Estamos acostumbrados al ruido. Cada día, sobre todo en las grandes ciudades, los oídos se ven atosigados por cientos de estímulos auditivos: el gentío, el tráfico, sirenas, obras… Un lugar tranquilo: Día 1 nos recuerda este hecho con un breve texto al inicio de la película y lo enfatiza durante los primeros minutos de metraje, impregnados de todo tipo de sonidos típicos de las urbes, en este caso en la superpoblada Nueva York. El ruido constante envuelve a los personajes durante la breve introducción que presenta a Sam (Lupita Nyong’o) y su gato de asistencia Frodo (tremendo el personaje felino), además de otros personajes de carácter más secundario (Djimon Hounsou retoma su papel de la segunda película de la saga). Sin demasiada dilación, a los pocos minutos unos meteoritos caen en la tierra trayendo consigo a unas criaturas que se guían por el sonido y atacan a cualquier persona que detecten con su aguda audición, obligando a poner fin al ruido.
Este contexto sitúa a Un lugar tranquilo: Día 1 en la fecha en la que comenzó el mundo vacío y silencioso que presentaba Un lugar tranquilo y que se extendía en Un lugar tranquilo 2, siendo el filme que nos ocupa la tercera entrega y precuela de esta peculiar saga que comenzó John Krasinski en 2018. Tras el momento de caos inicial con la llegada de los monstruos, la película recupera rápidamente el tono más “tranquilo” y tenso de las anteriores entregas, sustituyendo la saturación de ruidos aglomerados de la gran manzana por una atmosfera en la que cada sonido cobra importancia y hasta el más leve de los chasquidos puede helar la sangre al espectador. Por supuesto, no faltan los sustos y, en esta ocasión, la película cuenta con algo más de acción, pero mantiene un bien equilibrio creando escenas de los más agobiantes cuyo silencio asfixiante consigue extenderse fuera de la pantalla. Ahora bien, se trata de una tercera entrega y ya empieza a haber una cierta repetición en algunos aspectos de la saga, además de estar lejos del ingenio y la cuidada elaboración de escenas de las dos primeras películas, en las que múltiples elementos de tensión se concatenaban y acumulaban dando como resultado situaciones imposibles en las que uno no podía despegarse del asiento.
Por supuesto, la sensación de peligro es constante y, en un mundo en el que no se puede hablar, no hay demasiado espacio para diálogos, a excepción de situaciones que favorezcan el uso de la voz al camuflarse por algún ruido externo, como el traqueteo de gotas de lluvia. Sin embargo, esto no impide que los personajes se den a conocer y que encuentren la manera de estrechar lazos entre ellos. Irónicamente, Sam no parece una persona que se exponga a los demás y, ya antes del silencio, se mostraba reticente a expresarse, siendo una poeta que había dejado de escribir. Sin grandes aspiraciones y con el único objetivo de conseguir un trozo de pizza, Sam camina por las calles de Nueva York sin nada que decir pero con mucho que contar, algo que mostrará a lo largo de su viaje. Los momentos más entrañables surgen de los actos, desde compartir una chocolatina a un truco de magia, y manteniendo el espíritu de la saga, Un día tranquilo: Día 1 consigue ser emotiva cuando se lo propone. En la ausencia de diálogos, la película busca la expresión artística como principal conexión entre las personas.
Michael Sarnoski le toma el relevo a Krasinski en esta precuela y, sin arriesgar demasiado, mantiene el tono y los elementos característicos de la saga. Aunque pierda el impacto de las anteriores, la película sigue cargada de tensión y, especialmente, resulta emotiva con momentos que transmiten ternura en ese mundo en el que en lugar de vocalizar los sentimientos, estos se expresan mediante acciones.