La vida moderna (en China)
A pesar de que la fiebre por el cine asiático parece haberse calmado en los últimos tiempos, eso no quiere decir que la producción de los diferentes países orientales no continúe manteniéndose en buena forma. De entre todas las cinematografías, a pesar de que son las del sudeste asiático las que acaparan la atención de los grandes festivales, quizás es la china aquella que sobrevive con una mayor insistencia, manteniéndose estable y con indicios de paulatino crecimiento y desarrollo, gracias tanto al régimen de coproducciones con otros países como por el surgimiento de una nueva generación de cineastas urbanos que demuestran ser extremadamente sensibles a los cambios estructurales y humanos en los que se encuentra sumergida su nación. Al más conocido nombre de Jia Zhan-ke (y de otros miembros de la Sexta Generación como Wang Xioashuai que siguen en activo) se unen los de Yu Li (Lost in Beijing), Liu Fendou (Green Hat), Zhang Yibai (Curiosity Kills the Cat, Lost. Indulgence), Cui Zien (Night Scene, Enter the Clowns), Wang Chao (Luxury Car), Lu Yue (Thirteen Princess Trees), Li Yang (Blind Mountain) o Diao Yinan (Night Train), por nombrar unos cuantos, que demuestran que existe un potente espíritu de renovación dentro de la ya de por sí rígida e impenetrable industria de cine chino.
La mayoría de estos directores intentan reflexionar, desde una óptica eminentemente crítica, en torno al sentimiento de pérdida y desorientación que late en buena parte de la sociedad china y que viene a simbolizar el desencanto de los nuevos tiempos. A su vez, muchos de estos films retratan nuevas realidades que se han tenido que incorporar de manera apresurada dentro de la conciencia colectiva de la población sin apenas tener un tiempo conveniente de asimilación, lanzando una mirada de preocupación y aviso hacia la pérdida de valores de la juventud dentro de un caníbal panorama de supervivencia.
Dentro de este panorama se encuadra a la perfección la ópera prima de Cao Baoping, que fue galardonada en el pasado Festival de San Sebastián con el Premio Altadis destinado a los nuevos realizadores, convirtiéndose en una de las más gratas sorpresas del certamen. La ecuación del amor y la muerte supuso además un interesante contrapunto con la otra importante pieza china presentada en Donostia, 24 City, la nueva incursión de Jia Zhang-ke a través de las sinuosas fronteras que separan el cine de la realidad, y de las diferentes vías expresivas que hibridan el documental junto con la recreación histórica y social gracias a los soportes visuales que aportan las nuevas tecnologías. Mientras que 24 City constituía un ejercicio metarreflexivo, La ecuación del amor y la muerte dejaba de lado cuestiones teóricas para sumergirse de lleno dentro de la praxis fílmica a través de la articulación artificial que supone un mecanismo como el de las historias cruzadas, pero impregnándolo de un sustrato de raigambre verídica difícil de soslayar, de forma que, finalmente costaba trabajo discernir cuál de las dos obras contenía unas mayores dosis de crudeza y realidad en su interior.
En este sentido, resulta interesante comprobar cómo Baoping se erige como representante de ese relevo generacional urbano que mencionábamos a la hora de narrar las modificaciones a las que ha tenido que adaptarse la población china dentro de las grandes ciudades, haciendo especial hincapié en el imparable aumento de la migración que se ha producido durante estos últimos diez años desde el campo a la ciudad en busca de una nueva tierra de las oportunidades. Ese trasvase y las consecuencias de un cambio de identidad, así como la necesidad de integración rápida dentro de las estructuras sociales imperantes constituyen el núcleo cordial del film, que narra la historia de una joven, Li Mi (interpretada por Zhou Xun, una de las actrices jóvenes más importantes dentro de la industria china, que alterna producciones más artísticas como Shozue River de Lou Ye con otras de carácter más épico como The Banquet o Perhaps Love) que se dedica a conducir su taxi día y noche con la esperanza de encontrar a su prometido por las calles superpobladas de una ciudad sin límites. Baoping construye un hermoso poema de amor y de muerte, como indica su título, a través de las relaciones que se establecen entre diferentes personajes que se cruzan en el camino de un itinerario que terminará conduciéndolos a todos al redescubrimiento de sí mismos dentro de una realidad que había terminado por convertirse en su yugo. Las imágenes de La ecuación del amor y la muerte dejan la sensación de que el hombre poco a poco ha ido perdiendo sus contornos dentro las obligaciones que implica la vida moderna; a veces de manera inconsciente, y otras, como el antiguo novio de Li Mi, de manera premeditada, como única forma de supervivencia. Cada uno elige su propia opción, pero hay que tener claro el alto precio que hay que pagar por cada una de nuestras renuncias y valorar cuánto merece la pena seguir luchando por aquello en lo que creemos y por las personas y las cosas que amamos.