La mirada infectada
Lo bueno que tiene escribir sobre una ópera prima, que además no viene precedida por ningún hype, es que hay una absoluta falta de expectación que permite al crítico enfrentarse al objeto de análisis de una forma pura y desprejuiciada al deshacerse de ese bagaje intelectual y emocional que inevitablemente se desarrolla al conocer los vicios y virtudes que definen la obra de un cineasta con una trayectoria previa. Por tanto, esta falta de expectativas a priori crea en el espectador una posibilidad de sorprenderse que resulta muy gratificante cuando se produce, si bien es verdad que esto sucede en contadas ocasiones, y que puede jugar a favor de la película si esta proposición llega a convertirse en realidad. En este sentido, Mira por mí (See for Me, Randall Okita, 2021) podría haber sido una magnífica carta de presentación que nos descubriera a un nuevo director al que seguir la pista, aunque estadísticamente todo apuntaba a que lo más probable es que se tratara de un thriller rutinario facturado con oficio y fácilmente olvidable. En cualquier caso, cuando se me planteó la redacción de esta crítica tomé la decisión de visionar la película antes de ver el tráiler, googlear el nombre de su director o leer opiniones previas sobre el filme. Mi intención era evitar, en la medida de lo posible, cualquier tipo de mácula informativa que pudiera interferir en mi visión crítica de la película para focalizar mi atención exclusivamente en la propuesta cinematográfica planteada por el para mí desconocido Randall Okita.
Siendo absolutamente honesto, y pese a mi determinación por no corromper mi pureza como espectador para permanecer siendo un ser de luz de mirada virginal, he de confesar que cuando me disponía a empezar a ver Mira por mí habían llegado a mi conocimiento algunos datos que no había podido esquivar pues aparecían en la nota de prensa. Debo reconocer que siendo ya un espectador bastante baqueteado recibí esta información con cierto escepticismo y esto hizo que mi percepción de la película se viera irreversiblemente alterada.
Había leído la sinopsis, así que sabía que se trataba de una home invasion en la que una chica ciega debía enfrentarse a unos intrusos malosos con la ayuda de una veterana de la guerra de Iraq (sic) que a través de una aplicación móvil se va a convertir en sus ojos para guiarla en su aventura. Este argumento me remitió inevitablemente a los estimables clásicos Sola en la oscuridad (Wait Until Dark, Terence Young, 1967) y Terror ciego (Blind Terror (See No Evil), Richard Fleischer, 1971), así como a la más reciente y muy disfrutable No respires (Don’t Breathe, Fede Álvarez, 2016). También sabía que se trataba del primer largometraje de Randall Okita, un tipo bastante flipado a juzgar por estas declaraciones en las que describe el guion de su película de esta forma: “Es una historia fascinante y maravillosamente elaborada que desafía nuestros conceptos erróneos sobre las personas con discapacidad visual y, al mismo tiempo, demuestra ser un viaje increíblemente emocionante.” Por último, me había enterado a través de la nota de prensa de que Skyler Davenport, la actriz que da vida a la protagonista padece asimismo de discapacidad visual. Además, como se encarga de subrayar la distribuidora en una frase que es un paradigma de la perogrullada, su condición de invidente “le ha servido para entender perfectamente en cada momento las sensaciones y dificultades que vive el personaje al que ha dado vida”. Debo reconocer que, sin haber visto ni un solo fotograma de la película, estas breves pinceladas de información publicitaria hicieron que saltaran ciertas alarmas en mi mente de cinéfilo posmoderno y resabiado que me sugestionaron negativamente haciéndome generar cierta antipatía hacia el filme. Así fue como mi plan de enfrentarme a la película de forma desprejuiciada se fue al traste. Por lo tanto, finalmente he tenido que asumir mi incapacidad para afrontar el visionado de la película desde esa inocencia diáfana que me había planteado inicialmente y he visto Mira por mí asumiendo mi condición de perro viejo de mirada infectada.
La secuencia de apertura nos presenta al personaje de Sophie (Skyler Davenport), una chica que ha visto truncada su carrera como joven promesa del esquí debido a una enfermedad degenerativa que la ha hecho perder la visión, de manera efectiva pero muy convencional. Okita realiza una serie de planos de la habitación de Sophie donde se nos muestran los trofeos ganados por la joven y un televisor en el que podemos ver imágenes de un campeonato de esquí femenino. También se nos informa en esta secuencia inicial de que la chica es ciega y de que está a punto de marcharse a alguna parte, pues está haciendo la maleta y tiene imperdibles prendidos a la ropa que deben servir para diferenciar las prendas por el tacto.
Hasta aquí todo muy rutinario y con un cierto regusto a telefilme noventero en la puesta en escena, pero bastante correcto. Sin embargo, la película empieza a mostrarse errática muy pronto. Sophie sale de su habitación y camina sigilosamente por el pasillo palpando las paredes, vemos planos detalle de sus pies descalzos, vemos cómo baja la escalera intentando no hacer ruido y se dirige hacia la puerta con intención de marcharse de la casa clandestinamente. La realización de esta secuencia pretende generar una tensión en el espectador que no se corresponde con las necesidades narrativas de lo que se está contando. Por tanto, desde el comienzo el tono establecido por el director resulta tremendamente inadecuado ya que nos hace plantearnos una serie de expectativas que se desinflan con la resolución de la secuencia. Esta disonancia entre la gramática visual y la historia va a ser una constante que se va a dar a lo largo de toda la película. De hecho, esta secuencia de arranque es lo más inquietante (para mal, además) de Mira por mí, ya que su director se muestra incapacitado a lo largo de todo el film para transferir al lenguaje cinematográfico lo que está escrito en el guion, que por otra parte es un dislate bastante considerable que va dando bandazos con la intención de sorprender a toda costa, pero lo único que logra es desconcertar al espectador con unos giros de guion de una arbitrariedad ridícula que terminan haciendo que desconectemos de una historia que en ningún momento parece saber hacia dónde se dirige.