Exit 8

Sitges 2025. Volumen 2

Blazing Fists, de Takashi Miike – Òrbita

Miike es sin duda sinónimo de Sitges. El estilo irreverente de sus thrillers (más o menos explícitos en su violencia según la ocasión pero siempre excesivos y provocadores) y su habitual tono cargado de humor negro, freak y de serie B conectan directamente con las sensaciones que suele buscar el público del festival. Así lo demostraron los primeros minutos de la proyección de Blazing Fists en el Cine Prado donde el público celebraba con risas y aplausos cada sobreactuación autoconsciente; recibiendo cada cliché japonés con entusiasmo y complicidad al entenderlo como parte del juego tácito entre director y audiencia. Pudo igualmente sentirse cómo ese fervor inicial se diluía conforme avanzaban las casi dos horas de un metraje claramente errático y excesivo. Diera la sensación que por problemas de producción se tuviera que modificar el plan inicial durante el rodaje: subtramas complejas que no se resuelven, personajes con arcos contradictorios y un mayor simplismo en las soluciones de montaje y puesta en escena en comparación con lo presentado durante los primeros compases.

En sus mejores momentos, la película funciona como un live action ficticio de un manga que no existe (pero debería); donde las habilidades como luchadores de sus personajes son directamente proporcionales al carisma que desprenden y el tiempo invertido en peluquería y vestuario (el villano parece sacado directamente de la serie de videojuegos de lucha King of Fighters). Sorprende incluso la capacidad de Miike para trasladar esos códigos hiper exagerados del shonen japonés fuera de la animación de manera más convincente que otras producciones similares de mayor envergadura (quizás gracias a ese mencionado tono autoparódico y sin complejos). Aun así, los problemas serios de ritmo y la falta de dirección clara de la trama lastran el conjunto de una película que no logra destacar entre otros clásicos del director.

Fernando Cid

El fantasma de la Quinta, de James A. Castillo – Anima’t Curts

Tras su premier en el festival de Tribeca, el cortometraje El fantasma de la Quinta aterriza en Sitges para participar en la sección Anima’t Curts, una obra del director James A. Castillo que nos sumerge en las pesadillas que asoman tras las Pinturas Negras del gran artista español Francisco De Goya. Siendo la Quinta del Sordo la única “testigo” del oscuro episodio al que el pintor se enfrentó en aislamiento, la actriz Maribel Verdú le da voz a la casa de campo y acompaña mediante una narración en off el viaje del torturado protagonista. Enfatizando la construcción de una atmósfera oscura, siniestra y surrealista, El fantasma de la Quinta muestra el arte como una purga del miedo y el dolor. Una lucha contra los demonios internos de uno mismo que se manifiesta en la terrible expresividad de las pinturas, referenciadas en los planos y la paleta de colores de la animación, la cual explota su libertad ficticia para proyectar las terroríficas visiones de Goya. El sufrimiento de uno se convierte en un legado que perdura y propaga las emociones que ahogaban al artista a través de las generaciones, dejando un rastro lleno de misterio y de enigmas que despiertan la curiosidad ante el horror. Una curiosidad que, como le ocurre a la Quinta, empatiza ante la visión de un dolor desconocido.

Dani Álvarez López

Exit 8, de Genki Kawamura – Oficial Fantàstic Competició

Dentro de la cultura creepypasta en internet, la estética de los espacios liminales resuena con una fuerza especialmente terrorífica por sus implicaciones alegóricas dentro de la sociedad actual. Fueron quizás uno de los descubrimientos clave de Matrix (Lilly y Lana Wachowski, 1999), donde ya se anticipaba el potencial de esta identidad visual para reflejar —en un mundo digital— escenarios situados en la frontera entre lo real y lo onírico. Resultan quizás terroríficos por su mezcla ambigua de extrañeza y familiaridad, que produce en nosotros un efecto cercano al uncanny valley. La propuesta de Exit 8 se sitúa paradigmáticamente a sí misma también en un espacio liminal simbólico, en este caso a medio camino entre el cine y el videojuego. Doblemente paradigmático incluso, si tenemos en cuenta que el material de partida se trata de un walking simulator, un género de videojuegos muy narrativos (entendido aquí como muy poco interactivos) surgido en la década de 2010. Denominados así de manera despectiva por sus detractores precisamente por considerarlos fuera de los márgenes de lo entendido como propiamente jugable.

El responsable de la adaptación, Genii Kawamura, explicaba durante la presentación de la película en el festival que, consultando cómo abordar el proyecto con Shigeru Miyamoto (el creador de Mario Bros) éste le explicaba que un buen videojuego resulta divertido tanto al jugarlo como al ver a otro jugar. El planteamiento de la película se despliega fundamentalmente así desde esta premisa. Tras la secuencia introductoria en plano subjetivo, la cámara se separa de esta perspectiva para que, como espectadores, acompañemos al protagonista/jugador en su asfixiante tarea: escudriñar el pasillo de metro en el que se encuentra encerrado en busca de “anomalías” que le permitan escapar. Los largos planos sin apenas cortes buscan atrapar a la audiencia en este angustioso juego: intentando ayudar al protagonista en su tarea o preguntándose junto a él si están resolviendo con éxito los acertijos de este claustrofóbico limbo. Por contra, convence mucho menos en aquellos momentos en los que intenta justificarse añadiendo profundidad y desarrollo a sus personajes y temas en lo que puede sentirse como un burdo intento de expandir un dispositivo que funciona mejor en su versión más simplificada y pura. En conjunto, pese a lo extremo y arriesgado de su desarrollo, Exit 8 logra con esta fórmula mantener con solvencia el interés durante todo su metraje (aunque la repetición intrínseca a su fórmula puede que deje por el camino a aquellos que no estén dispuestos a aceptar sus particulares reglas).

Fernando Cid