Le premier homme

Recuerdos inacabados

A priori resulta singular que un director como Gianni Amelio haya adaptado a un autor como Albert Camus. Es una extrañeza diferente a la del acercamiento de Luchino Visconti hacia el escritor francés, cuando decidió adaptar en 1967 El extranjero (Lo straniero). Visconti, en la década de los sesenta, vivía del éxito de la adaptación de El Gatopardo (Il gattopardo, 1963). Dichos laureles, merecidos por otra parte, incitaron al director italiano a tratar de adaptar al cine novelas imposibles de filmar, y así se enfrascaría en 1967 en adaptar a Camus y más tarde puso sus ojos en Thomas Mann y su Muerte en Venecia (Morte a Venezia, 1971). Adaptar la letra de Camus resulta sencillo, pero adaptar la esencia del mismo es complicado. Esa mezcla de sinsentido vital y de incapacidad para la acción del señor Mersault fue vulgarmente mostrada por Visconti. Pienso que quizá había una imposibilidad cultural del director para comprender a Camus, a lo que habría que sumar el frustrante intento del director de estar a la moda en el final de los sesenta donde el zoom era la norma.

Gianni Amelio, director de Le premier homme, ha sido un director interesado por el presente, no tanto en su vertiente social sino más en lo que concierne a una reflexión desde el viejo continente que intente satisfacer inquietudes sobre los cambios económico-sociales que promueven cambios en las costumbres y conlleven cambios más profundos. Estaría más cerca de las inquietudes de Theo Angelopoulos que de las de Ken Loach. La escasa cercanía del director italiano hacia las adaptaciones literarias creo que han facilitado una huida de la fidelidad literaria en su conversión hacia las imágenes. Quizá por eso, haya apostado por filmar un libro de memorias inacabado, y gracias a esa ausencia de final, puede olvidar la letra y bucear en la filiación de ese personaje principal, Jacques Cormery (Jacques Gamblin), alter ego del mismo Albert Camus, con sus películas anteriores. Si rastreamos en la filmografía de Amelio, vemos que hay personajes que aceptarían sin rechistar la filosofía del absurdo que promulgó el escritor francés. Podemos así ver a Gino (Enrico LoVerso), cuando al final de Lamerica (1994) comprende a Fiore (Michele Placido), quien lleva cuarenta años en el limbo, y comparte con él ese estado de sinrazón que comparten con los espectadores que viven La estrella ausente (2006), cuando ven donde acaba la pieza defectuosa que con tanta buena voluntad Vincenzo Buonavolontà (Sergio Castellito), ha llevado desde Italia hasta su lugar de fabricación, China. Si Buonavolontà supiera lo que sabemos como espectadores viviría ese proceso que va de la razón a la sinrazón, a la incapacidad de encontrar el sentido a la realidad y enfrentarse a la insignificancia de la vida. Sería otro hijo postizo del absurdo.

Le premier homme es la obra póstuma de Camus. Fue encontrada en el coche en el que murió en 1960; no fue publicada hasta 1995, cuando la hija del escritor facilitó el manuscrito para que viera la luz. Es una obra que aparenta ser unas memorias, están escritas a través de un personaje ficticio —como si fuera en tercera persona, ese distanciamiento del escritor hacia sus recuerdos que remiten a la objetividad—, muestra unas pinceladas vitales, recrea unos recuerdos ordenados cronológicamente, junto a numerosas notas sobre lo que se debía de contar y no se pudo. Amelio se decide a realizar su adaptación obviando pasajes y visualizando algunas de esas notas inconclusas que recrean episodios de Jacques Cormery adulto. Son ideas, situaciones, bocetos que no llegaron a ser desarrollados, imaginando en un único tiempo los vaivenes de un chico y las consecuencias de éstos en un adulto.

Con todos estos mimbres, el resultado es desigual. Realiza una película indefinidamente inconclusa, en donde no hay sucesión de situaciones, no hay una evolución exterior de un personaje desde la infancia hacia el ser adulto, sino que toda la película gira sobre la idea de la introspección, de la evolución interna. Así son los diálogos de Jacques con los protagonistas en la vida de un niño argelino: la madre, la abuela, el profesor, un trío de personajes que marcaron la vida del autor, aunque su resolución en imágenes, esa especie de duetos con cada uno de ellos, pequen de simplismo cuando muestran a Jacques como un niño bienhablado, demasiado educado, con la palabra justa en cada momento. Son enfrentamientos que palidecen ante los mismos entre hijo y padre, padre y maestro, que plantearon los hermanos Taviani en Padre padrone (1977).

En Le premier homme sobrevuela la figura del padre ausente, que murió en 1914 a los 25 años, al poco de comenzar la Primera Guerra Mundial, escena con la que comienza la película, señalando ese deseo no logrado por Amelio de narrar, no una vida cualquiera, sino una vida política y un reflejo histórico. En cambio, la pelea que el niño Jacques tiene con un niño argelino, con el que se reencuentra de adulto, cuando  ya es un escritor consagrado, produce un momento de grave intensidad, al pedirle al insigne escritor salvar la vida de su hijo, condenado a muerte por independentista, en una Argelia combativa. El intento resultó baldío.

Francia es bonita pero no hay árabes

Dicha frase, que evoca una anciana madre de Jacques, marca la dificultad de Amelio de recrear un sentimiento, el de la nostalgia, que tan bien evocó Tarkovski, y fracasa en ese campo. La dispersión de la película al abrazar episodios diferentes y su simple agrupación bajo la relación causa efecto, siendo lo primero la vida infante y lo segundo la vida adulta, imposibilita recrear con profundidad esa lucha presente en la vida de Camus, como puede ser el abandono de su militancia en el Partido Comunista a finales de la década de los treinta y su acercamiento y comprensión del pueblo argelino que lo llevaría a apostar por la autonomía argelina, su abrazo al movimiento libertario y sus recelos hacia el existencialismo tan en boga en la Francia posterior ala Segunda Guerra Mundial.

El acierto más notable de la película, aún a riesgo de parecer infiel al autor, es el que asume Amelio al atreverse a desobedecer cualquier lógica cronológica para intentar politizar unas memorias que todavía no lo eran cuando estaban siendo escritas, aunque pudiera estar en la cabeza de Camus. Amelio enfrenta actos y acciones de la infancia con resultados del adulto, que quizá puedan resultar en algunos casos demasiado mecánicos. Ese intento de politización es el que une a ambos autores, al director de Lamerica y al escritor de El extranjero. Es un intento porque no consigue definir al individuo politizado, pero sí sus filiaciones con la tierra y las vivencias de la población argelina. En ese campo, Amelio se encuentra muy limitado y apenas esboza una época. Y los esbozos siempre huyen del detalle.