Colonialismo
Quizás el tema más notorio que haya emergido en esta edición de la SEMINCI sea el colonialismo. En primera instancia, por la urgencia y relevancia que supone la actual situación en Palestina, objeto del permanente avance colonial sionista, exacerbado por el genocidio que todavía se lleva a cabo en Gaza. Varios títulos trataron dicha lacerante cuestión, aunque quizás los resultados artísticos no fueron particularmente memorables. Estos llegaron generosamente en obras que más bien abordaban el poscolonialismo y transcurrían en otras zonas del mundo. Así lo reconocieron los diferentes jurados, otorgando los máximos galardones en la Sección Oficial, en Punto de Encuentro y en Alquimias a películas sobre dicha temática, curiosamente las tres con producción portuguesa. Y es que la cuestión colonial tiene en el cine del país vecino un peso que, por ejemplo, no caracteriza al español, quizás porque sus heridas y traumas son más recientes.
En todo caso, creo que pocas obras cinematográficas han mostrado con más autenticidad, profundidad y complejidad los problemas de las relaciones poscoloniales entre europeos y africanos que La risa y la navaja de Pedro Pinho, merecida ganadora de la sección Punto de Encuentro y quizás la gran película contemporánea vista en el festival. Su protagonista es un cooperante contratado por una ONG para elaborar un informe sobre el impacto social del trazado de una carretera en Guinea Bissau financiada con fondos europeos. La escena inicial, con ese policía que detiene su vehículo y le pide un libro para leer, ya nos anuncia que nos adentramos en un mundo con sus propias reglas en el cual la mejor opción es tratar de fluir adaptándose a ellas. Este hombre pronto tratará de integrarse y amistarse con unos lugareños. Sus interacciones revelan que prácticamente no hay opción buena para que estas relaciones sean naturales, porque siempre va a persistir el pecado original de ser un europeo blanco cuya brecha económica se ha construido en parte por la explotación colonial y porque las dinámicas poscoloniales persisten. El tiempo es quizás el único aliado del protagonista: estar presente, empaparse y aprender. Pinho hace lo propio invirtiendo más de tres horas y media, que son cinco y media en la versión estrenada en DocLisboa, en el desarrollo de la acción. De este modo, nos sumergimos en un mundo que a menudo resulta extraño a este hombre, con unos códigos que le cuesta descifrar. Por otro lado, el realizador portugués no evita hacer explícito el conflicto, verbalizarlo de una manera muy manifiesta, lo que no significa que deletree su discurso. Hay espacio para la interpretación y para el misterio en una obra inmersiva, iluminadora y fascinante.
En términos no muy diferentes se movía Gavagai, donde Ulrich Köhler recupera la preocupación por el choque cultural, racial y colonialista que ya mostrara en uno de sus mejores films, Sleeping Sickness. Su narración está escindida en dos partes, una primera en Senegal donde se rueda una producción europea de Medea en la cual sólo la intérprete de dicho personaje es blanca, y la segunda en Berlín, donde se va a producir la premiere de la película. Su protagonista principal es el actor que encarna en la ficción a Jason, un hombre negro de origen senegalés pero afincado en Francia que tiene una relación sentimental con la Medea, que es una actriz alemana. De hecho, el film se mueve espacialmente desde el hogar de su padre al hogar de su amante, una suerte de falsa emancipación llena de problemas. Un poco como en el film de Pedro Pinho, aunque sin el mismo grado de elaboración, hay una permanente fricción en la película porque es muy complicado que no la haya. Llega un punto en que resulta muy difícil discernir los gestos racistas de aquellos que no lo son, las buenas intenciones del paternalismo, y cuando la base cultural es precisamente ese racismo, también es legítimo presuponer que se está ejerciendo por aquellos que lo sufren regularmente, igual que puede resultar impracticable estar permanentemente reclamando una conducta respetuosa. Köhler rueda con mucha fluidez visual y captura perfectamente los matices que se producen en cada encuentro, en cada roce. El punto débil me parece esa ficción dentro de la ficción, un elemento crítico demasiado evidente por lo grotesco que resulta, lo que alcanza también al personaje de la directora. De hecho, la película se remata dentro de esa adaptación de Medea, que tiene pinta de ser pretenciosa e insufrible, y la sátira que aporta creo que no compensa el rechazo estético y el vacío emocional que dejan sus imágenes.
Ousmane Sembène proporcionaba desde la sección Memoria y Utopía la mirada desde el punto de vista del colonizado en África con Mandabi, realizada en 1968. La recepción de un cuantioso giro postal enviado por un sobrino de París es un regalo envenenado para el protagonista de esta película, un hombre sin dinero, sin trabajo y sin medios para mantener a sus dos esposas y siete hijos. Pero lo que más echa en falta es educación y perspicacia para navegar en un mundo para el que no está preparado, con los resortes propios de una civilización creada por las instituciones coloniales y una población que medra o capea la miseria a base de pillería y engaño. Sembène articula su film como una comedia satírica donde el humor matiza las miserias de la sociedad senegalesa, y termina abogando por una reconstrucción nacional en la que se sobreentiende la necesidad de superar las componendas generadas por el muy reciente pasado colonial. La narración es muy limpia, sencilla, con unas coloristas imágenes que deparan una obra atractiva visualmente, aunque el montaje final, un escueto resumen visual que remata el metraje en un tono mucho más serio, supone un borrón reiterativo y muy desafortunado que estropea el sabor de boca de que deja la película.
La figura de Fernando de Magallanes cobró una relevancia inesperada en esta edición de la SEMINCI dado su rol en dos títulos premiados. Nada menos que la Espiga de Oro (compartida) se llevó el biopic de Lav Díaz sobre el militar y explorador portugués. Magallanes, así se titula, comienza y termina con la imagen de sendos indígenas del sudeste asiático. Está claro que el interés principal del realizador filipino se encuentra en el efecto de la colonización sobre la población. La película se expande en la década que transcurre entre la participación de Magallanes en la expedición portuguesa para conquistar Malaca bajo el mando de Afonso de Albuquerque, hasta la celebérrima primera vuelta al mundo bajo patrocinio de la Corona Española en cuyo empeño acabó perdiendo la vida. A pesar del mayor nivel de producción que le permite la participación de Gael García Bernal encarnando a tan señalada figura histórica, el director filipino no se mueve demasiado de sus coordenadas estéticas y narrativas habituales. Sí que me parece su obra más preciosista en lo visual, en lo fotográfico, con unas imágenes en color muy pictóricas y de gran belleza, pero su gusto por el slow cinema sigue intacto, aunque en esta ocasión el metraje no llegue a las tres horas. Quizás a la película le falta un poco de tensión narrativa, una mayor construcción dramática del personaje que la dispersión temporal y episódica dificulta. El distanciamiento que genera inicialmente el recurso al plano-secuencia fijo de lento ritmo interno se supera a través del factor tiempo. Y para poder aplicarlo, Díaz hubiera necesitado en realidad más metraje, acercarse a sus minutajes habituales, o una mayor concentración en el arco temporal de la figura retratada.
La relevancia de Magallanes corre más soterrada en Bulakna, la película de no ficción felizmente ganadora de la sección Alquimias. Representaba un curioso contrapunto con el film de Díaz, ya que en este caso nos encontramos con una directora portuguesa, Leonor Noivo, que retrata a personajes filipinos. Es una ecuación más problemática y por ello mismo hay una especial preocupación por ceder a los personajes, a los colonizados, el punto de vista. De hecho, llegado un punto del metraje, recurre nada menos que a Kidlat Tahimik, uno de los directores clave de la Segunda Edad de Oro del cine filipino, profundamente crítico con el colonialismo y el desarrollismo, para explicar la mirada colonialista en el relato histórico que se ha construido sobre la primera vuelta al mundo, y la posibilidad de considerar a Enrique de Malaca, esclavo de Magallanes, como el primer hombre en darla. Este hecho histórico es una referencia crucial en esta obra que nos acerca las contrastadas figuras de dos mujeres filipinas en extremos opuestos de la experiencia de emigrar como empleadas domésticas. La joven que está pensando en marcharse y la mujer que lleva mucho tiempo trabajando en Lisboa y que regresa para visitar a su familia. Este movimiento migratorio se puede leer como una reverberación de aquella expedición primigenia, como una vuelta al mundo que se multiplica incesantemente. Noivo se preocupa por retratar con hondura ambos universos en los que se mueven, la precariedad filipina, con algunos gestos que evocan tiempos precoloniales, y la pulcritud europea donde la expectativa es que estas mujeres se conviertan en fantasmas, que hagan su trabajo resultando invisibles, otra forma de anulación que da continuidad al colonialismo que la época de Magallanes inició en el país. Aunque menos arriesgada y heterodoxa de lo que cabría esperar dado su encuadramiento en la sección Alquimias, se trata de una obra de precisión admirable, que emplea las imágenes justas, en términos cuantitativos y cualitativos, para crear su discurso, en un discreto alarde de montaje visual.








