No sé por qué no me sorprende que los mismos adalides del cine español que tiene menos necesidad de defensores hayan ninguneado (o pasado por alto, que es casi peor) de esta forma una de las cintas españolas más interesantes del año. No digo que Alcarràs no mereciese sus elogios, pero la turra que han dado en todos los medios ha sido importante, y resulta injusto con cintas como esta que podrían llegar mucho más lejos con algo de difusión (y aun así no le ha ido nada mal en taquilla, visto como está el tema en la actualidad). Lejos del rollo buenista que alguno podría endilgarle a la luz de su argumento o su cartel (qué malos son a veces los prejuicios), Llenos de gracia es una cinta muy divertida (extraer sonrisas auténticas no es tan sencillo y esta película lo consigue) y familiar, sí, pero se puede hacer este tipo de cine sin ser ñoño ni mojigato (y lo es, familiar, aunque aparezcan preadolescentes que fuman, que de cada tres palabras que dicen dos son tacos y que no dejan de pensar en follar). Baste con decir que una aproximación a su idea de la nostalgia puede ser la de dos chavales tratando de discernir algo entre las rayas del porno codificado del antiguo Canal+. Y por supuesto también tiene su mala leche, no es nada complaciente con la iglesia (aunque tampoco sea ofensiva gratuitamente) y en ella resuenan ecos de grandes comedias deportivas como Los picarones (Bad News Bears, Michael Ritchie, 1976).
Si logramos desprendernos de ideas preconcebidas y nos acercamos a ella con la mirada limpia nos daremos cuenta de que la película de Roberto Bueso huye de lugares comunes, y cuando los pisa lo hace con confianza, dejando que sea la historia la que marque lo realmente importante y no los convencionalismos (el mejor ejemplo está en el peso del aspecto futbolístico en la trama, probablemente mucho menor al de otras producciones similares pero a la vez exprimido al máximo). El casting es un acierto de principio a fin con grandes interpretaciones de adultos y niños (y en esto segundo entiendo que tiene parte de culpa la dirección de actores, y eso que siempre se ha dicho que trabajar con niños es el infierno en la tierra). Pero además Llenos de gracia goza de una puesta en escena al servicio de la historia, que, sin necesidad de alardes, tampoco es exactamente discreta, no se conforma con la sucesión de planos-contraplanos, pone mimo en el encuadre y, sobre todo, deja notar que hay preocupación en la forma de narrar (con cenitales, travellings laterales, insertos, aplicando el punto de vista… y lo más importante: todo ello siempre lo hace con un sentido narrativo), algo que parecen haber olvidado el noventa por ciento de los realizadores actuales, encontrando además el lugar para la belleza en la imagen (toda la secuencia de la feria, en particular el inciso con Valdo y la chica dentro de la casa de espejos; esa conversación en la cocina de la escuela sobre lo divino, como corresponde a unas siervas de Dios, y lo humano, caña y cigarrillo mediante, que al fin y al cabo las monjas también son personas; el montaje musical con un impagable Pablo Chiapella de entrenador) y para rodar un partido de fútbol infantil de forma natural sin que resulte sonrojante.
Una gran sorpresa que ojalá encuentre una segunda vida en el formato doméstico y/o el streaming. Y ¿por qué no?, confiemos en que los académicos y los Goya se fijen en ella (se me abren las carnes recordando que una película como Campeones, temáticamente similar a esta pero que no le llega a la suela del zapato, tuvo once nominaciones), y quizá no sean tan cerriles de no ver más allá de lo de siempre; quizá algún día el cine español sea tomado más en serio aunque para ello tenga que ser tomado en serio por su propia industria en primer lugar.