Si uno lee el relato de Lovecraft en que se basa y después compara con su adaptación, El modelo de Pickman de Keith Thomas, podría llegar a concluir que el fracaso de adaptar una historia como esta parte de la propia idea de trasladar a imágenes algo cuyo poder evocador se halla precisamente en el intento de describir lo indescriptible apoyándose en la imaginación de un lector seducido previamente. La anodina realización del responsable del reciente remake de Ojos de fuego (algo que tampoco habla demasiado bien en su favor) no contribuye al propósito, logrando convertir un relato lúgubre y malsano en una aburrida y larga (para lo que cuenta) cinta de época con un par de sustos no demasiado conseguidos que parecen incluirse sin un propósito fijo, y en el que los añadidos al relato apenas tienen relevancia (la inclusión de la familia del protagonista) mientras que las supresiones son significativas. Al lado de lo que escribiera Lovecraft, palidecen las alusiones al arte de Pickman (un muy desaprovechado Crispin Glover), relegado a dos o tres momentos puntuales y siempre con el mismo recurso expresivo (que repite en una de las pesadillas donde el protagonista se ve amenazado por una mujer con aspecto de bruja que termina por serrarle el cuello), consistente en alterar bruscamente el foco, zarandear la cámara e incrustar sonidos y gritos buscando provocar en el espectador la incomodidad que encuentra Thurber (Ben Barnes), y sin duda el efecto lo consigue: es incómodo, pero por motivos que seguramente no tienen demasiado que ver con los deseados. Puede ser cierto que el relato no haga más que trabajar por acumulación en pos de un desenlace que en su adaptación al medio cinematográfico (televisivo, de hecho) no lograría el mismo impacto (a día de hoy, casi un siglo después de haber sido escrito, lo más probable es que las sensaciones que despierte en un lector «virgen» no sean las mismas que encontraron los coetáneos del autor de Providence), pero Lovecraft ha sido adaptado, ya sea más o menos fielmente, con éxito en el pasado, así que no es excusa.
En cualquier caso, el problema no existiría si el capítulo encontrase su inspiración en el relato, como ha hecho, y luego hubiese entregado algo que no tenga mucho que ver, como también ha hecho, siempre y cuando el resultado fuese cinematográficamente valioso o al menos parcialmente interesante, pero no ha sido el caso. Keith Thomas, presa del signo de los tiempos en que le ha tocado vivir, prefiere (o se ve abocado a) mostrar antes que sugerir, algo con lo que se puede llegar a comulgar si no somos muy talibanes con la fidelidad en las adaptaciones, pero a pesar de que los efectos visuales cuando aparece la criatura (lo que viene siendo el modelo de Pickman) son de agradecer (encontrarse con lo artesanal, en una época en que la norma son las tropelías generadas por ordenador, es meritorio), un momento puntual no justifica una hora de sopor insustancial.