Heroína fílmica
«Dr. Benway: «Hay muchos sujetos vulnerables a la humillación sexual. Desnudez, estimulación con afrodisíacos, vigilancia constante para incomodar al sujeto e impedirle el alivio masturbatorio (durante el sueño, las erecciones hacen sonar automáticamente un enorme zumbador eléctrico que vibra la cama y arroja al sujeto a una bañera de agua fría, lo que reduce al mínimo el número de poluciones nocturnas). Trucos para hipnotizar a un sacerdote, explicarle que está apunto de de consumar una unión hipostática con el Cordero , y luego ponerle a un carnero verriondo a darle por el culo. Después de esto el Interrogador obtiene un control hipnótico absoluto, y el sujeto acudirá a su silbido, se cagará en el suelo con que le diga «Ábrete Sésamo»».
William S. Burroughs, de El almuerzo desnudo (1959)
«La razón por la que tengo seguridad es por que estoy loco. La razón por la que soy estable es por que estoy chiflado. Para mí es evidente».
David Cronenberg
La adaptación inadaptable
Siento una especial devoción por El almuerzo desnudo de William S. Burroughs, de hecho, junto con Trópico de cáncer (Henry Miller), Mujeres (Charles Bukowski), Héroes (Ray Loriga) y A sangre fría (Truman Capote), se podría decir que son mis libros de cabecera por excelencia, todos válidos para abrir por cualquier página y perderse en ellos, son mundos tan distantes como terroríficos, tan extremos como profundamente cercanos, tan trágicos como divertidos. Todos ellos, a excepción del de Capote que tuviera una adaptación fantástica en A sangre fría (In Cold Blood, 1967. Richard Brooks), son prácticamente inconcebibles para adaptarse cinematográficamente, su dureza y ambigüedad estilística los convierte en mundos demasiado complejos como para poder trascribirse en un simple guion cinematográfico. Si nos centramos en El almuerzo desnudo, este exponencia sus dificultades, al tratarse de un claro delirio episódico, con muy pocas referencias continuas entre los diversos capítulos, a excepción de la psicología propia de la novela, centrada en la necesidad del consumo de droga, el placer y el dolor por el sexo (preferentemente homosexual), la irrupción del mal sobre el placer más orgiástico, acabando por completo con él o, como mínimo, dejarlo en las puertas del exterminio.
Estaba claro que la falta de una trama lineal y consecutiva hacía impensable la adaptación de la compleja novela de Burroughs, a no ser, que el personaje encargado de llevarla a la gran pantalla tuviera la imaginería suficiente como para saber convertir lo imposible en lo imposible a través de lo posible, es decir, canalizar dos experimentos abstractos (novela y film) a través de una base concreta (guion), sin que por ello, se pierda un ápice de personalidad en el proceso. Pocos realizadores serían capaces de ello, de hecho el propio Stanley Kubrick planeó un intento de adaptación de la novela totalmente infructuoso (lo que es de señalar, puesto que Kubrick había adaptado anteriormente La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971), de Peter Burgess, una novela lo suficientemente compleja para que cualquier realizador se achicara ante ella). Así que para suerte de nosotros y del cine, el proyecto fue a caer en manos de uno de los pocos directores personales que existen hoy en día en el panorama cinematográfico mundial: el genial David Cronenberg.
El realizador canadiense llevaba diez años con la idea en mente (incluso en 1985 hizo un viaje a Tánger con el propio Burroughs para acercarse a la malsana atmósfera que condujo la gestación de El almuerzo desnudo), pero no pudo hacerse hasta que realizador y productor (Jeremy Thomas) tuvieron sendos éxitos comerciales con La mosca (The Fly, 1986) y El último emperador (The Last Emperor, 1987. Bernardo Bertolucci), respectivamente. Por todos es sabido que Videodrome (Ídem, 1982) no sólo significo el interpasse de Cronenberg entre un cine más visceral, más físico hacia un viaje mucho más mental e introspectivo, que le llevaría ha hacer las mejores obras, de momento, de su carrera: La mosca, Crash (Ídem, 1996) y, sobretodo, la brutal Inseparables (Dead Ringers, 1988), cuya dureza visual y psicológica aún permanece intacta pese a los años pasados. Pero Videodrome significó algo más que eso, fue el último proyecto que Cronenberg escribió hasta que con su último film eXistenZ (Ídem, 1998) retomara, con menor inspiración (todo sea dicho), su labor como escritor. Desde Videodrome, entonces, Cronenberg se lanzó a la adaptación de obras literarias, algunas más sencilllas, como pueden ser La zona muerta (The Dead Zone, 1983) de Stephen King o La mosca de George Lanegan, otras, directamente imposibles, como Crash de J.G. Ballard o la propia El almuerzo desnudo de William S. Burroughs.
La ambigua biografía del escritor
Vista la dificultad de la adaptación directa de la novela, el atrevimiento de Cronenberg para acercarse a la obra acabó dotando al film de un aspecto propio, más cerca de Cronenberg que de Burroughs, evidentemente, pero no exento del aroma malsano y alucinógeno que desprende la novela. La «opción Cronenberg» para adaptar el libro fue el resultado de una triple ecuación sólo apta para irresponsables: se fusionó en un sólo término las propias vivencias de Burroughs cuando escribió la novela, pasajes de la propia historia y el mundo cárnico Cronenbergiano, con un especial gusto por la relación máquina-hombre, rebajando la (homo)sexualidad del libro, pero haciéndola más que latente en el film (Cf. Las bugwriters, especies de máquinas de escribir que mutan en insectos y que se comunican mediante un ano parlante dándole órdenes al protagonista).
Así, para entender el film, es necesario conocer de antemano la biografía del escritor norteamericano, como se verá, con datos lo suficientemente interesantes como para hacer una trilogía: William S. Burroughs (1914-1997) nació tremendamente rico, pues su abuelo, por esperpéntico que parezca, fue el inventor de la calculadora (Burroughs la llamaba «máquina de sumar»). De joven, se relacionó con todos los jóvenes de la generación Beat, a la que llegó a a pertenecer, pese a ser un escritor bastante más extremo que gente como Jack Kerouac y Allen Ginsberg. Pese a su marcada homosexualidad (que únicamente llegó aceptar en su exilio morfinológico en Tánger), se casó. Su mujer, Joan Vollmer Adams (la única perteneciente a la generación Beat que no llegara a publicar nada), se exilió con el y sus hijos, provenientes de otros compañeros sentimentales, a la frontera mejicana al tener el joven Billy problemas con las autoridades norteamericanas derivadas de su reconocida adicción a la heroína. Una noche, totalmente borrachos ambos, decidieron mostrar a sus amigos su habitual juego de Guillermo Tell, consistente en ponerse ella un vaso de cristal en la cabeza, teniendo Burroughs que dispararlo y, por supuesto, acertar en el vaso. Pues bien, esa noche, el joven y desmadrado Burroughs, que hasta la fecha sólo había publicado una novela, Yonqui, erró el tiro, acertándole de pleno en la sien a su joven esposa. Burroughs a partir del incidente, entró en crisis, viajó a Tánger y pasó cuatro años de su vida prácticamente sin salir de su habitación más que para conseguir heroína o derivados. Durante este tiempo, Burroughs continuó escribiendo y mandando sus escritos por correo a sus amigos de la generación Beat (de hecho el nombre de El almuerzo desnudo se le ocurrió a Jack Kerouac, haciendo referencia a «un instante helado en el que todos ven lo que hay en la punta de sus tenedores»), según él, sin ser consciente de ello (tal y como se cuenta en el film). Sus escritos no tenían ni sentido, ni orden aparente, con lo que la tarea de sus compañeros y de la suya propia al regresar de Tánger fue ardua y complicada, pero al final, en 1959, se logró publicar y fue un éxito en todos los aspectos: atacada, maldecida, tachada de misógina y de hacer apología sobre las drogas y, bueno, en fin, un largo etcétera que acaba por aburrir al más beato.
Burroughs superó su adicción a la heroína tras quince años de consumo, con un tratamiento, aún hoy no reconocido, mediante el uso de apomorfina. El escritor, para sorpresa de todo el mundo, llegó a vivir 83 años, y al final de su carrera acabó haciendo anuncios para Nike. También publicó dos discos sensacionales: uno con Tom Waits, The Black Rider (para el que compuso las letras de las canciones e, incluso, se animaba a cantar en una) y otro con Kurt Cobain, The Priest They Called Him, en el que Cobain toca la guitarra y Burroughs lee textos suyos.
Interzone: La conexión Cronenberg-Burroughs
La triple ecuación comentada arriba tuvo como resultado El almuerzo desnudo, una de las obras más personales de Cronenberg, donde la biografía de Burroughs se trasmutaba en la de Bill Lee (un perfecto Peter Weller, en una interpretación totalmente delirante por su contención e inexpresividad consciente), un exterminador de bichos, cuya mujer (correcta Judy Davis) se inyecta el insecticida que usa Bill para acabar con ellos. La sustitución de la heroína por el insecticida y la notable disminución de la homosexualidad en la versión cinematográfica, proviene no tanto en un intento de suavizar el film, si no a una reconversión del mundo de Burroughs en el universo cronenbergiano, donde la homosexualidad queda en un estado latente, y la adicción y sus consecuencias de carácter alucinatorio son el verdadero motor del film (al igual que le ocurría al Max Renn de Videodrome, la mayor parte del film es pura alucinación del protagonista).
La visceralidad aportada por Cronenberg, en especial en la escena del acto sexual entre Bill y Joan Frost, con una bugwriter recorriéndoles el cuerpo, y cuando un ciempiés gigante masacra al joven y sensible Hans, se corresponde a la perfección con el universo de Burroughs y, en especial de El almuerzo desnudo, donde se narra uno de los pasajes más ricos de su novela: Aquella en el que se cuenta la historia del ano que decide empezar a hablar por sí mismo, y al final le acaban saliendo dientes y termina por inutilizar la boca del hombre (en el film narrado en una hipnótica escena en que nos adentramos en un coche en plena oscuridad por un camino pedregoso habitado por personajes de tintes fantasmales). Tanto las mutaciones físicas (Rabia (Rabid, 1976)) como las psicológicas (Videodrome) se pueden hallar también en la novela de Burroughs, atentos si no a estos dos pasajes:
«… como el hospital estaba tan lleno, lo ingresaron en una letrina, y el cirujano griego le metió un mono vivo por error y luego le cosió, y fue violado por varios auxiliares, y uno de los empleados robó la penicilina sustituyéndola por detergente; y a la vez que cogió unas purgaciones culeras y un médico inglés muy puritano curó con un enema de ácido sulfúrico caliente, y también estaba el profesional de la Medicina Tecnológica, un alemán que le quitó el apéndice con un abrelatas oxidado y unos trozos de hojalata…»
«…con su calibrador, Johnny extrae un candirú del coño de Mary… Lo echa en una botella de mescal donde se convierte en un gusano de magüey. Le hace una irrigación vaginal de ablandador de huesos de la selva, los dientes vaginales salen mezclados con sangre y quistes… El coño resplandece dulce y fresco como yerba de primavera…»
Como se ve, tanto la pasión de Cronenberg por los hospitales y la cirugía tecnológica, así como su pasión por las mutaciones sexuales, se ven correspondidas a la perfección por Burroughs.
La única ruptura con la linealidad de la obra que realiza Cronenberg, es sin duda, su aproximación de manera letárgica sobre la historia. Así como en la novela todo es demasiado acelerado, en el film, se toma su tiempo y medio para suceder. El viaje introspectivo realizado por Bill Lee va tan lento como sus paranoias derivadas por la morfina le dejan. Su aventura policíaca, lo más débil con diferencia de la película, va tan lenta que no interesa, aunque sirva como hilo argumental de la misma. Nosotros seguimos prefiriendo el sabor de la locura a través de los distintos modelos de bugwriters existentes, o por la apropiación y sometimiento del ser humano, sea a través de la heroína o de la carne. El viaje introspectivo a Interzone realizado por Lee a través de las palabras y obras de Burroughs y de las imágenes y delirios de Cronenberg, convierten El almuerzo desnudo en una de las obras más extrañas y ambiguas de los noventa. Pero también en uno de los mejores y más significativos films de la historia del cine, no tanto por la difícil conjugación de los mundos artísticos, si no por el cruel retrato de la dependencia, física y mental, que tenemos los hombres por las drogas, las personas y la autodestrucción.