—¿Qué es para ti lo más importante?
—La libertad.
Sustentando esta afirmación, un director de cine de mediana edad (Kim Tae-woo) responde sobre sus ideales vitales y creativos ante la pregunta de un joven estudiante. A través de él, resulta voluntariamente reconocible la voz del propio Hong Sang-soo, que como es habitual, entabla un diálogo con su película mediante la reflexión que establece en la misma. En esta especie de exorcismo metacinematográfico, su concepción literal se abre y su identidad se lee desde diferentes estadios, interrogándose con la intención de ser descubierta en su recorrido. Es desde su afilada transparencia que Like You Know It All (Hong Sang-soo, 2009) —novena película del director surcoreano— plantea su cometido; rizando el rizo de una obra atosigada por una autoría que ve cuestionada su existencia desde su metodología y razón de ser, buscando esa inalcanzable libertad fílmica y existencial.
Jecheon, verano de 2008; con este primer intertítulo se sitúa el marco espacio-temporal de la acción. Allí, el protagonista llamado Ku Kyung-nam —el director ya mencionado— espera en el exterior de una estación. Inmediatamente, este será interrumpido e identificado como tal, desvelando que el motivo de su estancia allí es la de ejercer como jurado en un festival de cine. En este entorno, la conversación entre la fauna festivalera orbita alrededor de sus posturas y logros y sirve a la película para hablar de su propio envoltorio y pensar sobre él. Para ello, su cruzada interna viene dada desde el análisis formal y la relación que establece en imagen con lo que debaten sus personajes, volviendo a las rimas de varios lugares comunes para fortalecer la reescritura de los códigos de su particular prisma poético.
Desde ahí, se articulan diferentes perfiles torturados, desvelando la miseria humana a través de los efectos del alcohol al reconocerse unos a otros entre confesiones, halagos e increpancias. Formalmente, esto ocurre en conversaciones tendidas de sutiles reencuadres, —mayormente posicionados desde el perfil lateral de los personajes—, reforzando la cadencia y la dirección emocional que adoptan en cada momento. De esta forma, Hong Sang-soo explora ideas transversales desde el pesimismo que lo caracteriza, como la culpa y su imposible redención. Esto queda reflejado en el reencuentro casual —también, elemento común en su cine— entre el director y un viejo amigo (Gong Hyung-jin), donde se dará una extraña y confusa circunstancia —expuesta como una secuencia a medio camino entre la realidad y el sueño— que hará que el segundo no quiera volver a ver al primero, dando lugar a un violento desenlace.
Huyendo de ese escenario, la acción será conducida en un segundo intertítulo que sitúa la segunda mitad de la película doce días después; partiéndola en dos para volver a ser contemplada desde otra situación que, inevitablemente, tiene ecos de la anterior. Ahí, Ku Kyung-nam espera nuevamente en una estación, esta vez en la isla Jeju, donde el tipo impartirá clase en una escuela de cine. Para ensamblar el recorrido dramático, el director (el real) hace uso de la voz en off —elemento mayormente desechado en sus últimos trabajos—, haciendo de su monólogo interno parte importante de su viaje emocional.
En este caso, el reencuentro fortuito se dará nuevamente, esta vez con un reconocido pintor llamado Yang Cheon-soo (Moon Chang-gil) y su pareja Goo Sun (Go Hyun-jung), quienes también se conocían de antes. En un desbarajuste argumental de circunstancias extrañamente coherentes, sucede que el director y Goo Sun terminan acostándose juntos, avivando un pasado sin resolver en un momento donde son capaces de reconocerse en sus voluntades el uno con el otro. Esta breve secuencia de cama —interrumpida por el descubrimiento de la infidelidad— viene precedida por uno de los leitmotivs más habituales del cine de Hong Sang-soo, donde ante la desolación de una vida sin rumbo, los personajes reconocen su emoción a orillas del mar. Esta circunstancia se repite como un alivio recurrente, observando ahí la posibilidad de otra vida, o simplemente, de la banalidad de aquella que les ha tocado vivir a partir de sus cuestionables e irreparables decisiones.
De esta manera, Like You Know It All sitúa una última ventana de esperanzadora revelación y triste humanidad, mirando más allá del horizonte para elucubrar un paisaje precioso que eleva la vida (y la imagen de la misma) por encima de su percepción individual, adscribiendo su anhelada libertad desde la humildad de su desprendimiento. Algo que por desgracia neurótica y por fortuna cinematográfica, seguirá explorando en sus futuras películas, buscando otras formas de ser observada.