Una estrella deslumbrante
Algunas películas son menospreciadas por la crítica, otras son maltratadas por la distribución y exhibición y muchas ignoradas por el público general. Sin ánimo de ningunear a las ganadoras de galardones hispanos, me atrevería a decir que La estrella azul ha sido injustamente marginada en los Goya, los Feroz y otros reconocimientos a pesar de ser la mejor película española de 2023. Bueno, quizá tenga arreglo y en veinte años se le haga justicia. Con el tiempo su valor será más reconocido, como sucediera con Don Quijote y como puede suceder con Mauricio Aznar a raíz de esta película.
¿Estoy vacilando? En absoluto, La estrella azul merece reconocimiento por la labor de su director, el casi debutante Javier Macipe, por el ambiente de realismo que desprenden sus imágenes y por la bella historia que cuenta. Fue en los noventa cuando Mauricio Aznar, líder de un grupo rockabilly maño denominado Más birras, decidió romper con todo y largarse a Argentina para ver el pueblo natal de Atahualpa Yupanqui y beber del folklore nativo. La estrella azul necesita unas pocas secuencias para situarnos en una España en ebullición, con grupos rockeros pugnando por el triunfo y bailando al borde del abismo, a merced de la droga [i] y de la incomprensión. En ese contexto, Mauricio deja atrás trabajo, adicción y pareja para embarcarse en un viaje a la Pampa dónde buscará la esencia musical que le confiera un aliciente para seguir componiendo y orientarse a un rumbo distinto. Y si la primera parte de la historia se ha contado con eficacia, lo que acontece en la Pampa es un prodigio de naturalidad, mérito de la capacidad de Macipe por captar las relaciones entre Mauricio y la familia Carabajal (interpretada por los miembros auténticos de esta saga de músicos de Santiago del Estero) y el entorno de pobreza que se vivía en una de las más míseras provincias de Argentina. No es ajeno a ello la capacidad asombrosa de los intérpretes amateur para encarnar con absoluta verosimilitud a sus propios hermanos, tíos o primos y hacerse suyas sus emociones, recuerdos o sensaciones de la relación que establecieron con Mauricio Aznar. Ni tampoco, la sensible actuación de Pepe Lorente en una interpretación que desprende humanidad y humildad, la de un personaje quijotesco que se presentó en la vivienda de los Carabajal como un admirador y un aprendiz para, posteriormente en Zaragoza, reivindicar el mérito de las cacharitas y otras músicas andinas. El primer encuentro de Mauricio/Lorente con Carlos/Cuti Carabajal desprende auténtico aire documental pero este tono se mantendrá aún cuando se introduzcan esbozos de guion ficcionalizados. Al contrario de lo que pudiera temerse, se integran en la trama toques emotivos que se fusionan perfectamente con la captación de la realidad. Así, la descripción visual de la pobreza (las sábanas sucias, las comidas modestas de los Carabajal, ese niño comiendo tierra en medio de la fiesta…) o las lecciones de guitarra, se enlazan perfectamente con las secuencias que describen la creciente amistad entre Mauricio, Carlos y Andrea, con esos momentos íntimos de camaradería y atracción entre unos y otros, en el patio de la casa familiar, en la conversación en el lecho del río Dulce o en las fiestas o bailes populares.
A su regreso a Zaragoza, más alejado que nunca de su banda de rock, Mauricio Aznar se dedicó a reivindicar la música folklórica argentina, precisamente en un momento en que la sociedad española prefería los ritmos europeos o anglosajones, lo que llevaría a topar con numerosos molinos administrativos y comerciales. Sin embargo, una vez más, Macipe nos sorprende con una habilidad para evitar los lugares comunes. No estamos tanto en una narración al estilo de A Star is Born, con el auge y caída de una estrella. Estamos en la crónica de una época, un lugar y, sobre todo, de un personaje. De un perdedor quijotesco que evitó triunfar cuándo pudo hacerlo (la voz de Bunbury pidiéndole permiso para que los Héroes del Silencio grabaran un cover del éxito de Más birras, Apuesta por el rock) y que prefirió apostarlo todo a una propuesta contracorriente que se aproximaba más a sus intereses, sin darse cuenta (o, tal vez, siendo plenamente consciente de ello y aun así) de que se encaminaba al fracaso. Allí dónde Terry Gilliam no pudo triunfar (ni en su segundo intento) versionando la historia del Quijote, triunfaron Keith Fulton y Louis Pepe en Lost in la Mancha (2002), recreando la doble épica del personaje cervantino y del director americano. En esta ocasión, Macipe triunfa, y a su vez, hace triunfar a Mauricio Aznar, haciendo justicia a su honestidad consigo mismo, buscando un rumbo musical con el que se identificara, y con las chacaritas que admiró. Para ello Macipe introduce un dispositivo metacinematográfico arriesgado pero que consigue llevar adelante con éxito. En un momento relevante, cuando Mauricio trata de hacer un concierto folklórico en la plaza del Pilar y le es negado con evasivas, la voz de Pepe Lorente advierte al funcionario que “en tres secuencias más, estaré muerto; pero en veinte años se hará una película sobre esto y ahora tienes la oportunidad de no quedar mal”. A partir de ahí, cuándo los funestos presagios se cumplen tres secuencias más tarde, Macipe evita, dignamente, mirar el cuerpo de Aznar y, sin embargo, mueva la cámara en un travelling que revela a todo el equipo de rodaje, en primera instancia, para encadenar con la (supuesta) filmación del numeroso casting que seleccionaría (incontestablemente) al excelente Lorente [2] como encarnación de Mauricio Aznar. A tal secuencia le seguirá otra en la que equipo de rodaje y familia Carabajal bailan juntos, celebrando las chacaritas, la película y la vida. Hay quien podría considerarlo ombliguista, error propio de un debutante, pero es en este final dónde se expresa plenamente no sólo el júbilo de dos grupos artísticos [3] sino el éxito póstumo, el reconocimiento de Mauricio Aznar.
[1] Macipe se marca una asombrosa secuencia que define el estado del protagonista encadenando su interpretación en el escenario tras una bronca previa con un espectador, su fuga tras las bambalinas y pasillos subterráneos con una yonqui, mientras aparentemente él mismo sigue actuando, su llegada a un ascensor de luz intermitente y la llegada de este al comedor de una casa dónde el propio Mauricio ve en la televisión un programa sobre Yupanqui, en el que él mismo aparecerá mientras se oye la voz en off de su novia que le recrimina haberse drogado una vez más.
[2] Un intérprete fenomenal que también toca la guitarra y canta las canciones
[3] Sobradamente merecido, no sólo por el brillante resultado final de La estrella azul, sino por las dificultades del proyecto que, diseñado hace 10 años, topó con la pandemia de 2020, la muerte del montador, el cambio de plan de rodaje y los difíciles ajustes económicos.