Cuando el arte también fracasa
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Las mejores sociedades, las más supuestamente desarrolladas, las más cívicas, las más impolutas, las que nunca aparecen en las páginas de sucesos, las que tienen un mayor PIB y las calles más limpias… esas también esconden monstruos dentro del armario y basura debajo de la alfombra. O al menos, esa parece ser la tesis mantenida por Ruben Östlund a lo largo de su breve pero contundente filmografía. Desencantado taxidermista del comportamiento de la sociedad sueca, Östlund nos ofrece con The Square su film más ambicioso hasta la fecha, una despiadada sátira ambientada en el mundo del arte y bastante empecinada en dejar en evidencia a la especie humana.
El protagonista absoluto de The Square es Christian, programador de un museo de arte contemporáneo que, ante todo, desea ser un buen ciudadano (signifique esto lo que signifique). Es por ello que da limosnas a los pobres, conduce un coche eléctrico, se hace cargo de sus hijas pequeñas e intenta sacar adelante proyectos como «The Square»: una obra de arte relacional que, al ser instalada frente al museo, estará destinada a promover entre los ciudadanos una reflexión acerca de las verdaderas consecuencias de sus actos.
«El cuadrado es un santuario de confianza y afecto, dentro de sus límites todos tenemos los mismos derechos y obligaciones.» Este es el lema que encabeza la nueva exposición que va a lanzar el museo y que estará presidida por un cuadrado de 4 x 4 metros ubicado en la plaza frente al edificio, un cuadrado cuyo perímetro estará rodeado por leds y en el que cualquier ser humano debería de poder sentirse a salvo. Un proyecto de talante humanista que defiende sin ambages la necesidad de confiar en nuestros semejantes y apoya la tesis rousseauniana de que el individuo es bueno por naturaleza y solo actúa mal cuando es forzado por la sociedad. Una obra que, a pesar de representar todos los valores que Christian defiende, necesitará del sensacionalismo y la polémica fácil para poder atraer al público y conseguir repercusión en prensa. Es por ello que los encargados de comunicación del museo harán lo que sea necesario para conseguir el mayor número posible de shares y likes en redes sociales, traspasando las fronteras de de la ética y contraviniendo al objetivo inicial de la obra. ¿Dónde están los límites de la expresión artística? ¿Es lícito colgar en youtube un vídeo de una niña pequeña que explota en pedazos, sea cual sea su finalidad? Esta pregunta se la hace un periodista a Christian en una rueda de prensa y también se la hace Ruben Östlund al espectador. A ese espectador que pasa gran parte de su tiempo observando con pasividad la violencia que se propaga por las redes sociales, normalizándola e incorporándola a su imaginario cotidiano. A ese espectador que ha aceptado sin ofrecer resistencia alguna la imposición del liberalismo económico y con su comportamiento contribuye a su expansión. A ese espectador que tal vez todavía no es consciente de su verdadera posición en el engranaje de la sociedad.
Al igual que ocurría en otros de sus films anteriores como Play (2011) o Fuerza mayor (2014), Östlund reflexiona con amargura sobre la hipocresía de esta sociedad contemporánea y nuestra incapacidad para cumplir los ideales que supuestamente defendemos. Por poner un ejemplo sencillo e incluso algo ramplón: ¿Puede una persona perteneciente a esa llamada «sociedad del bienestar», acomodada económicamente y privilegiada en todos los sentidos, ser realmente «de izquierdas»? ¿Puede alguien que utiliza el último modelo de iPhone defender con fervor los derechos de los pueblos indígenas de América Latina? ¿No entrarían en flagrante contradicción su modo de pensar y su modo de actuar? ¿No mueren acaso cientos de personas en las minas de la República del Congo para conseguir el coltán con el que se fabrican los teléfonos móviles de última generación? ¿Cómo puedes explicarles algo así a tus hijas y luego seguir con tu vida como si nada? ¿No es acaso inmunizarse contra las desgracias ajenas la única manera de sobrevivir en un contexto tan convulso como el que nos rodea?
Östlund es severo e incluso moralista, tanto con sus personajes como con el espectador. Y, aunque siente cierta lástima por su protagonista, no puede evitar hacerle caer en el más absoluto de los ridículos, una y otra vez, convirtiéndolo en víctima de su propia ideología. Una ideología bienintencionada pero naif que, en una sociedad como esta, parece condenada a un estrepitoso fracaso.
The Square retrata con inclemencia una sociedad tan inmune al dolor ajeno como obsesionada por guardar las apariencias y conservar la corrección política para dar al resto del mundo una inamovible imagen de perfección absoluta. Tanto, que a menudo raya en lo ridículo. Si nos quedamos en la superficie, podríamos decir que The Square es una película sobre el mundo del arte contemporáneo, pero intuyo que eso, en el fondo, es lo que menos importa a Östlund. Porque el personaje de Christian es programador de un museo, sí, pero igualmente podría haber sido el dueño de una empresa ética, un millonario altruista o un político aleccionador. Porque lo que realmente importa a Östlund no es diseccionar los entresijos de un contexto tan particular como es el del arte contemporáneo, sino realizar una suerte de tesis sociológica que ponga el dedo en la llaga y evidencie la falsedad e hipocresía de nuestras convenciones sociales, tanto en el contexto del arte como fuera de él. Sí, tal vez la mayoría de artistas utópicos hayan fracasado en su lucha contra los ideales de competitividad e individualismo promulgados por el liberalismo económico, pero… ¿acaso no se trataría de una empresa abocada al fracaso desde cualquier contexto? ¿Acaso no han fallado también la gran mayoría de colectivos al margen del mundo del arte? ¿Acaso no estamos destinados a vivir en una contradictoria sociedad en la que miles de millonarios y miles de personas sin hogar conviven en el mismo planeta, país o incluso ciudad, sin mirarse nunca a la cara?