Hace aproximadamente un año pasaba por nuestras salas, sin pena ni gloria, Harold y el lápiz mágico, una película familiar sobre un niño que tenía un lápiz morado con la virtud de convertir en realidad todo lo que dibujaba. O al menos esto era la película en sus dos primeros minutos. Después la cosa iba algo más allá, el niño crecía —tanto así que le interpretaba Zachary Levi (1980)— y sus dos amigos, un alce y un puercoespín que se transformaban en otro cuarentón con una especie de pijama marrón asemejándole al citado cérvido sin necesitar de gastar aún más en CGI y en una postadolescente punk de ojos saltones, salían fuera del libro y de las dos dimensiones conformando un triplete tan creepy como desubicado en un mundo real que definitivamente les venía grande. Se hacían amigos de un niño, y la madre de este, interpretada por Zooey Deschanel, como la cosa más natural del mundo, les dejaba vivir en su garaje e invadir su vida, lo que terminaría ocasionando el despido de esta y una reconexión con su olvidada carrera musical. El Harold adulto y sus dos excéntricos acompañantes terminaban en la cárcel, conseguían fugarse, y con la ayuda del lápiz morado escapaban de las garras de un bibliotecario malvado interpretado por Jemaine Clement, que al final solo era una pobre alma atormentada que necesitaba comprensión.
Pero rebobinemos un poco, esos dos primeros minutos de película pertenecientes al mundo de la animación 2D pura y dura, al igual que el cortometraje de animación Harold and the Purple Crayon (David Piel, 1959), adaptaban un libro de 1955 de igual título, el primero de una serie de siete [1], firmados por Crockett Johnson (1906-1975). Johnson, historietista y editor, a lo largo de su vida compaginó su labor como escritor infantil con colaboraciones en varias publicaciones de izquierdas y en sus últimos años también pintó una serie de cuadros con motivos matemáticos de lo más estimulantes. Además, fue uno de los mentores de Maurice Sendak (escritor infantil particularmente famoso por su cuento Donde viven los monstruos entre otros), que intentó producir una película que adaptase el cuento de Harold dirigida por Henry Selick (Pesadilla antes de Navidad) y coescrita por David O. Russell. Selick terminó abandonando el proyecto para dirigir James y el melocotón gigante y la película fue retomada por Spike Jonze, pero finalmente fue cancelada por TriStar después de más de un año de trabajo. La sensación es que de haber llegado a buen puerto habría tenido bastante más difusión que el trabajo del año pasado, que terminó dirigiendo Carlos Saldanha (La edad de hielo, Río), y aunque lo primero que uno piensa es que maldita la falta que hacía tal exceso inspirado en una obra tan minimalista como la de Johnson, no deja de ser un correcto entretenimiento destinado a todos los públicos, que además trata con cariño la figura del autor, mencionado varias veces en el film, en el que incluso aparece su casa natal convertida en museo.
Aprovechando el 70 aniversario de Harold y el lápiz morado, Wonder Ponder, sello especializado en literatura y filosofía orientada a los más pequeños, reedita la obra en castellano con una nueva traducción a cargo de Ellen Duthie (autora, junto a la ilustradora Daniela Martagón, de maravillas como Niño, huevo, perro, hueso) y también la publica por vez primera en catalán. El libro está dirigido especialmente a los primeros lectores, a partir de seis años. Con una o dos frases por página, a lo largo de setenta y dos de ellas, va narrando la historia del pequeño, que una noche decide salir a pasear con su lápiz morado, y va dibujando todo aquello que necesita o se le antoja. Desde la luna para poder ver mejor, hasta unos pasteles para saciar su apetito o un barco para no morir ahogado… Su imaginación es tan desbordante que él mismo termina creándose sus propias trampas, pero también es grande su ingenio para escapar de ellas y poco a poco descubre cómo regresar a su cama, pues no deja de ser un niño que tiene sueño y necesita descansar. Está pues, claro, que el libro es una invitación a utilizar la imaginación, a experimentar y también a equivocarse, al fin y al cabo las herramientas más importantes para aprender a hacer casi todo en esta vida. Más o menos es lo que viene a decir Crockett Johnson a su personaje al final de la película, quizá con excesivo optimismo, pero si no somos optimistas de pequeños, mal asunto: «Querido Harold. Quizá algún día querrás saber por qué te creé. Al principio solo eras un niño con un lápiz morado y una página en blanco. Quería enseñar a la gente joven que con un poco de imaginación se puede conseguir lo que uno quiera; que inspirases a la juventud a vivir también de esa forma. Pasamos poco tiempo en este mundo, pero dejamos nuestra huella en las vidas que cambiamos. Y sé que tú, Harold, seguirás inspirando, persona a persona. Porque la vida no es solo aquello que nos pasa, sino también lo que vamos creando. El truco está en imaginar.»
[1] Como curiosidad, los libros de Harold también inspiraron una serie de animación de principios de siglo en la que Sharon Stone ejercía de narradora.









