Me paro a pensar qué puedo decir sobre estas diez películas del año que termina y caigo en la cuenta de que la mitad las vi por vez primera en 2020. Varias de ellas incluso antes de que estallara esta pandemia que todavía se resigna a abandonarnos del todo, que entre otras cosas ha condicionado la forma en la que vemos las películas. También cómo se hacen, no podríamos entender Zeros and Ones de otra manera, aunque la filmografía de Abel Ferrara lleve décadas proclamando el fin del mundo como la oportunidad de un nuevo comienzo, como una catarsis espiritual reducida en esencia a un amanecer cualquiera. Por lo que la lista, sin pretenderlo, tiene algo de intentar capturar esta a ratos extenuante prolongación del tiempo perdido que se nos presenta. Un tiempo durante el que buena parte de la crítica y de la cinefilia parece que vio y habló de las mismas películas, de los mismos autores, mientras que el público estaba a otra historia, no iba con él la cosa. Esa distancia entre aquello de lo que escribimos y aquello que se termina viendo se ha acrecentado a marchas forzadas. Y uno tiene la sensación de que lo ha hecho de forma definitiva, como nunca antes en la historia. Supongo que todo el mundo pensaría lo mismo en su época, aunque la que estaba llamada a ser de la accesibilidad al conocimiento cada vez nos resulte más homogeneizada. Pero me niego, no puedo volverme un pesimista cuando recuerdo, oculto bajo la manta de lo siniestro, la belleza que esconden estas diez películas, lo conectadas que están a nuestras ridículas preocupaciones, alegrías y sinsabores. Su capacidad para fabular y entregarse a lo fantástico, a que un milagro sucederá. Algo que solo en el interior de un cine puede pasar.