El efecto Marling
Salida de la nada, sin apenas recursos más allá de su talento como actriz y guionista y un cierto aire de superioridad aria sobre sus congéneres, Brit Marling se ha situado en un lugar privilegiado en el mapa del cine independiente norteamericano. Su entrada en escena no pudo ser más impactante: en el Festival de Sundance de 2011 Marling presentó, no una, sino dos películas, Otra Tierra (Another Earth, Mike Cahill, 2011) y Sound Of My Voice (Zal Batmanglij, 2011), en las que figuraba como coguionista y actriz principal. Por si fuera poco, en ambas late un estilo propio, una manera de ser y estar ante la cámara que va más allá del director de turno, aunque Cahill parece más adecuado que Batmanglij para dotar al “efecto Marling” de un aura todavía más singular. En aquellas dos películas y en The East (Zal Batmanglij, 2013), tercer escalón de su incipiente filmografía, ella es la presencia alrededor de la que gira todo lo demás, un brillante planeta que fagocita, voluntaria o involuntariamente, a todo aquel que se atreve a gravitar cerca de su perímetro.
En su evolución, por desgracia, parece haber ido perdiendo esa frescura inicial tan patente en el guión y desarrollo de Otra Tierra, vuelta de tuerca a la ciencia ficción más intimista, y se ve lastrada ahora por una ingenuidad manifiesta y un cierto estancamiento, en cuanto The East comparte estructura con Sound Of My Voice. En ambas, un personaje se infiltra en colectivos liderados por un cabecilla de tintes mesiánicos, para ir cayendo poco a poco bajo su hechizo y acabar compartiendo sus objetivos. Si en Sound of My Voice Marling se reservaba el papel de una supuesta viajera en el tiempo que construía lo más parecido a una secta alrededor de sus conocimientos sobre el futuro, en The East aborda el papel opuesto, el de una espía que se infiltra en un grupo anarquista para destruirlo y acaba compartiendo sus ideas y cayendo rendida a los encantos de su líder. Despojado de su atmósfera de thriller, bien construido pero mal resuelto, el esqueleto argumental de The East plantea la existencia de un grupo anarquista que aplica una Ley del Talión con un solo objetivo: que directivos de grandes corporaciones, culpables de crímenes medioambientales o contra la salud pública, sufran en sus propias carnes los perjuicios que ellos mismos han causado a víctimas inocentes. Un aparentemente legítimo ojo por ojo de un colectivo formado por individuos de aspecto zarrapastroso que, más tarde, se revelan como un puñado de antiguos niños pijos que planean sus acciones como venganzas personales.
Batmanglij sigue la senda de esa planificación pudorosa y algo impersonal, siempre a una cierta distancia de los personajes y con todos los molestos tics del cine independiente yanqui, que exhibía en Sound of My Voice. Sin embargo, hay que reconocerle una eficiente construcción dramática y un acertado montaje en la secuencia más destacada de la película, aquella en la que se hace más evidente el dilema moral de la protagonista. Se trata del golpe contra el presidente y los ejecutivos de una gran compañía farmacéutica, envenenados por The East con su propio antibiótico, de letales efectos secundarios y camuflado en copas de champán. El otro punto destacable de la película es la constante oposición, tanto a nivel de dirección artística como de fotografía, entre el mundo ordenado, pulcro y ostentosamente capitalista de Hiller Brood, la empresa de seguridad para la que trabaja Sarah Moss (Marling), y el decadente, sucio y destartalado aspecto de la guarida del grupo eco-terrorista. Lo que es una lástima es lo desaprovechados que están actores intérpretes tan solventes como Patricia Clarkson, Alexander Skarsgard, Toby Kebbell o Ellen Page, instalados en papeles de cartón piedra sin apenas profundidad.
En tiempos de galopantes injusticias, corrupción sin límites y obscenos abusos de poder se echaba en falta una película que cambiara las tornas y planteara la posible venganza de ese 99% de la población mundial que agacha la cabeza una y otra vez ante los que manejan el tinglado desde sus lujosos despachos y siguen inmunes a la desgracia ajena. Hablamos en términos de ficción, porque la realidad es tozuda y se resiste a ser modificada, por más que movimientos cívicos como Occupy, la Primavera árabe o el 15M hayan surgido de tanto descontento y frustración, y pretendan, de momento sin mucho éxito, cambiar el estatus quo actual. The East, tan oportunista como ingenua, aprovecha la coyuntura pero sin mojarse del todo, proponiendo una reflexión política que, por más pertinente que sea, no consigue nitidez ni enjundia alguna. La película, a pesar de mantener el interés, se tambalea en el tramo final, relegando la decisión de Sarah a una coda que es demasiado endeble e idealista comparada con lo que la ha precedido. Puede que Sound Of My Voice terminara con un frustrante giro final, pero funcionaba en su calculada ambigüedad. La conclusión es que a Marling le sobran talento y ambición, pero aquí parece haber dado lo que esperemos solo sea un paso en falso, y no el temprano declive de una carrera prometedora.