Reinterpretando Terminator desde el respeto, y una inocente arrogancia
If you wake up at a different time in a different place, could you wake up as a different person?
El club de la lucha (Fight Club, David Fincher, 1999)
En 2009, J.J. Abrams sorprendía al mundo entero con un inteligente reboot. La curvatura espacial, los conocidos agujeros negros del universo, y fortuitos viajes en el tiempo… un rocambolesco imaginario que, no obstante, le permitió lo que parecía imposible: disponer de material infinito tras una serie de culto y diez filmes. Star Trek XI se convertía en Star Trek, sin más. La relación entre el capitán Kirk y el comandante Spock se tornaba, a la par que divertidísima, completamente opuesta a la original. La aparente herejía de eliminar el planeta Vulcano del Universo se convertía en una explosión de nuevas aventuras, incluyendo ese maravilloso y ya irrepetible encuentro entre el Spock joven y el anciano… La genial reinterpretación de Abrams rescató la aparentemente sobreexplotada saga (eso sí, de culto para millones de fans repartidos por todo el mundo), la acercó a toda una nueva generación, y se llevó las alabanzas de los más escépticos. ¿El resultado? Dos filmes, dos más en proyecto. Y un Abrams que se nos antoja va a conseguir exactamente el mismo milagro con Star Wars…
Yo no era fan de Star Trek antes de este reboot. Pero sí, y mucho, de la saga Terminator. Porque plantea interrogantes que a día de hoy son casi oráculos: el inevitable gobierno de la máquina sobre un hombre cuyos delirios de convertirse en Dios le llevarán a su propia destrucción; la fusión carne/metal/carne; la toma de conciencia por parte de nuestra propia invención y su aprendizaje sin límites, sin necesidad de millones de años de evolución…. incluso la evolución emocional de las máquinas. James Cameron anunciaba en 1984 un apocalipsis que ahora, más de treinta años después, sinceramente no encontramos tan descabellado. Y ahí radica la belleza de su historia.
Una historia que, por todos es sabido, y si no les animo a revisar los previos textos publicados en la revista referentes a la saga, fuera de las manos de Cameron sólo hizo que denigrarse. Y no por no ser fieles a la base argumental, algo que sin duda las cuatro partes sí han respetado, sino por no saber desenvolverse con un material tan potente. En este sentido, quizá Terminator Salvation (Id., McG, 2009) sea la que más arriesgó: el director se olvidó de querer imitar el tratamiento del género que inventó Cameron, el thriller de acción distópico, y se centró en el futuro de John Connor, el héroe, y de Marcus, el hombre convertido en máquina que acaba sacrificándose por los “suyos”. Eso sí, muy a lo Michael Bay, o eso se pretendía, como indicaba Diego Salgado en su reseña.
Así que cuando se anunció una nueva entrega de la saga, Terminator 5… una gota fría caía por nuestras sienes.
Pero entonces, la palabra mágica resurgió: reboot, sí, pero respetando la película original. Reboot que explora otra línea temporal. Llegaba, por fin, el “¿y si…?” que muchos nos habíamos preguntado, y veíamos factible. Mucho más que en Star Trek. Al fin y al cabo, Terminator esconde el subgénero de viajes en el tiempo.
Juzguemos, entonces, Terminator Génesis. Con hechos que respalden el veredicto final. ¿Es posible que nos atrape un nuevo Terminator que olvida continuar con las hazañas de John Connor en el futuro para replantear la película original sin inmiscuirse en el relato de Cameron?
Hecho número 1: se desmarca de la película original, pero cierra bien todos sus nexos. Demasiado bien
Parece inevitable que todas las películas de la saga intenten plasmar en imágenes lo que se ha explicado, o intuido, con anterioridad. Terminator Génesis lleva esta «necesidad» al extremo (hasta se tienen que pronunciar frases del tipo «te encontrarás con una camarera»). ¿Qué le queda al espectador cuando absolutamente todo se verbaliza y materializa, cuando incluso es necesario incluir un «papá» que el John Connor que conocemos hasta la fecha sería incapaz de pronunciar, simplemente para hacerse venir bien uno de tantos giros argumentales innecesarios en la película? Es imposible no pensar que, en realidad, y muy al contrario que Abrams con su Star Trek, los productores se han decantado por ofrecer un producto totalmente paquetizado para que los jóvenes, de los que intentan captar la atención, se sitúen completamente y sin esfuerzos en esta revisión de la historia de Sarah y Kyle. Porque una de las primeras conclusiones a las que llegamos con el filme, que se ve confirmada al finalizar el visionado, es que esta revisión pretende más ahondar en la relación entre los dos «amantes» (siendo Terminator Génesis una presentación superficial de esta intención), que en la relación hombre-máquina.
Y, sin embargo, nos gusta ese paralelismo entre el futuro y el pasado, un 1984 que veremos modificado en su evolución, pero no en su esencia. Quizá por la existencia del destino, de los astros, o porque siempre deben existir nexos entre las líneas temporales que permitan una aparente continuidad. Pero el 1984 de Cameron está ahí. Y nos encanta.
Así que cuando vemos la aparición del Terminator y su descubrimiento de la ciudad desde el mirador (un plano que siempre me ha parecido plasma perfectamente la llegada de un ser superior al hombre a la Tierra, y lo que va a significar para la raza humana esta presencia), o cómo llega Kyle, robando los pantalones al vagabundo y siendo perseguido por los policías hasta el centro comercial (en una idea que inevitablemente nos lleva a pensar en Regreso al futuro II [Back to the Future Part II, Robert Zemeckis, 1989]), no podemos más que aplaudir este encaje entre pasado y futuro, entre Cameron y los nuevos directores y revisiones a los saltos en el tiempo, a los intentos de detener a Skynet. Siguiendo la propuesta de Looper (Id., Rian Johnson, 2012) se deja claro que para que exista este salto en la linealidad espacio-tiempo también debe haberse dado en algún momento el salto original de Reese. Sin este, Skynet no conocería los planes de Connor, que sigue las instrucciones de su madre Sarah, y no podría haberse personado en el cuartel general de John para modificar los acontecimientos. De Looper también se recoge la idea (que entonces nos remitía a El efecto mariposa [The Butterfly Effect, Eric Bress, J. Mackye Gruber, 2004]) de que una persona puede guardar en su memoria los recuerdos de varias vidas, algo que será crucial para definir a uno de los personajes principales, Resse, como veremos más adelante.
Por tanto, el primer tercio del filme atrapa por intentar identificar similitudes y nuevas diferencias que serán la base de la historia de esta Terminator Génesis. Los problemas serios, principalmente de guion, aparecen a partir de entonces.
Hasta en dos ocasiones durante el visionado del filme se me vino a la cabeza una misma imagen: un grupo de guionistas, sentados en una mesa redonda, desesperados
diciéndose unos a otros, “¿y ahora, qué hacemos?”. La primera vez fue como respuesta a una pregunta que se repite, también, durante todo este primer tercio: los guiños para los veteranos están bien, pero… ¿basar todo el guion en ellos, es necesario?
Sarah Connor diciendo eso de «ven conmigo si quieres vivir». El T-800 y su «volveré». Y no sólo encontramos este «apoyo» a nivel de frases icónicas, sino también de resolución de escenas de acción. Incluso de estética. El T-1000 y su forma de perseguir y matar. La bengala con la que Connor ilumina las cuevas del futuro, la forma en la que aparece en el plano (igual que un enigmático Bale —mucho más convincente— en la cuarta incursión)…
Y es en este punto cuando, además, nos asalta una duda clave: ¿al espectador le sigue interesando el mismo tipo de desarrollo de la acción? Persecuciones entre moto-camión, salidas de entre las llamas del Terminator, T-1000 que se queda enganchado a un coche… es verdad que la mejora de efectos especiales en estos años no tiene por qué ser la solución a todos los filmes del género (y aquí tampoco se presentan muy buenos, la verdad), pero nos quedamos con la pregunta. ¿Realmente el público más joven al que se quiere dirigir este nuevo filme se ha sorprendido y divertido con una réplica casi exacta de las escenas, combinadas todas ellas, de las cuatro anteriores entregas? Los veteranos no, eso seguro. Curiosamente, una de las pocas escenas diferenciadoras no hace otra cosa que llevarnos a pensar en el Nolan de El caballero oscuro: la leyenda renace (The Dark Knight Rises, 2012) o en El hombre de acero (Man of Steel, Zack Snyder, 2013), así que… la originalidad brilla por su ausencia, y más cuando se rellena con giros argumentales más que desesperantes (hecho 3, llegaremos), con deux ex machina continuos y con un supuesto tono cómico que se traduce exclusivamente en poner en boca de Reese, Sarah y Terminator algunas réplicas impropias de la solemnidad que se merece lo que se está contando. Al fin y al cabo, ¿no se trata del alzamiento de la inteligencia artificial contra su creador?
Pero no desesperemos: sí remarcamos algún aspecto. Vamos al hecho número 2.
Hecho número 2: el guion no está a la altura, pero proporciona interesantes reflexiones
Destacaremos dos aspectos que nos han llamado la atención entre tanta distracción involuntaria que aporta el enmarañado guion. ¿El primero? La evolución del cyborg, del T-800, a nivel emocional.
En la primera entrega el cyborg es el malo de la película. Programado para matar, no se plantea la existencia del bien y del mal, de las consecuencias de sus actos. En segunda y tercera, nos enfrentamos al mismo modelo, esta vez reprogramado por Connor para que luche contra las máquinas en favor de los humanos. Mismos sentimientos, diferente objetivo. La cuarta entrega introduce, con la que puede sea una de sus únicas bazas, el hecho de que la máquina puede tener sentimientos, porque evoluciona desde el cuerpo de un hombre…
… y ahora nos encontramos con que el Terminator ya no es un protector. Se convierte en celoso padre.
Interesante. Mientras Skynet adquiere conocimiento a la velocidad de la luz (o a la de la fibra óptica), este modelo de Terminator, viejo pero aún no obsoleto, adquiere sentimientos, aprende emociones, con el paso de los años. El “abuelo” de Terminator Génesis se convierte en el Marcus de Terminator Salvation… cada uno de ellos ha llegado al mismo estado emocional, pero desde una punta del nuevo espectro de la existencia hombre/máquina-máquina/hombre. Espeluznante lo que significará para la evolución de la raza humana la inocente sonrisa de un anciano androide…
La segunda reflexión que avanza el título de este apartado tiene que ver con la profundidad otorgada al personaje de Kyle Reese. Con todo lo dicho, es obvio pensar que en esta Terminator Génesis no es que el personaje esté muy desarrollado. Y es cierto. Pero nos ha gustado ver la transformación de su carácter comparado con la película original.
El Kyle de Cameron rezuma cierta locura, totalmente lógica si pensamos que nació tras el día del juicio final y que ha vivido siempre luchando contra las máquinas. Pero el Kyle de Alan Taylor es seguro de sí mismo, soberbio y algo pedante.
¿Era así antes de subir a la máquina del tiempo?
Pensémoslo, aunque casi con toda seguridad esto en verdad no se lo plantearon los guionistas, ni el actor al preparar su personaje: si la intervención de Skynet altera la dimensión temporal, convirtiendo a Kyle en un chico que crece, al menos durante los primeros y más importantes años de su vida, en una familia estructurada y feliz… ¿no tiene sentido que sea mucho más sereno? ¿No tiene sentido que en su cabeza pueda seguir albergando cierto razonamiento lógico ante las acciones que se le presentan, mucho más allá que el de cumplir con la misión de salvar a la chica? Reese se convierte en Terminator Génesis en el héroe que se adoctrina a sí mismo. El héroe real, con el que todos podemos sentirnos identificados o, más bien, como el que todos queremos llegar a ser.
Porque John Connor pasa a un segundo plano.
Hecho número 3: otra línea temporal no debe ser sinónimo de jugar con los sentimientos de los fans
Increíblemente, no “espoileamos» si decimos que John Connor pasa a ser, en esta revisión temporal, el villano del filme. Ya se ha encargado el trailer de decírnoslo.
Y aquí la segunda vez que se me aparece la imagen de los guionistas en una mesa redonda. ¿Por qué?
Experimentar, sí. Aportar nuevos puntos de vista, también. Pero no puede negarse que John Connor es un icono, por lo que intentar hacer evolucionar la saga sin él, o como el malvado… Más que nada porque claramente, dado el final —y pésima, por predecible, escena post-créditos— se plantean continuar con el desarrollo de esta línea temporal con un resultado que seguramente todos estamos ya adivinando. El salvador de la humanidad, el precursor del mesías que será Neo para los Wachowski, no puede desaparecer. Es la sentencia de muerte, de erradicación total, de la raza humana. Es el símbolo de que estamos perdidos.
Al menos en esta dimensión, claro.
Aunque, cómo no, siempre puede introducirse un nuevo giro que nos devuelva la esperanza.
Veredicto final: la saga, a mejor vida
Muy al contrario que el trabajo del aclamado Abrams, el universo de Terminator ha visto mermado su futuro (algo que no deja de ser irónico) con esta nueva Terminator Génesis. Para gustar a todos, se ha querido hacer tan espectacular y a la vez alejada de Terminator (The Terminator, James Cameron, 1984) que los giros argumentales la convierten en una perfecta comedia de acción (Skynet adoptando forma humana, Connor reconvertido en un miserable, Sarah tan metida en su papel de heroína
que precipita su enamoramiento de forma totalmente irreal, T-800 volviendo, tal y como prometió, claro, tras caer de un helicóptero…). Quedémonos con las dos reflexiones, la del abuelo aprendiz y la del cambio de carácter del protagonista al haber añadido recuerdos en su memoria y, por tanto, modificando la educación recibida. Y recemos por que la siguiente entrega de Terminator, si alguien se atreve con ella, nos deje ver a Connor recuperándose del transplante de corazón propiedad del cyborg que tanto odia, algo que tendría mucho más sentido que continuar con la historia de amor ¿sin sexo? de Sarah y Kyle. Porque una cosa está clara: Abrams nos hizo olvidar que su película era Star Trek XI. Pero el filme de Taylor caerá en el olvido como Terminator 5, sí o sí.