Un hombre sin pasado (Mies vailla menneisyyttä, 2002)

Un hombre sin pasadoFinlandia es el país más rico y feliz de la tierra”. Lo aseguraba, cigarro en mano, el socarrón Aki Kaurismäki en la presentación en el pasado Festival de Cannes de Luces al atardecer (Laitakaupungin valot, 2006), la historia de soledad que culmina su llamada trilogía de los desheredados y perdedores de la sociedad moderna. Diez años el director finlandes había trasladado al celuloide el terrible problema del desempleo en Nubes pasajeras (Kauas pilvet karkaavat, 1996). La segunda parte de esta trilogía, “Un hombre sin pasado”, que gira en torno al drama de los sin techo, ganó precisamente el Gran Premio del Jurado en el citado Festival. Aunque en su momento hubo quien no le perdonó a la película su aparente ligereza, lo cierto es que Un hombre sin pasado (Mies vailla menneisyyttä, 2002) es el capítulo más consistente de la trilogía, y uno de los mejores momentos de la filmografía de Kaurismäki.

La película narra la odisea de un hombre que, en su viaje a Helsinki para encontrar trabajo, es asaltado y golpeado por un grupo de ultraderechistas. Como resultado de la agresión, perderá por completo la memoria. En su camino se topará con los habitantes de una particular Corte de los Milagros finlandesa, en cuyo seno rehará su existencia, encontrando el amor en los brazos de una oficial del Ejército de Salvación. El universo que plantea Kaurismäki en Un hombre sin pasado es casi el reverso luminoso de aquellas distopías planteadas por apocalípticos como J.G. Ballard en su trilogía de novelas publicadas a mediados de los años 70: Crash, La isla de cemento y Rascacielos. En sus páginas, el despiadado progreso tecnológico y la acumulación de errores sin rectificar de la humanidad genera ciudades enfermas en pura descomposición, diferencias abismales entre clases sociales y una sobrecarga de información que embota los sentidos.

Un hombre sin pasado

Sin embargo, en lugar de cargar las tintas en el drama de unas personas que se ven obligadas a vivir en containers en la ribera de un río, el realizador opta por realizar un luminoso fresco de la dignidad humana. En este sentido, el filme participa del comunismo idílico al que el director se siente tan próximo. Los marginados del capitalismo feroz, a falta de bienes materiales, construyen una comunidad utópica en donde es posible despertar a la vida, sin tener que purgar por errores pasados. Esta visión voluntariamente simplista y netamente optimista aleja al filme del territorio que  habitualmente peinan otros directores que militan en el cine social como Ken Loach, cuyos personajes acaban superados por su entorno y circunstancias. En esta utopía del lumpen, Kaurismäki desarrolla una historia de amor encantadora e ingenua, que convierte en creíble la magnífica interpretación del dúo protagonista, Markku Peltola y Kati Outinen (premiada con la Mejor Interpretación Femenina en Cannes).

Privado de recuerdos, identidad e incluso de su propio nombre, el antihéroe anónimo de la función actúa como bálsamo de aquellos que le rodean, contribuyendo a hacer su vida más soportable. En este sentido, debe tratarse de una de las pocas películas en la historia del cine en las que el espectador reza porque el personaje no recobre la memoria. La amnesia ha sido utilizada por genios como Hitchcock como mecanismo narrativo que genera suspense o hace avanzar la acción. En esta ocasión funciona a modo de epifanía para el personaje principal. Su imagen, con la cabeza completamente vendada recuerda a la figura icónica del mítico Jack Griffin en El hombre invisible (The Invisible man, 1933). Si en el clásico de Whale la invisibilidad del protagonista le lleva a perder la cabeza y a la degradación moral —podredumbre llevada hasta el extremo en la aproximación al tema de Paul Verhoeven: El hombre sin sombra; (The Hollow Man, 2000)—, en la película del finlandés la invisibilidad del protagonista le sirve para comenzar su particular viaje de redención.

Un hombre sin pasado

En realidad, no estamos tan lejos de los territorios frecuentados Frank Capra, aunque a diferencia de las películas de éste, aquí el Estado se muestra como un ente opresor que margina a los desheredados al borde mismo del río, aunque les echaría de cabeza al mismo si tuviera la oportunidad. De hecho, el director finés ha afirmado en más de una ocasión que Qué bello es vivir (It´s a wonderful life, 1946) fue una de las influencias directas a la hora de realizar Un hombre sin pasado

Lo cierto es que la película remite en muchos sentidos al artificio idílico del que tanto gustaba Capra, y certifica el gusto de Kaurismaki por el cine de hechuras clásicas.  Por muy bizarros que nos puedan parecer los personajes de sus películas, y esta no es una excepción, el director  finés hace acopio de luz maravillosamente artificial, escasos movimientos de cámara, contrarréplicas mordaces y gestos perfectamente coreografiados. Cabe recordar que la anterior película filmada por el director, Juha (Juha, 1999), suponía un homenaje en toda regla al cine mudo. El guión de Un hombre sin pasado, que el director asegura haber filmado en el plazo record de una semana, está repleto de frases cortantes y directas que en muchos casos se podrían haber sustituido por intertítulos. Tales frases son pronunciadas por los personajes de la película sin que apenas se despeguen sus labios. No importa que se trate de una declaración de amor o una verdad inconfensable, porque a los personajes, que por su situación bien podrían pasar por la versión actualizada de los románticos marginados del primer Chaplin, parecen alumnos de la escuela de hieratismo de Buster Keaton.

Un hombre sin pasado

El laconismo expresivo de los personajes de Kaurismäki ha hecho que se le compare en ocasiones con Ozu o Bresson. El finés asegura que se trata de una elección personal, porque no soporta a los actores que gesticulan y gritan en exceso, aunque en más de una ocasión no podemos evitar preguntarnos hasta que punto documenta la fauna finlandesa o hasta qué punto abusa del recurso. Lo cierto es que le viene como anillo al dedo en una película que juega tanto con el contraste a nivel formal y narrativo. El director impregna de humor negro, cuando no absurdo, unas situaciones que en condiciones normales no deberían movernos a la carcajada. En una de las secuencias de la película, el protagonista acude a visitar a su esposa tras recobrar su memoria. Allí se encontrará con el nuevo compañero de la mujer. Ambos, sin mover un músculo de la cara, deciden retarse, más que nada porque es lo que se supone que se debe haber en esas situaciones.  En otro de los momentos, el guardia de seguridad del puerto advierte al protagonista que su perro Hannibal podría devorar a cualquier persona si se lo propusiese. En realidad, el can (al que da vida Tähti, la mascota del propio Kaurismäki) parece nadar en la ataraxia, como el resto de personajes.

Este contraste también funciona a nivel formal. Aquí no se apuesta por una fotografía de colores fríos y una iluminación opresiva, como cabría imaginar por el terrible tema que se está narrando. En su lugar, Tino Salminen, que trabaja como director de fotografía con Kaurismäki desde hace más de 25 años, potencia los colores intensos para la iluminación exterior, y trata de dignificar en la medida de lo posible a los desheredados en las escenas de interior. Incluso la banda sonora, tan magnífica como siempre en los filmes de Kaurismäki, combina con rubor temas de rockabilly marciano con piezas de sabor más añejo. Un hombre sin pasado juega a la acumulación de contrastes, y su afilado humor negro puede hacer que olvidemos que estamos ante una obra mucho más depurada a todos los niveles de lo que puede deducirse en un primer visionado.

Juha (1998)