La última noche en Tremor, de Oriol Paulo

La última noche en TremorSe nota que Oriol Paulo se crió viendo el cine de Hitchcock. Ese espíritu de hacer cine de suspense, de jugar con nuestras expectativas, con el punto de vista, con la trama y con el tempo se notaba ya en El cuerpo, en El inocente, en Contratiempo, en Después de la tormenta (¿qué tiene Paulo con las tormentas?), en Los reglones torcidos de Dios, y por supuesto se nota y mucho en La última noche en Tremor, donde vuelve a adaptar una novela, esta vez de Mikel Santiago, con sus guionistas habituales, Lara Sendim y Jordi Vallejo.

No solo se nota por la presencia de la madre castradora de Psicosis, por los espionajes de La ventana indiscreta, las identidades encubiertas y las sospechas como en La sombra de una duda, los traumas que nos marcan como en Marnie, la ladrona, los recuerdos sepultados en el subconsciente como en Recuerda, o la importancia de una nota en el momento adecuado como en El hombre que sabía demasiado y desde luego no porque su puesta en escena tenga el virtuosismo del británico, ni la pericia técnica de un De Palma o la sensibilidad de un Shyamalan, y tampoco es que le hagan falta al fin y al cabo. Lo que importa para lo que estamos hablando es la voluntad que anida tras una ambiciosa serie de ocho capítulos para tener al espectador en vilo sin meter morcillas como ocurre en el noventa por ciento de las miniseries de suspense a las que le sobra la mitad del metraje siendo extremadamente generosos. Y eso a pesar de dos primeros capítulos en los que le cuesta alcanzar el ritmo, en los que hay demasiados tiempos muertos, demasiada desconexión con ese sentimiento de explorar el misterio. Pero si nos dejamos engatusar por sus respectivos desenlaces y por la rima que establecen entre sí, la serie después va in crescendo y justifica plenamente su extensión hasta el punto de que el penúltimo capítulo finaliza con un cliffhanger en toda regla que permite hacer quinielas sobre el desenlace pero sin dar todavía nada por sentado. Los capítulos intermedios bifurcan la narración, ahondan en el pasado, pero son flashbacks con entidad propia, que podrían independizarse y no funcionarían mal, aunque por supuesto forman parte del puzle, como se empeña en llamarlo Álex, el protagonista encarnado por Javier Rey, muchas veces tomado por loco.

La última noche en Tremor

Por supuesto, la serie no es perfecta, el guion tiene sus defectos, sus clichés (quizá en la secuencia del psiquiátrico se ha dejado llevar demasiado por el espíritu de su anterior film, recordemos inspirado en una novela de los años setenta y la ambientación resulta algo simplista y no demasiado políticamente correcta respecto a un tema actualmente delicado como es el de la salud mental), sus pequeñas trampas que están feas (la pareja de la furgoneta roja con un físico prácticamente calcado al de los policías, que por supuesto siembra dudas en el espectador, o el hecho de que la inspectora escuche la grabación a la vez que Javier y no lo haya hecho previamente son solo un par de ejemplos) y también de las que están mejor, las que nos tendemos a nosotros mismos por creernos a quien no debemos. La forma de deshilvanar la información en los flashbacks no deja de ser artificiosa y por eso mismo a ratos inverosímil, y tiene sus momentos lindantes con el ridículo (la grabación de la premonición al son del piano que, sin embargo, toma un ritmo que nos impide detener la reproducción). Pero también tiene sus cosas buenas más allá del tratamiento del suspense o de la integración de las «premoniciones» casi como un leit motiv recurrente (esa noche de tormenta, esa lluvia de peces, esa llamada a la puerta…). Está la música de Fernando Velázquez, colaborador habitual de Paulo, que quizá inconscientemente (o quizá no), como quizá inconscientemente (o quizá no) el cine del realizador quiera transportarnos a Hitchcock, nos trae a la cabeza las partituras que Bernard Herrmann compuso para el director de Los pájaros; está Ana Polvorosa, a la que quizá nunca me había tomado demasiado en serio (para mí la Lore la tenía estigmatizada, y después de todo tal vez aquella también era una buena interpretación, pero uno, que también tiene derecho a equivocarse, no podía separar a persona y personaje), y aquí, aunque solo sea por el capítulo cuarto (al lado de eso todo el resto de su interpretación no puede sino ser más discreta) se ha ganado todo mi respeto como actriz; Están un recuperado Willy Toledo y la siempre eficaz Pilar Castro embutidos en unos personajes con los que resulta difícil empatizar, algo claramente buscado, y que enrarecen la atmósfera otorgando un aura de misterio que es el caldo de cultivo perfecto para que todo lo que pasa por la cabeza de Álex suene a teoría conspiranoica aunque por supuesto no nos quede otra que ponernos de su lado, pues las evidencias que todos parecen ignorar juegan de su parte de cara al espectador. Y no podía faltar Ana Wagener, arrinconando al protagonista, que tendrá que decidir si es un hombre de ciencia o de fe.

La última noche en Tremor

Al margen de sus limitaciones y de sus guijarros en el camino, La última noche en Tremor es un sí rotundo simplemente por ese empeño en narrar a golpe de clímax, por esa sensación de juego continuo, por conseguir otorgar naturalidad a lo perteneciente al reino de lo fantástico, por lograr que creamos en las premoniciones, en ver el futuro, en intentar cambiarlo y, tal vez lo más difícil, en la posibilidad de escapar del pasado.