La demolición del silencio
Una incisiva disección de esa compleja y oscura, por inexplorada, isla que es la mente humana, eso es lo que filma con pulso firme y cámara punzante Elena Martín Gimeno en Creatura, cinta con la que se alzó con el premio a Mejor película europea en la pasada edición de la Quincena de Cineastas del Festival de Cannes, convirtiéndose así en la primera realizadora española en obtener dicho galardón.
Mila (Elena Martín) se muda con su novio (Oriol Pla) a la vieja casa familiar en la que veraneaba cuando era niña y, a partir de ahí, empieza a sentir un bloqueo sexual que provoca constantes desencuentros y discusiones con su pareja y que desemboca en un brote de urticaria que, como si fuese una marabunta, devora su cuerpo a una velocidad inusual, lo fustiga a base de picores constantes, ejerce de diana para todas aquellas miradas que, teñidas de extrañamiento, no tienen ninguna clase de pudor a la hora de juzgar los cuerpos ajenos. En el momento en el que descubra que el germen de su bloqueo está en eso que Freud tuvo a bien llamar subconsciente, iniciará un viaje hacia lo más profundo de su psique para descubrir qué origina el problema e intentar remediarlo.
“Babel, desnuda, acaba de nacer. / Babel, desnuda, es como un niño ciego, / no tiene ojos / y mira, horrorizada, / con los ojos del tacto / que descubre superficies / que no siempre es amable tocar. / Babel, desnuda, / palpa, toca, roza, empuja, oprime: / sus manos son las palabras / de un mudo / que en el terror del silencio / sabe que hay un secreto”. Estos versos de Cristina Peri Rossi condensan a la perfección la intención principal de Creatura. Y es que la idea de Elena Martín es abrir en canal ese muro de silencio forzoso creado por el heteropatriarcado falocéntrico para acorralar, primero, e invisibilizar, después, la sexualidad femenina. Desde el plano inicial, en el que la cámara avanza insegura por los pasillos poco iluminados de la casa hasta encontrarse con una Mila de cinco años que se frota con curiosidad y desesperación la zona púbica cubierta por ronchas, la cinta se presenta como un ejercicio psicoanalítico en el que la fragmentación temporal —infancia, adolescencia, madurez— y la heterogeneidad tonal —naturalismo, onirismo, subjetivismo— se dan la mano con la violenta fisicidad de las imágenes con la intención de romper con todos los tabúes instaurados por una sociedad reprimida y represiva.
El dogmático e irracional mutismo que se levanta alrededor del cuerpo de la mujer, la aparición de los impulsos sexuales en la primera infancia, la incapacidad de la figura paterna para expresar físicamente el amor y el cariño, los cimientos profundamente machistas sobre los que se construye la personalidad del individuo, el abuso y la dominación como impulsos predominantes en el sexo y el complejo de Electra son algunas de las astillas que Elena Martín se atreve a sacar sin ninguna clase de complejos, con una valentía admirable.
En pocas palabras, la joven cineasta sacude el patriarcado a través de una puesta en escena que es, al mismo tiempo, lírica y lacerante; de un guion escrito, junto a Clara Roquet, con mordacidad y precisión; de unas interpretaciones ajustadas y transparentes. En su conjunto, Creatura confirma, por un lado, que la genialidad que Elena Martín mostraba en su ópera prima, Julia Ist, no fue cosa de un día, y, por otro, que los cambios sociales que se están produciendo son el caldo de cultivo perfecto para terminar de romper con todos los estigmas que todavía oprimen a la sociedad en general y a las mujeres en particular; para diseccionar las zonas más oscuras, por inexploradas, de la mente humana; para palpar, tocar, rozar y empujar ese secreto que se esconde en el silencio.