Mujeres

Mis problemas con los hombres

Teniendo en cuenta que alguno de los postulados del Neofeminismo parecen encontrarse sólidamente asentados en nuestra compleja sociedad actual, aunque solamente sea por la modalidad de consumo a la que han dado lugar, no está de más echar la vista atrás y recuperar una película fundamental para entender el hecho diferencial femenino, entre otras cosas por ser la primera aproximación fílmica, que uno recuerde, a un universo ficcional donde la mujer y sus circunstancias constituyen la medida de todas las cosas. Recordemos que Mujeres (The Women. George Cukor, 1939) fue estrenada en los estertores de los años 30 y confeccionada con las exquisitas hechuras de la alta comedia que tan bien dominaba el responsable de títulos tan representativos del género como la posterior Historias de Filadelfia (The Philadelphia Story. 1940), con lo que podríamos cometer la torpeza de tomárnosla con excesiva ligereza, como el que degusta una buena copa de champán y está más pendiente de las burbujas que del regusto que este deja en el paladar.

Y es que bajo los carísimos ropajes, el lujoso diseño de producción y, en líneas generales, la elegante sofisticación que preside cada minuto del metraje subyace un acerado retrato de género cuya indudable modernidad reside en su absoluta vigencia: pese a que el substrato retratado sea fundamentalmente la alta sociedad neoyorquina de Park Avenue y aledaños, con sus salones de belleza y coloristas desfiles de alta costura, la yuxtaposición de arquetipos femeninos, que en no pocos pasajes desemboca en un auténtico coro griego, enriquece una polifonía de diálogos frescos y punzantes, en los que lo dicho va en todo momento de lo mordaz a lo clarividente; de la cornuda desdichada (Norma Shearer) a la vamp arribista (Joan Crawford) pasando por la cotilla de salón (Rosalind Russell) y el resto de féminas de diversas edades con que se relacionan, Cukor compone un espléndido fresco histórico donde los hombres, y aquí se halla el quid de la cuestión, no aparecen in corpore por ninguna parte.

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Lo que no quiere decir que no estén, ciertamente; salgan mejor o peor parados, su presencia fuera de plano se manifiesta en la profusión de anhelos, diatribas y consignas pro-matrimoniales expuestas por las diversas integrantes del elenco protagonista. Al igual que en La casa de Bernarda Alba (Federico García Lorca, 1936) en Mujeres la evocación de lo masculino es el motivante último del comportamiento femenino, protagonista absoluto de sus deseos y desdichas. Por mucho que a una le quede la opción del divorcio vía Reno, vaya, en el fondo no deja de ser una romántica incurable y lo hace, como la impagable condesa interpretada por una chisposa Mary Boland, para poder casarse por enésima vez. Y es que, por reaccionario que pueda parecer, la indudable contemporaneidad de la película se sustenta en su plasmación sin medias tintas de una realidad que, transcurridos setenta años justos, sigue siendo exactamente la misma. No hay más que recuperar Sexo en Nueva York: la película (Sex in the City: The Movie, Michael Patrick King, 2008) o cualquier temporada de su catódico precedente para comprobar como, a cualquiera de las modernas y liberadas treintañeras protagonistas lo que realmente les importa, más allá de apartamentos lujosos y zapatos de marca, es atar en corto a un buen macho alfa que las retire del mercado.

Así las cosas, mucho mejor ver una y otra vez a la estupenda Norma Shearer exclamar a pleno pulmón <<No tengo nada de orgullo. Ese es un lujo que una mujer enamorada no se puede permitir>> antes de volver corriendo a los brazos de su infiel marido que los ridículos mohines de Meg superwoman Ryan en el coyuntural remake homónimo estrenado el pasado año. Por algo el gran George Cukor era denominado por sus contemporáneos, no sin cierta sorna, el director de actrices de Hollywood; algo que, por lo visto, no le hacía maldita la gracia.