Tres mil años esperándote, de George Miller

Tres mil años esperándoteSi algo han tenido en común todas las civilizaciones de la historia de la humanidad, es la necesidad de contar historias. Desde las tragedias en la antigua Grecia hasta la última serie de HBO, los seres humanos tenemos el impulso de dejar nuestra huella mediante el arte de narrar. La narración es lo que nos hace humanos: esta es la tesis de la última película de George Miller, con la que no es difícil coincidir. Tres mil años esperándote cuenta la historia de Alithea (Tilda Swinton), una (no por casualidad) narratóloga que, en un congreso en Estambul, libera accidentalmente a un ser mitológico que le concederá tres deseos. Esta revisión del genio de Aladino muta en una Scherezade moderna cuando Miller decide que el foco de la cinta no va a estar en desentrañar el poder del genio (interpretado por Idris Elba) sino su historia a través del relato de flashbacks.

Gran parte del desarrollo narrativo, pues, funciona del mismo modo que lo hacían las Mil y una noches: a través de la transmisión oral de varias historias sobre el deseo que llevaron al genio a conocer a Alithea. Y funciona de maravilla. El guion consigue intercalar relatos místicos de civilizaciones antiguas con los comentarios del personaje de Swinton, gran conocedora de cómo funcionan las historias y escéptica ante la posibilidad de que este genio tenga intenciones honradas. Si bien es cierto que el tercer acto da un giro y se aleja de esta fórmula de una forma menos convincente, no se pierde el mensaje ni la pasión que demuestra Miller por todo lo que supone el arte de contar historias. No en vano la acción principal se desarrolla en la habitación de hotel en la que Agatha Christie escribió Asesinato en el Orient Express, dato con una clara intención figurativa.

Tres mil años esperándote

Visualmente la película es un deleite en las secuencias de las historias del personaje de Idris Elba, ya que el trabajo de dirección de arte y de vestuario consiguen sumergir al espectador en las distintas etapas de Oriente Medio. Miller da mucho uso a técnicas digitales para hacer más barrocas y dinámicas sus escenas y, aunque en ciertas ocasiones puede resultar algo cargante, en términos generales funciona perfectamente. El filme no es sutil ni narrativamente ni en lo cinematográfico, funciona a brochazos gruesos y no se encuentran demasiados detalles puntillistas, pero no se le puede pedir sutileza a una fábula surgida de la mente que ideó Mad Max. Lo que sí que se destila de cada escena es mucho cariño por la historia, los personajes y, sobre todo, por un mensaje sobre qué nos ha hecho siempre diferentes del resto de especies.

Los dos protagonistas resultan más que convincentes en sus roles, especialmente una brillante Tilda Swinton que emociona a pesar de pasarse media película con una toalla en el pelo. Swinton consigue hacer entrañable y cercano un personaje voluntariamente alienado socialmente, que, en manos de otra intérprete, podría resultar demasiado distante del espectador. Miller conoce el poder que tiene su actriz protagonista y la mima con cada encuadre: destaca el plano detalle en el que vemos su cuello tragar saliva, transportando la emoción del personaje al otro lado de la pantalla.

Tres mil años esperándote

Tres mil años esperándote parece, a simple vista, una fábula moralista sin demasiada vocación de innovar, pero la mano de Miller la convierte en una oda a las historias y una alabanza al propio ser humano. Alithea, el personaje central de la cinta, nos recuerda que, en ocasiones, las historias son la única forma de entender nuestros sentimientos y esto es, al fin y al cabo, lo que persigue en concreto esta película y, en general, el buen cine.

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