Autenticidad
Cuando uno termina de ver un filme que le ha conducido vertiginosamente de las lágrimas de risa a las de tristeza, debe llegar a dos conclusiones ciertas: que ha presenciado la película de un director hábil e inteligente y, sobre todo, que ha visto algo que se parece mucho a la propia vida. La autenticidad y honestidad con las que Daniel Sánchez Arévalo explora las miserias y maravillas humanas es, en mi opinión, el rasgo distintivo de su cine, compuesto de guiones singularmente sólidos en el ámbito español, y ejecutado con una brillantez narrativa (virtuosismo, casi) igualmente poco común.
Pero quiero ser claro: el salto cualitativo desde AzulOscuroCasiNegro (2006) es sideral. Su anterior película ya contenía, igual que su notable corto Traumalogía (2007), todas las virtudes presentes en Gordos, pero no compartí el entusiasmo por un filme en mi opinión tan interesante como irregular, con tantos actores eficaces como fallidos, con tantas escenas eminentes como reiterativas. En Gordos, el trabajo de guión alcanza un esencialismo difícil de discutir, a no ser con lugares comunes o simplemente rehuyendo un análisis técnico del guión; el trabajo del cineasta con los actores es irreprochable, porque no sólo confirma su química con un Antonio de la Torre sencillamente perfecto (uno de los mejores trabajos en el cine español de los últimos veinte años), sino que logra que por vez primera Verónica Sánchez emocione, impresione.
El tobogán de humor y drama en el que nos introduce el autor resulta, además, perfectamente coherente con lo que parece querernos contar: que un delgado en un mundo de gordos puede ser tan infeliz como un gordo en un mundo de delgados; que se puede follar mucho y querer poco, y viceversa; que no hay certezas, ni fórmulas matemáticas ni recetas infalibles, ni finales felices ni tragedias sin sonrisas. Que las dietas son mentira, pero sobre todo mentiras nuestras. Que la verdad duele.
Hay en Daniel Sánchez Arévalo un prurito de modestia encomiable, y aunque en ocasiones la pretendida profundidad de los diálogos resulta ligeramente artificial, el tono del filme transmite con nitidez que nada de lo allí contado pretende ser un dogma ni una seria hipótesis sobre la vida, sino una ficción que quiere hacernos pasar un buen rato, pasearnos por unas vidas parecidas a las nuestras, enseñarnos miserias desconocidas y enfrentarnos quizá con las que ya conocemos pero no nos atrevemos a mirar de frente. Hay en Sánchez Arévalo una honestidad, insisto, encomiable. Su autoparodia, cuando en un momento de la película el protagonista define su situación como «MarrónOscuroCasiMierda», lo dice todo.
Gordos se parece tanto a la vida porque no contiene buenos ni malos, porque abundan los silencios tanto como las palabras y las miradas tanto como la acción; el cineasta no pretende impostar un estilo mediante rasgos fácilmente reconocibles por críticos o cinéfilos, sino dejar que la necesidad narrativa de sus historias construyan el estilo. Las contradicciones de los personajes, abiertos en canal, aparecen sin maquillaje ni anestesia, y no hay lugar para compadecerse ni autocompadecerse: un personaje se lamenta de que «se siente como una mierda» y otro responde de inmediato, «es que eres una mierda».
El revoloteo insistente por palabras con aire de profundidad, así como una cierta necesidad de remarcar lo ya dicho anteriormente con más sutileza y elegancia son flecos que, en mi opinión, quedan por recortar para que Sánchez Arévalo sea un autor de primera fila. Ha hecho un filme excelente, auténtico y honesto. Esto es muchísimo. Pero como ocurre casi siempre con nuestros cineastas de interés, enseguida tendrá que mirar hacia fuera. Aquí, mientras eres un chico voluntarioso que hace películas interesantes, te alaban con condescendencia paternalista; cuando apuntas como cineasta de importancia te ningunean, te desprecian y, si pueden, te pisotean. Ocurre en todo, también en el cine. Así que pronto tendrá que mirar fuera donde, quizá, esos flecos sean todavía una rémora excesiva. Mientras, en estos tiempos con tanta inflación de impostura, deseo que siga observando el mundo con esa transparencia, y que nos siga haciendo reír y llorar, y mirar hacia nuestra vileza con la misma crueldad con la que miramos hacia la de los demás.