Mad Max: Somos futuros hombres cuervo
La gente creía que cuando alguien muere, un cuervo se llevaba su alma a la tierra de los muertos…
El cuervo (The Crow, Alex Proyas, 1994)
Oscuridad. Fango. Desolación. Temerosa representación del fin de las zonas habitables. Del fin del mundo, de hecho. El destino del que todos quieren escapar concentrado en el otrora icónico territorio llamado Paraje Verde, estandarte del fin de la lucha, del empezar de nuevo.
Así que, de repente, ahí estamos, junto a Max, Furiosa y compañía. Observando, sin saberlo, al igual que ellos mismos, el valle de la esperanza… convertido en un lodazal. Un lodazal en el que habitan hombres cuervo.
Los últimos hombres, espectros de nuestro futuro.
Tras el festín que personalmente supuso la revisión de la Trilogía Mad Max (1979-1985), este breve plano fijo de la fantástica Mad Max: Fury Road se nos presenta fantasmagórico y decrépito, incluso obsceno y desubicado pero a la vez muy revelador, y se convierte en el colofón de una idea, la de George Miller, que ya traía entre manos desde hace más de 35 años. Porque si ya decíamos en el texto de la Trilogía que el cuervo “es símbolo de carroña, de traición, de malos augurios, de premoniciones. Pero también del aislamiento voluntario”, y que era utilizado por Miller “siguiendo con la lógica del mensaje derrotista en cuanto al futuro de la humanidad”… no pudo ser mayor el júbilo (dentro de lo tétrico del concepto) al ver a estos hombres con zancos y cubiertos con plumas, en Mad Max: Fury Road.
La tierra, ácida, salada. Los hombres vagarán. Los héroes acabarán siendo proscritos, supervivientes en zonas inhabitables. Todo acabará destruyéndose cuando no haya gasolina que nos permita descubrir territorios más alejados y quizá, y sólo quizá, menos desesperanzadores. Sin agua, sin comida, nos convertiremos todos en hombres cuervo, el último eslabón de la especie antes de que la Tierra esté completamente desertizada. El destino de la humanidad será el del héroe que ahora circula por la zona lo más deprisa posible, sin darse cuenta de que está pasando de largo su sueño.
La coherencia hecha acción, una frase que no dejamos de repetirnos a medida que avanza el filme. Porque Mad Max: Fury Road es desmedida, todo un despropósito visual perfectamente escenificado y editado (el montaje encumbra unas escenas de acción ya de por sí coreografiadas al mínimo detalle) en la que se rematan algunas secuencias como si los productores no fuesen plenamente consciente de la ilógica que desprenden (esa guitarra y volante volador…), pero sí de que su desmesura supone, y con razón, el colofón que acentúa la necesidad creada en el espectador de aplaudir la sobria congruencia del estrambótico imaginario.
Pese a todo, y estando aderezado con unos efectos digitales muy bien empleados, que permiten llevar a lo más alto algunas de las propuestas sin que el filme pierda el aroma de realismo en todas las persecuciones que ya caracterizaron las dos primeras entregas, cabe destacar también su atronador guion. Pocos filmes definen tan bien a sus personajes dotándoles de tan poco diálogo ni protagonismo destacado. Así que tanto el personaje de Mad Max, el de Furiosa, los de Nux e Immortan Joe, como la representación de la evolución de una sociedad (con toda una farándula estratificada en niveles sociales) controlada bajo el yugo de un hombre que ha visto la oportunidad de autoproclamarse Dios, rematan el asentamiento de unas ideas que se acaban de conectar con la nueva entrega que rezuma una autoría poco vista últimamente en producciones de este estilo y que la convierte en de culto automático. Tanto para amantes del género distópico/post-apocalíptico como para los de la acción desmedida.
Y es que, ¿nos suena todo? Sí. ¿Se repite la fórmula? En absoluto. En todo caso, se entremezcla, se potencia, y sin duda se mejora. Miedo da pensar si se podrá mantener el altísimo nivel conseguido en las múltiples secuelas ya confirmadas.
Adorando a V8: Guitarras para ciegos que escupen fuego y pintura cromada para suicidas.
Donantes de “alto octanaje” y soldados que “necesitan repostar”. La evolución de comunidades nómadas a ciudades ya la veíamos entre Mad Max 2, el guerrero de la carretera (Mad Max 2, George, Miller, 1981) y Mad Max, más allá de la cúpula del trueno (Mad Max Beyond Thunderdome, George Miller, George Ogilvie, 1985), pero es con Mad Max: Fury Road cuando Miller aprovecha a explicar un paso intermedio: el de la agrupación de un gran número de personas en base a una adoración común. De esta forma, se establece la fuerza de la unión social a través del temor a un “Dios Justiciero”, Immortan Joe, que no deja de ser la consagración de la dominación de un cabecilla frente a un grupo de seguidores, llámese Jesucristo o el Toecutter de Mad Max – Salvajes de autopista (Mad Max, George Miller, 1979). Interesante que Miller haya pedido al mismo actor quien interprete a Toecutter e Immortan Joe, porque se nos antoja más allá del guiño: ¿podría estar interpretando al mismo personaje? Por qué no. La inmaterialidad temporal de las entregas de Mad Max pueden hacerlo posible (si no descartamos la posibilidad de que éste no muriese bajo las ruedas del camión en el filme original, claro)…
Por otro lado, Miller habla de un futuro en el que las malformaciones, psíquicas o físicas, impiden hacer crecer una comunidad. El fin de la especie si no entra “sangre nueva”. La feroz crítica a nuestra sociedad actual no pasa inadvertida, y más con la entrada de Furiosa y las Muchas Madres en la acción…. Así, la mejor forma de dominar a estas hordas de discapacitados es controlando sus deseos y necesidades (aquí con el racionamiento del agua), además de dividir en niveles, en castas, a los habitantes. La que mejor conoceremos será la figura de los suicidas, personas enfermas que son aprovechadas para que hagan un bien por la comunidad chantajeándoles con una muerte heroica. Que se les abran las puertas de Valhalla, dicen. La creencia en la reencarnación, un recurrido engañabobos para todos aquellos que sabemos esta vida no tiene demasiado sentido. Y qué decir del polémico guitarrista, un ciego algo deforme cuyo servicio es tocar al ritmo del movimiento de la caravana. De nuevo, ¿por qué no? Miller nos presenta un mundo retorcido, resurgido de las cenizas de una cultura tecnológicamente más avanzada, la que conocemos actualmente, para aleccionarnos, de nuevo, sobre el destino de nuestra especie si continuamos por este camino.“Aqua-cola”, “Camicafre Fukushima”… Palabras que se transforman al ser pronunciadas por personas que no saben de lo que están hablando, que no conocen la verdadera Historia. Estamos dejando un mundo sin sentido que desaparecerá por completo.
Así que, en resumidas cuentas, nos encontramos en la saga Mad Max ante la explicación de la evo
lución social del hombre en todo su esplendor: primero, perdido, en busca de acoplarse a algún grupo. Después, temeroso de “Dios” y de sus milagros y, finalmente, ya metido en la rueda de la industrialización, esclavo de la evolución tecnológica – eufemismo de “bienestar social”. ¿Cómo puede acabar todo? Con la rueda de la evolución, que no para de girar, de huir hacia adelante. Todos somos futuros hombres cuervo, para permitir que el ciclo vital vuelva a su punto de partida.
Como es lógico, dos personajes destacarán en esta sociedad. Dos personajes que lo intentarán cambiar todo, aunque en el fondo sepan que es imposible…
Bolsa de sangre, anonimizando al protagonista
Recordemos que en Mad Max: más allá de la cúpula del trueno no se pronuncia el nombre del protagonista. El lobo estepario no tiene una identidad. Que en Mad Max: Fury Road se decida que le llamen “imbécil” o “bolsa de sangre” nos confirma que el nombre no importa en un mundo a la deriva. Pero el aferrarse a él, como hace Max al decírselo a Furiosa, constata el aviso de Miller: no perdamos nuestros orígenes, sigamos fieles a nuestros valores y no nos dejemos dominar por la masa enfurecida, o fervientemente religiosa. Así que si terminábamos nuestro texto de la Trilogía Mad Max con una pregunta, “De hombre de familia con principios, a héroe inmortal. ¿Quién es ahora, treinta y muchos años después de su creación, Mad Max para George Miller?”…
Pues Mad Max es el hombre de familia que se ha quedado solo tras una tragedia que no pudo evitar. Es el que arrastra sus propios fantasmas, posteriores a la muerte de su mujer e hija. Es el héroe inmortal capaz de ayudar a los demás para su propia redención. Es decir, El Mad Max de Fury Road es una perfecta combinación de la evolución del interpretado por Mel Gibson. Una mezcla coherente con el desarrollo del primer filme y con un emplazamiento atemporal, aparentemente, entre el segundo y tercero (aparece la cúpula del trueno sin destruir, aquí cárcel de las reproductoras; la máquina de música que Max regala a un niño en la segunda entrega, ahora en las manos de Toast The Knowing…). Todo parece indicar que se trata de un Max más joven, al que la locura sigue gobernándole, antes de convertirse en el olvidable héroe de la entrega final. Aunque en verdad, da igual. Es el mejor Mad Max desde la primera entrega.
Imperator Furiosa. Reconstruyendo una felicidad imposible
No voy a entrar en el mensaje feminista del filme ni del controvertido diálogo que ha generado. Y no lo haré porque si bien es cierto que potencia a los personajes femeninos, y por supuesto en concreto al de Imperator Furiosa (aunque lo vemos tanto en las esposas de Immortan Joe, incluso en el privilegiado trato a las madres lecheras, como en las Muchas Madres —“un hombre, una bala”, otra de esas frases que son únicas para definir a los personajes), si algo nos dice Miller es que todos los hombres y mujeres son vulnerables ante el poder. Y no lo dice en Mad Max: Fury Road, sino en Mad Max, más allá de la cúpula del trueno.
La Tierra y nuestra existencia se rigen por ciclos. El hombre se ha establecido a lo largo de millones de años en sociedades matriarcales y patriarcales. Si una es mejor que otra, es difícil de defender. Lo mejor es que ninguna se imponga. El personaje de Tina Turner, Aunty Entity, puede ser descendiente de las Muchas Madres o de las reproductoras, de la nueva comunidad creada gracias a Furiosa en Ciudadela. Si es así, el imaginario de Miller acaba por llevarnos, otra vez, a la amargura: las mujeres soportarán el peso de un nuevo mundo, liberando a los oprimidos, sí. Pero también las mujeres se corromperán. Otra vez: somos futuros hombres cuervo.
Así que nuestro porvenir pasará, otra vez, por confiársela a los niños, tal y como Immortan Joe se esperanzaba con su nonato. Descendientes quizá de los próximos vástagos de la nueva generación de las Muchas Madres. Y así, más allá de una Mañana-Mañana que devino en Ciudadela, y, posteriormente, Negociudad, los chiquillos de El País de Nunca Jamás, el nuevo Paraje Verde, se convertirán en la nueva ilusión.