Entre el horror y la ironía, la vía que abre el imaginario perverso de Osgood Perkins transita en un punto intermedio. Indivisible de su historia personal, marcada por la tragedia y la improbabilidad, el descendiente de Norman Bates abraza ambos extremos para suscitar una emoción profundamente inquietante que adquiere un punto de autoconsciencia cada vez más depurada: tan turbia como, por descontado, absurda e hilarante. Keeper (2025), su último trabajo, filmado entre Longlegs (2024) y The Monkey (2025), parece atravesado por el cometido que predomina en cada una de ellas; condensando sus fijaciones en un título, en apariencia, quizá menos ambicioso, pero donde es capaz de sintetizar la raíz de su macabra y fascinante visión autoral.
La película da comienzo con un montaje de imágenes donde aparecen distintas mujeres. En este primer momento ya se percibe su estilizada puesta en escena, y al mismo tiempo, también hace notoria su deriva hacia el mal, sucediendo con aparente normalidad hasta culminar en una serie de gritos agónicos y escenas grotescas. Sin ningún contexto para poder relacionar lo anterior, la acción es trasladada inmediatamente hasta la pareja protagonista: Liz (Tatiana Maslany) y Malcolm (Rossif Sutherland), quienes deciden hacer una escapada lejos de la ciudad para celebrar su primer año juntos. A partir de entonces, su convivencia quedará reducida en el interior de una casa en medio del bosque; un espacio que pertenece a la familia del segundo y que terminará revelándose como un escenario opresivo e inexpugnable.
Siguiendo ciertos códigos y tropos del terror moderno —suscrito por el modelo que implementa James Wan—, el mal como un ente invisible condensa el grueso de la narración, abrazando la inquietud de aquello para lo que no es posible hallar explicación. Entre crujidos y crepitaciones, en un diseño pautado con suma precisión, el vacío amenazante se apodera progresivamente de la circunstancia que atosiga a los enamorados, estableciendo una distancia entre ambos que acentuará la desconfianza en todo lo que es visto o escuchado; ya sea para Liz, quien toma el punto de vista central al ser entendida como la invitada, o para el propio espectador, que permanecerá suspendido en su mismo desconcierto. De esta forma, como si se tratase de un sueño febril —marcado por el uso constante de transparencias—, la película conjuga ese estado de ensoñación con una cierta resaca para desvanecer la realidad y abrirse a lo sobrenatural, ultimando algunas imágenes que harán las delicias de los fans del género. De hecho, es el propio Oz Perkins como fan confeso quien filmará desde ese entusiasmo, transmitiendo el espíritu festivo que se celebra exclusivamente desde el fantástico y el terror.
Entre sus virtudes, donde rehuye de la norma, cabe puntualizar el notable gusto estético que suele estar amparado por un lenguaje que domina con soltura, destacando algunas composiciones plagadas de ideas y reflejos sobre las que leer su discurso entre líneas. En este, salvo por algún subrayado verbalizado demasiado expositivo, el director busca confiarlo todo mayormente a la intuición; estableciendo un contexto mínimo y transversal para ahondar, en última instancia, en el vértigo terrible de descubrir a quien estimas. Para ello, aquí también se sirve de la ironía que le caracteriza, llevando al límite estas cuestiones en una lectura, como mencionaba al principio, cada vez más autoconsciente y libre. Esto es especialmente significativo en el momento más aterrador del filme, donde Liz, atónita y desamparada, exclama un auténtico, genuino y precioso «what the fuck» que constata el delirio maravilloso con el que Perkins nos invita a ver su manera de entender el mundo.
Más allá de las diferencias que pueda generar su obra, está claro que la vocación final radica en culminar una emoción profundamente sentida y honda, ya sea mediante el exceso o el absurdo. Keeper quiere mezclarlo todo, y con los riesgos que esto supone, acaba deliberando un alegato a favor del miedo y lo terrible de aquello que irremediablemente nos ampara, en una postura tan cuestionable como atrevida y valiosamente original.







