La peor película de todos los tiempos
Seguramente tanto Peter Farrelly como su productor habitual, Charles B. Wessler, se rieron a carcajadas cuando determinados críticos empezaron a dedicarle a Movie 43 (íd., 2013) calificativos tan pasados de vueltas como «la “Ciudadano Kane” de lo espantoso», «un desperdicio execrable cocinado por un infierno de directores y guionistas» o «el trabajo de un hombre confuso, dándole palos a una industria que ya no entiende». De hecho, se trata de opiniones tan extremas, tan radicales, que uno juraría que debieron ser escritas (bajo seudónimo) por los propios responsables del largometraje. El tono insultante de todos esos textos quiere justificarse a partir de la calidad de la película, pero en realidad, si uno rasca bajo toda esa ristra de descalificativos, lo que se encuentra es la postura defensiva de alguien que se ha sentido ofendido por la devastadora incorrección política de algunos de sus sketches. Y, sinceramente, ahora que hasta las comedias mainstream han asimilado algunas de las características escatológicas de la nueva comedia americana, es de agradecer que alguien se atreva a elevar más el listón de lo ofensivo, y a recuperar el sentido revulsivo, estimulante, que se supone que caracteriza a los mejores ejemplos del género… A pesar de que no todos los intentos que ofrece el largometraje funcionen con la misma precisión.
Como cualquier película de episodios, Movie 43 parte de la imposibilidad de que todos los sketches estén a la misma altura. Y sin embargo, lo cierto es que las figuras de Peter Farrelly y de los dos guionistas principales del filme, Rocky Russo y Jeremy Sosenko, brillan por encima de los demás por su dominio del tempo cómico, por lo afortunado de su progresión dramática y por la efectividad con la que usan los artificios humorísticos para darle la vuelta a la tortilla a sus situaciones iniciales. Tanto los que firma el propio Farrelly, The Catch y Truth or Dare –este último, con guión de Greg Pritikin–, como los que Steve Carr y Rusty Cundieff ruedan a partir de sendas ideas de Russo y Sosenko, The Proposition y Victory’s Glory, parten de una situación aparentemente convencional para subvertirla mediante algún tipo de detalle escatológico, o al menos políticamente incorrecto, que provoca la incomodidad de uno (o varios) de los protagonistas. Tanto es así, que The Catch y The Proposition pueden leerse como variaciones de la misma idea: convertir algo tan burgués y tan convencional como una cita a ciegas en un restaurante en algo extremadamente embarazoso, sea por un detalle físico inesperado como la primera, o por la escalada de atrocidades que supone la segunda. Frente a ambos, The Proposition también incide en las dificultades de las relaciones hombre-mujer, pero desde la perspectiva de una pareja consolidada, releyendo de forma muy jocosa las tensiones habituales de la convivencia a partir de un tabú tan extendido como el de la coprofagia –el juego con las alusiones sexuales es absolutamente delicioso–. Quizá el más atípico sea Victory’s Glory, en realidad una parodia de los habituales discursos aleccionadores de las películas deportivas que incide, de forma voluntariamente ofensiva, en la superioridad de los jugadores negros en un deporte como el baloncesto.
En cuanto al resto, más allá de una joya de la brillantez de Beezel –en el que James Gunn no sólo manipula con gracia el lenguaje de la sitcom, aprovechando el hecho de contar con un protagonista animado para llevar al límite los chistes sexuales, sino que incluso se atreve a incluir una referencia a la conclusión de Revenge: A Love Story (Fuk Sau Che Chi Sei; Wong Ching-Po, 2010)–, domina la irregularidad: Middleschool Date podría haber funcionado mejor con un director menos envarado que Elizabeth Banks, Super Hero Speed Dating parte de una buena idea alargada en exceso y con demasiados personajes –pierde gracia, de hecho, frente a la sencillez del cortometraje en el que está basado, Robin’s Big Date (James Duffy, 2005)–… Y los demás sketches acaban quedándose muy cortos respecto a lo que, a priori proponen, unas veces porque el mismo guión no sabe sacarle auténtico partido a su situación de partida –Veronica, iBabe–, otras porque el director vulgariza las ideas que tiene entre manos –Homeschooled, Happy Birthday–.
Cuando se estrenó Movie 43, hubo despistados que se preguntaron por qué semejante grupo de estrellas se prestaron a llevar a cabo una comedia tan extrema, tan escatológica y tan políticamente incorrecta. Para conocer la respuesta, sólo hace falta echarle un ojo a la propia película: uno de sus grandes atractivos, y que hace que puedan funcionar incluso los sketches menos afortunados, son las ganas de gran parte de sus protagonistas de reírse de sus propias imágenes cinematográficas, de juguetear con sus figuras públicas y cachondearse de sí mismos. Así se entiende que Hugh Jackman esté dispuesto a aparecer con unos testículos colgando del cuello, que Gerald Butler acepte ser encogido digitalmente para interpretar a un par de duendes hermanos, o que Halle Berry se preste a llevar pechos prostéticos para hacer guacamole con uno de ellos delante de la cámara… Demostrando tener mejor sentido del humor que los críticos que han destrozado la película desde su estreno.