Una estrella grande y brillante
Antes de estrenarse en el largometraje, Paul Thomas Anderson rodó con 17 años el germen de lo que años más tarde se convertiría en Boogie Nights (1997), su segunda película. Usando el formato de falso documental, The Dirk Diggler Story (1988) narra el auge y caída de una estrella del cine porno, caracterizado tanto por el desmesurado tamaño de su pene como por el de su propio ego, cuya adicción a las drogas, entre otros excesos, acabarían por destruirle. El personaje protagonista de aquel mediometraje estaba inspirado libremente en la figura del actor estadounidense John Holmes, considerado como uno de los grandes nombres dentro de la industria del cine X de los años 70 y que participaría en más de 2500 producciones durante la época conocida como la Edad de Oro del porno o porno chic. Dicho periodo de esplendor del género, que se extendió hasta mediados de los años 80 y cuyo punto de partida fue el estreno comercial de Blue Movie (Andy Warhol, 1969), se distinguió por la buena acogida que obtuvo el cine para adultos por parte de la crítica, el público general y los medios de comunicación estadounidenses, todo ello en un contexto histórico marcado por los movimientos sociales en defensa de las libertades individuales. El estreno de Garganta Profunda (Deep Throat, Gerard Damiano, 1972), revolucionaría la esfera social y política, convirtiéndose en una de las películas más rentables hasta la fecha. El reverso de toda aquella aparente apertura de miras sería la explotación despiadada de los actores y las actrices, la incursión de la mafia en el negocio, el abuso de drogas y el estigma social.
El nombre de Dirk Diggler volverá a aparecer nueve años después de aquel primer esbozo del Paul Thomas Anderson estudiante, siendo el pseudónimo que escoge el personaje de Eddie Adams (Mark Wahlberg) para su debut como actor porno. Con un desenlace diferente al del mediometraje, no parece que la intención del director de Boogie Nights fuese la de elaborar un retrato fidedigno de la vida de Holmes, sino más bien la de establecer un juego de espejos entre la realidad y la ficción. Sin ir más lejos, en cierto momento del filme el personaje de Wahlberg hace una referencia explícita al actor de carne y hueso para, precisamente, desmarcarse de él cuando dice: mira el personaje creado por Holmes, ese actor porno. Siempre está pegándole a alguna mujer. No está bien. No es es erótico como debe ser. Este desapego con la biografía del actor real será una ilusión puesto que a medida que el filme avanza los paralelismos entre ambos se irán acentuando más allá de que los dos compartan un mismo talento surgido de la entrepierna. El espejo, también como objeto físico, aparecerá en reiteradas escenas, ya que es ante su propio reflejo cuando Eddie Adams, el chico humilde de Torrance, se olvida de sí mismo para ser engullido por su alter ego Dirk Diggler, la estrella del porno. Una duplicidad que no acabará aquí ya que a su vez Diggler tendrá su propio alter ego, el del detective Brock Landers, personaje con el que protagonizará una serie pornográfica de trama policial al igual que ocurriría con Johnny Wadd, personaje creado por John Holmes. A medida que avanza el metraje la identidad de Adams acabará por convertirse en un ente difuso, difícil de delimitar. Sin embargo no sería justo centrar el peso de la película únicamente en los detalles del personaje de Wahlberg o en su verosimilitud con Holmes, ya que la principal virtud de Boogie Nights reside sobre todo en ser una radiografía del funcionamiento de la industria del porno de finales de los 70 en Estados Unidos. Un retrato que abarca también el cambio de paradigma que tendría lugar a principios de los 80 con la entrada del vídeo doméstico en sustitución de las proyecciones en salas comerciales, cambio que haría abaratar los costes de producción en detrimento de la calidad de las películas. Y todo ello explicado en un filme coral, lleno de personajes carismáticos.
La película, una dramedia, abre con un virtuoso plano secuencia filmado con una cámara aérea que avanza propulsada por los acordes del tema Best of My Love de la banda The Emotions, presentando en un único movimiento a todos los personajes principales al tiempo que consigue capturar, en los escasos minutos que dura la canción, el ambiente de los clubs nocturnos de finales de los 70 en California. Es en este contexto donde Jack Horner (Burt Reynolds), un director de cine para adultos que se considera a sí mismo como un autor, recluta a Eddie Adams en su equipo. Intuyendo su potencial le dirá: diecisiete años y eres de oro. Pienso que debajo de esos vaqueros hay algo maravilloso. Junto a su musa, la actriz porno Amber Waves (Julianne Moore), una mujer rota por la separación de su hijo y por su adicción a las drogas, iniciarán al joven en el negocio del porno al mismo tiempo que suplirán su falta de referentes paternos, formando una especie de familia disfuncional. En este sentido resulta revelador que se conecte la escena en la que Adams abandona el hogar familiar dando un portazo tras una discusión con su madre y ante la impasividad de su padre con la siguiente escena en la que Horner le abre las puertas de su mansión, dándole la bienvenida con los brazos abiertos. El reparto se completa con un notable elenco de actores, muchos de ellos en uno de sus primeros papeles y con una gran carrera posterior (Heather Graham, Philip Seymour Hoffman, William H. Macy, John C. Reilly, etc). Anderson consigue dotar de una entidad propia a todos sus personajes, cambiando el punto de visita de uno a otro para otorgar a cada uno su momento de protagonismo, desarrollando con sensibilidad y dramatismo la historia de cada uno de ellos y consiguiendo que resulten entrañables. La suma de todos esos elementos acaba por configurar un retrato generacional agridulce que muestra los juguetes rotos que dejó la industria del porno, el estigma de aquellos que formaron parte y las dificultades para su redención.
Junto al vestuario, los pantalones acampanados, la ropa colorida y el maquillaje, la banda sonora, llena de éxitos del momento, consigue imbuirnos en la atmósfera de la época, además de jugar un papel fundamental en la construcción de algunas situaciones, como la que tiene lugar en casa del contrabandista Rahad Jackson (Alfred García). Resulta evidente la influencia tarantinesca en la puesta en escena y la ejecución de la misma, donde el excéntrico capo, que canta y baila Jessie’s Girl de Rick Springfield, vestido con un batín plateado mientras su joven amante chino se entretiene haciendo explotar petardos, podría ser perfectamente un personaje de Pulp Fiction (1994). La tensión sostenida hasta la exasperación y el salvaje desarrollo final de los acontecimientos, que tienen un paralelismo —retratado con múltiples licencias— con los asesinatos que acontecieron en Wonderland avenue (Los Angeles) en Julio de 1981, y donde John Holmes —ya en plena decadencia— se vio implicado, marca otro de los momentos destacados de un filme que se ramifica en múltiples capas que podrían analizarse por separado. Es en esa misma escena, mientras suena la canción de Springfield y poco antes de que todo se salga fuera de control, donde Paul Thomas Anderson decide mantener un primer plano de Eddie Adams aka Dirk Diggler durante más tiempo del que cabría esperar, creando una mezcla de expectación y desconcierto. No hay nada en apariencia que justifique la duración de ese plano, que muestra su mirada, entre perdida y curiosa, y una media sonrisa, que se irá endureciendo a medida que pasen los segundos. Nada, salvo la marca personal de su autor, que ya dejaba entrever desde entonces una voz propia.









