgo de fallar».
Una actitud compartida por Malick con coherencia ejemplar. Lo que hace de To the Wonder un triple salto formal sin red, en tiempos que basculan entre la callada por respuesta, el cinismo y el miedo.
No lo olvidemos: A los ángeles caídos nunca les fueron arrebatadas sus alas.