Crisis para todos
No hay duda de que ésta ha sido la verdadera edición de la crisis. En la Semana del año anterior la cosa acababa de arrancar y no se sabía adónde podría llegar. Pues bien, un año después ya sabemos las consecuencias económicas del asunto, pero también hemos podido comprobar que no todo se mide en euros: esta crisis ha sido a la vez causa y consecuencia de la crisis de valores. Esta edición de la SEMINCI nos ha enseñado que a nadie como a las instituciones se les acorta el brazo ante las malas rachas: los que a Valladolid hemos acudido nos hemos encontrado unos con elementos inéditos —publicidad antes de las proyecciones, bonos descuento para unas publicaciones que de normal se nos entregaban de forma gratuita, etc.— que nos han hecho preguntarnos si verdaderamente la cosa está tan mal… o simplemente se aprovechan este tipo de coyunturas para aplicar la tijera sin que a nadie le extrañe. O a casi nadie, vamos.
La Semana Internacional de Cine de Valladolid siempre se ha definido por su calidad. Este año no ha sido una excepción… aunque el único término que encontremos para definirla sea el de mediocridad. Y es que la Sección Oficial de este año nos ha quedado a los miembros de Miradas bastante fríos ante una selección de películas —algunas de ellas firmadas por algunos de los más reconocibles profesionales de la actualidad— que hemos recibido con la indiferencia de aquel que se encuentra ante lo ya visto: fórmulas gastadas, argumentos anodinos y prácticamente nula trascendencia. Y todo ello, ¿debido a qué?
En una entrevista aparecida en el decano de la prensa vallisoletana, El Norte de Castilla, el realizador serbio Goran Paskaljevic celebraba la existencia de un festival como la SEMINCI, que sigue apostando por el cine de autor frente a otras muestras de mayor difusión —Cannes, San Sebastián…— donde su presencia es prácticamente testimonial —una crítica que, observando tanto sus respectivas programaciones como sus posteriores palmareses, no podemos ni compartir ni entender—. Y nosotros nos preguntamos, ¿es el llamado cine de autor un valor en sí? Para responder positivamente a esta pregunta quizás habría que empezar por definir el propio término de autor, pero por razones de espacio —y por ser inconveniente al sentido de esta crónica— lo sustituiremos por la siguiente pregunta: ¿quién define lo que es cine de autor? Parece ser que con dicha expresión —que en su origen cahierista tenía otro significado— hoy en día se atiende a todo aquello que no suene a Hollywood y/o a cine como entretenimiento, estableciendo sus parámetros en torno a la crítica y la reflexión. ¿Es inalterable esta doble premisa? ¿Todo cine comercial es anodino y todo cine de autor soporta sobre sus espaldas la verdadera mirada de lo invisible bajo el paraguas de la qualité? Como nos ha enseñado esta edición del 2009, no siempre es así. He aquí lo que quizás sea el gran lastre a la hora de valorar un término con el que simplemente se pretende definir aquello que debe soportar un bajo presupuesto y una paupérrima distribución, dos de los grandes problemas con los que se enfrentan muchos profesionales del cine a la hora de desarrollar y promocionar sus obras en un ecosistema definido por un público al que se le ofrece lo que demanda, siendo sus gustos producto de una limitada diversidad. La existencia de festivales y muestras en los que se apuesta por explorar esas otras miradas es algo que celebrar, pero para reivindicar lo propio no hace falta denostar lo ajeno, pues la cohabitación debería ser la regla que ordenara un normalizado entendimiento. Las soluciones, como casi siempre, deberían pasar por la voluntad política de promocionar una diversificación que se niega basándose en los parámetros de la ley fijada por el rendimiento económico. Quizás la crisis —que, como más arriba decíamos, antes sea de mentalidad que meramente económica— ayude a establecer otras preferencias —aunque más bien haya que esperar todo lo contrario, pues ahora más que nunca se establece como canon la maldita rentabilidad—.
Por lo demás, más de lo mismo —sobre todo si atendemos a la machacante presencia de cine español, algo explicable si atendemos al patrocinio del ente público sobre el festival, y que ha llevado a alguien a definir la SEMINCI como el Málaga de invierno—, exceptuando la acostumbrada presencia del cine oriental a la que estábamos acostumbrados, que este año ha desaparecido por completo al no encontrar ninguna película de producción asiática.
La edición de este año se completó con los consabidos homenajes a un director español —este año el elegido fue Carlos Saura, que recibió una Espiga de Honor que cada año huele más a Goya menor— y otro extranjero —Ettore Scola, que además tuvo el honor de presidir el jurado internacional—, dos cineastas que miraron con sesuda mala leche a sus respectivas y decadentes sociedades. Quizás el ciclo más interesante —fundamentalmente por atípico— fue el que bajo el auspicio de Cahiers du cinéma. España se proyectó en torno a la Nouvelle Vague, y que llevó hasta Valladolid obras de este movimiento cinematográfico y aquellas otras que orbitaron en torno a su particular imaginario al reivindicarlas como influencias, estableciéndose como eslabones entre el clasicismo y la ruptura de aquellos que abanderaron la modernidad. Así, al lado de los jóvenes turcos —Truffaut, Godard y compañía— convivieron por algunos días aquellos maestros —Renoir, Rossellini, Lang, Hitchcock, Hawks…— que les sirvieron de inspiración para construir los nuevos caminos.
A continuación comentaremos aquellas películas incluidas en el palmarés y aquellas otras que —por suerte o por desgracia— verán un próximo estreno, ya sea por estar dirigidas por nombres consolidados del panorama cinematográfico, bien sea por estar producidas en nuestro país. Del resto, mejor ni hablar —bastante aburrimiento hemos tenido nosotros para compartirlo con nuestros lectores—.
Israel de Francisco
Sección oficial
Medeni mesec, de Goran Paskaljevic (Serbia / Albania, 2009)
Goran Paskaljevic obtuvo se tercera Espiga de Oro con este largometraje. Anteriormente, La otra América (Someone Else’s America, 1995) y Optimistas (Optimisti, 2006), se había alzado con el máximo galardón de la SEMINCI. Explotando un recurso que nace de las miserias y esperanzas que deja maltrecha a la población civil tras un conflicto bélico, tras una ruptura con el pasado (en este caso, la caída de los regímenes comunistas y de la posterior guerra desencadenada en lo que era Yugoslavia), el director nacido en Belgrado, Goran Paskaljevic, narra la epopeya de dos jóvenes parejas que buscan salir de sus países, Albania y Serbia. Paskaljevic profundiza en las miserias de las diversas naciones, advierte cómo las fronteras, en este caso físicas, es decir, las que dividen las naciones, impiden a las personas desarrollarse, ser felices, y cómo, para una parte de Europa, la más pobre, la del Este, la que no se ha incorporado o lo ha hecho hace poco, a la Unión Europea, la Europa rica sigue siendo la tierra prometida. Es una película correcta, emotiva, pero nunca emocionante. Sus historias están bien construidas, nos comunican las inquietudes del director, nos hace reflexionar, pero se quedan en esa impresión de película ya vista, o de un quiero llegar pero no puedo. No consigue nunca tener ese punto extra que tenían excelente retablos sobre la emigración, como el de Lamerica (1994) de Gianni Amelio, por poner un ejemplo.
Rafael Arias Carrión
La isla interior, de Félix Sabroso y Dunia Ayaso (España, 2009).
Mediocre comedia melodramática sobre una familia en la que todos son esquizofrénicos —algunos diagnosticados, otros sin diagnosticar— y no consiguen encajar en el mundo, pues cada uno de ellos lo ve a su manera. Ni siquiera el mayor drama de uno de ellos —el personaje interpretado por Candela Peña confiesa en un momento que sufría abusos por parte de su padre— es aprovechado por los realizadores para cuajar una historia de dramas puntuales que se parecen demasiado los unos a los otros, donde la reconciliación entre ellos parece imposible por causa de unos miedos que atenazan a unos protagonistas encerrados en esa isla interior que da título a la película. El público de la SEMINCI se merece más, pero mucho más se merece un cine español hastiado de atender una y otra vez a las mismas historias sobre unos desubicados retratados con tanta ingenuidad, donde el espectador termina riendo por no llorar.
I. de F.
L’Armée du crime, de Robert Guédiguian (Francia 2009)
Al combativo Robert Guédiguian, que otrora no salía de su barrio Marsellés de L’Estaque (allí rodó sus obras más célebres, las estupendas Marius y Jeannette, De todo corazón y La ciudad está tranquila), le ha dado últimamente por irse a rodar por el mundo (París en general) y a cambiar su temática social (un poco ya cansina en algunos de sus últimos trabajos) por historias más personales. En esta última ha dado un giro a un cine histórico (que no tocaba desde una de sus primeras obras) patriótico (algo por lo que nunca le había dado) y de acción (el colmo de lo que uno esperaría de Guédiguian). Y aunque la cinta peque de ñoña en algunos momentos, lo cierto es que se disfruta, y se disfrutaría más si no fuese tan larga y reiterativa en algunos pasajes. Es la historia de un grupo de combatientes comunistas de la resistencia francesa, muchos de ellos extranjeros, comandados por un poeta de origen armenio y que, como se nos cuenta desde el principio, acaban en su mayoría heroicamente mal. Historia coral y ambiciosa, maniquea aunque no al estilo de Spielberg (aquí los alemanes aparecen sólo como el objetivo del ejercito del crimen, pero los malos son los colaboracionistas), que sin ser ninguna maravilla fue lo mejor de entre lo poco visto por este cronista en la sección oficial.
Amreeka, de Cherien Dabis (EE. UU./Canadá/Kuwait 2009)
Nos cuenta la historia de una mujer palestina divorciada y de su hijo adolescente para quienes la vida se ha tornado en un caos a partir de la construcción del telón de acero israelí, y que un día tiene la posibilidad de emigrar legalmente a EE. UU. Allá que van, a casa de su hermana, felizmente casada con un exitoso médico también palestino, pero en pleno comienzo de la invasión de Irak la actitud de mucha gente, pero no toda claro, comienza a mostrar cierta hostilidad. Estamos ante una cinta de buenas intenciones que gustan mucho a algunos y disgustan hasta el vómito a otros, pero que al poco tiempo dejan indiferente a todos. Es de esas que te hacen sentir bien contigo mismo cuando la estás viendo, porque te habla de problemas con los que estás concienciado, que te preocupan, reivindicaciones que apoyas… balsámico para conciencias vagamente culpables. Problemas que a otros importan un pepino, y esta película lo mismo. Problemas contra los que hay gente que de veras trabaja y lucha y conoce a fondo, a quienes esta película no dice nada. Problemas que hay gente a la que le afectan, y que no creo que se sientan identificados con los personajes de esta película. Problemas tratados en la cinta con un cierto tono amable y a ratos cómico, siempre vitalista y positivo, falsete en definitiva.
The girlfriend experience, de Steven Soderbergh (EE. UU, 2009)
Para que el lector se haga una idea del criterio empleado en esta mini-crónica, partamos de que a este cronista no le ha gustado mucho ninguna película de este director, ni siquiera su opera prima con Palma de Oro incluida, ni tampoco las comerciales o experimentales. Pero tampoco es un tipo que hasta ahora –repito, hasta ahora- me haya aburrido. Lo que sí me ha ocurrido a menudo es que su cine me carga, me parece un director autocomplaciente (me lo imagino mirándose al espejo y soltando un ¡cómo molamos yo y mi cine!), y fatuo hasta la extenuación. Y con esta película mi paciencia con él ha alcanzado su límite. Menos mal que este alarde de pretenciosidad sólo dura 78 minutos. Narra las aventuras y desventuras de una exitosa y carísima prostituta de lujo que se guía por creencias seudocientíficas con sus clientes, y su novio, entrenador-preparador físico que acepta la forma de vida de su chica, intercalando las conversaciones que mantienen entre ellos y con amigos (de él) o clientes (de ella), buscando no juzgar a nadie ni tomar partido, sino describir entomológicamente sus relaciones y conflictos internos y de pareja y… espera que dejo de bostezar… Será que no la entendí.
Lille Soldat, de Annette K. Olesen (Dinamarca, 2008)
Esta directora danesa ha presentado en la seminci prácticamente toda su filmografía, llevándose siempre algún premio no me explico muy bien por qué, pues para recordar algo de sus películas he recurrido a las crónicas de esos años y ni así me ha venido nada a la memoria, además de ser crónicas negativas. Posiblemente esta sea la mejor de sus películas, aunque tampoco sea mucho decir. Una joven ex-soldado desencantada de su trabajo regresa a su ciudad y comienza a trabajar para su padre, que entre otros negocios dirige una casa de citas en la que trabaja su chica, inmigrante nigeriana. Le toca trabajar como chofer y protectora de la prostituta, pero tras la mutua desconfianza inicial comienza una extraña relación entre ambas. Y si bien en toda la parte inicial de la película las relaciones de la ex-soldado con su entorno resultan creíbles y a ratos conmovedoras, a partir de la mitad el ritmo se vuelve cansino y la actitud de la mayoría de los personajes se torna inverosímil y absurda, haciendo que el espectador deje de creerse lo que ve y alejándole de la película. Quizá el único interés a partir de ahí sea el meritorio trabajo del elenco, pero aun así uno sale de la proyección desencantado pensando que la película podría haber dado más de si.
Away we go, de Sam Mendes (EE. UU./Gran Bretaña, 2009)
El interesante (aunque para mi gusto un poco sobrevalorado) Sam Mendes clausuró la sección oficial fuera de concurso con una divertida comedia romántica en formato road-movie sobre una pareja de perdedores en busca del mejor lugar donde criar el hijo que están a punto de tener. Una vez que les han fallado los padres de él, que justo cuando va a nacer el niño se van a vivir a Europa, comienzan a visitar a familiares y amigos para elegir dónde quedarse, y en el proceso, además de muchas situaciones hilarantes, aprenderán a conocerse a si mismos. La película recorre los tópicos sobre diferentes zonas de EE. UU. y Canadá, y la idiosincrasia de sus habitantes, con una mirada en general indulgente y compasiva tanto hacia ellos como hacia los propios protagonistas, los cuales distan mucho de ser los prototípicos guapos de película romántica, pero se parecen mucho a los típicos perdedores encantadores de las comedias independientes. No falta un tono a veces desencantado y a veces irónico al estilo Woody Allen, pero sin llegar nunca a la amargura de éste. Y posiblemente eso es lo que se eche de menos en la película, porque a medida que avanza se va volviendo poco a poco más convencional y conformista en busca de un final dulce y agradable que desentona con su desarrollo inicial, dejando la sensación de película fallida; divertida y digna, pero engañosa e incompleta.
Javier Castro
Looking for Eric, de Ken Loach (Reino Unido/Francia/Italia/Bélgica/España, 2009)
Ken Loach solía ser un señor a quien le gustaba darnos con la realidad en toda la cara, recordarnos que formamos parte de un capitalismo enfermo, advertirnos de lo que se nos venía encima. Pero hoy, cuando sus cuadrillas de obreros del ferrocarril hace tiempo que agotaron el subsidio de desempleo, le da por contar un cuento: la historia de Eric, un cartero hasta las cejas de problemas personales que ya ni siquiera encuentra consuelo en su hilarante pandilla y se desahoga cuando puede hablando con el póster de Cantoná a tamaño natural que tiene en el dormitorio. Se podría pensar que su comedia (divertida, esperanzada, con algún gag estupendo y una dosis de sentimentalismo inusitada en él y no siempre bien resuelta en el guión) es la obra de un cineasta que se ha reblandecido al envejecer. Que ha renunciado, agotado o compasivo, a repetirnos de nuevo (ahora que lo sufrimos) que este sistema nuestro acaba devorando a sus hijos obreros. Si es así no seré yo quien se lo eche en cara. Quién quiere rosas que acompañen al pan cuando en la tele echan un buen partido. Puede ser que Loach se haya rendido o que sólo quiera darnos un respiro, ahora que la guerra está perdida: Ved un rato el fútbol, hijos. Igual así aprendéis que las batallas se ganan en equipo. Y que viva Cantoná.
Castillos de Cartón, de Salvador García Ruiz (España, 2009)
En una edición de la Seminci que rinde homenaje a la Nouvelle Vague, con la ciudad empapelada de carteles de Jules et Jim, incluir en la sección oficial una película como Castillos de Cartón es casi un delito que ejemplifica bien la falta de criterio de un festival cuya deriva en sus últimas dos ediciones augura, si no es capaz de recuperar su antigua personalidad, un desastre inevitable. La película, adaptación de la novela homónima de Almudena Grandes, es la historia de tres estudiantes de Bellas Artes (Adriana Ugarte, Nilo Mur y Biel Durán) enfrascados en un trío. Y hasta ahí. Pero lo que en manos de (por ejemplo) Vicente Aranda podría haber sido un relato de alto voltaje, se queda en un inane ejercicio plagado de imágenes sumamente explícitas que dejan absolutamente frío al espectador. Salvador García Ruiz rueda con delicadeza, y eso hubiera sido un valor positivo si esas imágenes se sostuvieran sobre algún indicio de pasión, de desgarro vital, de vida y nada más. No lo hay, pero sí diálogos teatrales y anécdotas banales (¡tengo que presentarle dos novios a mi madre!) que dejan el guión al nivel argumental de Al salir de clase, sin asomo de la profundidad de una historia que se pretende subrayar a base de intensas miradas. Y cuando llega el conflicto la película acaba dejando al espectador añorando a aquellos Soñadores de Bertolucci y a Gerardo Herrero (productor) cabizbajo al salir del cine, pensando (ojalá) que para hacer una película hace falta algo más que un bestseller con tapas de cartón.
Josefa Paredes
Estigmas, de Adán Aliaga (España, 2009)
El segundo largometraje de Adán Aliaga, tras La casa de mi abuela (2005), obtuvo el premio al mejor joven realizador. Supongo que habría poca competencia. El mayor interés de Estigmas es el de ver actuar al lanzador de peso Manolo Martínez. Del resto, poco que mentar. Ni su fotografía, que acentúa los negros hasta olvidarnos de que existe el blanco, ni el excelente punto de partida, un hombre al que le sangran, sin motivo, las manos, son un punto de arranque para que Estigmas despegue. Pero nada fluye, nada transcurre, nada sucede, y es triste. Lo es porque con este punto de partida, Luis Buñuel habría hecho una ácida película contra la religión, contra las creencias populares; con el mismo punto de partida Robert Bresson habría realizado un retrato íntimo del individuo y de su fe, de las cadenas que tiene que soportar cada persona para sobrellevarla. Ambas, seguro, habrían sido excelentes películas, quizá ya rodadas, serían el Nazarín (1958) de Buñuel, y el Diario de un cura rural (Journal d’un curé de campagne, 1950).
Le hérisson, de Mona Achache (Francia, 2009)
El erizo es una película curiosa, un producto competente proveniente de Francia, es una de esas películas que adapta una novela de éxito y lo hace sin aspavientos, sin molestar a nadie. Narra diversos sucesos que acontecen en un bloque de viviendas de una calle parisina, dirigidos a través de la mirada, al principio, de una cámara de video portada por una niña que observa y recoge con ella impresiones y momentos cotidianos, aparte de sus reflexiones hechas a cámara, entre ellas la más pertinente y la que cae en una mayor banalidad, la de que la niña pretenda suicidarse, con lo que esa cámara sería una especie de autorretrato. Cuando la narración huye de esta niña y abre sus ojos a otros episodios la película gana mucho, especialmente porque la historia que cuenta la relación entre un japonés embebido de vida y la portera del inmueble, refugiada en sus libros, produce un retrato conmovedor de la amistad/amor en la madurez. Una pena que el resto quede tan por debajo de las bien explotadas intenciones de este segmento.
R.A.C.
Adam Resurrected, de Paul Schrader (EE.UU. / Alemania / Israel, 2008)
Una grandísima película —la única verdaderamente deslumbrante de toda la Sección Oficial, digna de ser analizada con mayor extensión y profundidad— de Paul Schrader sobre los traumas de Auschwitz: la animalización del ser humano y la humanización de nuestra esencia animal a través de un hombre loco —un maravilloso Jeff Goldblum que, al menos, debería ser candidato a los Oscar— que en su lucidez coquetea permanentemente con la muerte por la gran cantidad de heridas abiertas en él —tanto a nivel simbólico como físico—, y donde los paralelismos entre el mundo del vodevil, el campo de concentración y el psiquiátrico dan pie a la representación como forma de supervivencia. Desgraciadamente sus últimos cinco minutos plantean una redención final muy en consonancia con el propio Schrader, pero muy lejos de la verdadera historia de los supervivientes del Holocausto, traumatizados hasta el día de hoy.
I. de F.
I skoni tou chronou, de Theo Angelopoulos (Grecia / Italia / Alemania / Francia / Rusia, 2008)
Theo Angelopoulos presentó el segundo episodio de su trilogía iniciada con Eleni (Trilogia: To livadi pou dakryzei, 2004), en la que configura y estudia el transcurso de la historia del siglo XX. En su trilogía histórica de los años 70, compuesta por Días del 36 (Meres tou ’36, 1972), El viaje de los comediantes (O Thiassos, 1975), y Los cazadores (I kynigi, 1977), la Historia pasaba por delante/encima de los personajes, seres anónimos, ya en Eleni (2004) y en ésta mucho más, son los personajes los elementos catalizadores que viven, conocen, sufren, ciertos acontecimientos históricos que recorren el siglo XX europeo. Como siempre, la precisión en la puesta en escena se articula mediante planos secuencia como eje narrativo. Pero, el uso de un espacio en diversos tiempos, como explica Angelopoulos, citando a Eliot: «El tiempo presente y el tiempo pasado, acaso estén presentes en el tiempo futuro», producen que el juego temporal sea el elemento cardinal sobre el que explicar El polvo del tiempo. En ocasiones, Angelopoulos llega a permitir la convivencia, en un mismo plano, de tres tiempos cronológicos, incidiendo en esa diáspora temporal, para realizar un intenso retrato del doloroso siglo XX, en el que si en dos horas abarca medio siglo es porque los sucesos históricos, muchas veces, estamos obligados a sufrirlos una y otra vez.
R.A.C.
Petit indi, de Marc Recha (España, 2009)
Todo director se tendría que someter en algún momento de su carrera al duro examen de retratar a un adolescente. Recha aprueba con nota en un film ubicado en el extrarradio de una gran ciudad, ecosistema que suele ser el microcosmos que representa la existencia en el conviven siempre la vida y la muerte de forma natural y normalizada, con sus pequeñas gestas y miserias en una lucha cotidiana marcada por la supervivencia. En concreto, aquí un muchacho salva de una muerte segura a un pequeño zorro que terminará por ser la causa de una gran desdicha, pues acabará matando a los pájaros que el joven emplea para ganar pequeños concursos de canto. Sin comprender aún que las cosas, los animales y las personas tienen su propia naturaleza, aquella a través de la cual se define a través de sus actos, el chico terminará por matar a su nuevo compañero con sus propias manos, devolviendo el cadáver al río del cual lo sacó. Su historia es el eterno trayecto del aprendizaje: cambiar de hogar supone siempre un trauma, mucho más para un animal salvaje adoptado por la civilización. El mal siempre es relativo, pues se encuentra en la mirada de quien lo padece.
I. de F.
Luna caliente, de Vicente Aranda (España, 2009)
Durante la rueda de prensa posterior a la película, nuestras compañeras de la prensa se comieron vivo a Aranda: ¿cómo puede ser posible que se atreva a mostrar a una lolita que se vuelve loca por un hombre maduro después de que éste la violara? El maestro ya tenía preparada la respuesta con mucha antelación, apelando a la sabiduría de un tal Freud y sus teorías sobre la recurrente fantasía femenina sobre ser dominada (!). Después de esto, que el resto del argumento de la película esté más visto que el tebeo es una pura anécdota: determinadas películas y sus argumentos deberían estar prohibidos por ley —aunque bastante delito ya es aguantar las babosadas de viejo verde de Vicente Aranda—. Otra compañera de la prensa se preguntaba al día siguiente qué hace un actor tan maravilloso como Eduard Fernández en una peli así: «Señorita, es que esto es cine español y yo tengo que comer», podría responder él. Por cierto, ningún hombre se quejó durante la rueda de prensa de la imagen vejatoria que de la mujer se da en Luna caliente. De todo esto me enteré después por la prensa.
I. de F.
Ampelmann, de Giulio Ricciarelli (Alemania, 2009) y The Six Dollar Fifty Man, de Mark Albiston, Louis Sutherland (Nueva Zelanda, 2009)
Comentamos brevemente estas dos obras dentro del formato considerado como el hermano menor del largometraje —menores en duración, pero nunca en calidad y talento—, dos filmes que muy coherentemente nos hablan sobre la autoridad, aunque cada una de ellas en sentido contrario, ya que mientras el primero aborda el tema desde un divertido cinismo casi libertario —un policía que custodia un minúsculo puente en medio de la nada, frustrado por el aburrimiento, impone su circulación a través de un semáforo, rompiendo así la armonía innata de los ciudadanos que de él hacían uso, sufriendo él mismo el peor de los infortunios—, el segundo se inserta dentro del difícil mundo de las aulas, apareciendo en escena un director de colegio que al que le cae en gracia un niño muy especial —tanto física como psicológicamente, pues su desbordante imaginación le hace creerse a veces un superhéroe— que sufre bullying por parte de unos abusones. Sin duda, ambos de lo mejor de este festival, muy sabiamente recompensados por el jurado.
I. de F.
Tiempo de historia
Puskás Hungary, de Tamás Almási (Hungría, 2009)
La vida del legendario Ferenc «Pancho» Puskás obtuvo el premio al mejor documental dentro de la sección Tiempo de Historia. El director articula bien la pequeña historia, la del futbolista en sus años en Hungría, nacido, cómo no, en la pobreza de los barrios de Budapest, su ilusión futbolística frente al desapego de su padre que lo veía como un vago y demasiado regordete, con la gran historia, la Segunda Guerra Mundial, y la primavera de Praga como suceso sustantivo, junto al clima de beligerancia y miedo proveniente de la Unión Soviética y ratifica la seña de que nadie, lo quiera o no, está al margen de la Historia. Puskás trató de estarlo, de ser consecuente con su forma de vida y eso le costó tres años de inhabilitación y tener que acaba refugiándose en España y en el Real Madrid, único club que quiso fichar a un regordete de 30 años, para poder tener una segunda juventud. El auténtico Puskás es tan amable como divertida, tan dramática como emocionante fue la vida de «Pancho».
R.A.C.
Señora de, de Patricia Ferreira (España, 2009)
A poco que se piense, la sombra de Franco es alargada —aunque parezca mentira al medir su talla, tanto las de sus trajes como la de su ética—, tanto que por desgracia tenemos que volver una y otra vez sobre cómo sus barbaridades y aberraciones sociales nos han marcado indeleblemente. Uno de los colectivos que más sufrió sus atropellos fue la población femenina, que se vio de un tajo privada de aquellos avances propiciados, auspiciados y promocionados por la República. Así, a través de las imágenes de este documental discurren los rostros de un puñado de aquellas mujeres que tuvieron que sufrir lo más retrógrado y reaccionario del nacionalcatolicismo y del machismo patriarcal, descubriendo con la nueva democracia que existía una cosa llamada clítoris o que tenían derecho a salir de casa sin pedir permiso al hombre de la casa —se llamara éste padre, marido o hermano—. En uno de los pases de este documental, la cineasta Chus Gutiérrez no se resistió a expresar en voz alta sus firmes convicciones sobre la imperecedera lucha que las mujeres deben continuar, ante lo cual nosotros nos preguntamos: ¿no será más bien tarea de toda la sociedad, pues es un asunto de todos, sea cual sea nuestra genitalidad? Es que, si no, de las aberraciones de Vicente Aranda sólo se seguirá dando cuenta la mitad de la sala…
I. de F.
Septiembre del 75, de Adolfo Dufour Andía (España, 2009)
Cincuenta días más y Xosé Humberto Baena seguiría vivo. Pero lo fusilaron siete semanas antes de que Franco muriera. Fue su última ejecución. El último cadáver de un régimen moribundo que quiso dar su golpe final sobre la mesa ejecutando a un chico de 24 años, militante del Frap. Baena fue sentenciado por el asesinato de un guardia civil en consejo de guerra (sin pruebas, ni testigos, ni garantía alguna) y asesinado en septiembre del 75. Dufour reconstruye la historia del último fusilado del franquismo a través de las palabras de quienes le conocieron, de aquellos que trataron de impedir la ejecución y, sobre todo, de la voz de su hermana Flor que tomó el testigo de la defensa y peregrina exigiendo justicia por instituciones nacionales y extranjeras que hasta ahora le han dado sólo excusas o silencios. El documental suple con solvencia la escasez a veces patente de imágenes del momento y narra con elocuente distancia una historia a la que, en ocasiones, le faltan nombres propios de próceres del franquismo que aun viven, detentan sus cargos públicos y firmaron sin temblarles la mano algunas de sus ejecuciones. Pero, con sus limitaciones, Septiembre del 75 es una película más que necesaria para los hijos y nietos de la transición, aquellos para quienes nombres como Grimau, Puig Antich o el propio Baena son desconocidos y cenan frente a la tele viendo Cuéntame de postre, con el almíbar depositándose lentamente en las arterias que irrigan su memoria.
J.P.