Andar sin avanzar
Uno de los peores efectos colaterales de la época de corrección política que estamos viviendo actualmente es cómo, sin que nadie parezca prestarle atención, la ficción comercial, y muy en especial la romántica, está ofreciéndole al público unos estereotipos conservadores disfrazados de todo lo contrario. Ahí está la infausta chick lit, encabezada por la no menos infausta Bridget Jones de Helen Fielding, que ha puesto de moda a las mujeres económicamente independientes que, sin embargo, buscan de forma desesperada un príncipe azul que les «haga felices». O, lo que es aún peor, esa versión fantastique de las novelas de Corín Tellado que es la saga Crepúsculo de Stephanie Meyer, que esconde, bajo su temática vampírica, una defensa de la castidad hasta el matrimonio que debería poner los pelos de punta a los padres de los adolescentes –algunos de los cuales serán, sin duda, de lo más progre– que devoran sus volúmenes.
Por eso mismo no deja de sorprenderme, cada vez que recupero comedias clásicas de Hollywood, encontrarme en ellas con un concepto mucho más moderno y más igualitario de las relaciones hombre-mujer que el que maneja el cine actual. Que un director como Frank Capra, en general acusado de esgrimir una ideología conservadora –ya se sabe: John Ford era un fascista, Charles Chaplin un ingenuo y Capra un conservador, ¡viva el reduccionismo!–, rodara hace 75 años una película como Sucedió una noche (It Happened One Night, 1934), que en todo momento coloca al mismo nivel a su pareja protagonista, debería hacernos replantear unas cuantas cosas sobre nuestras propias estructuras relacionales. Pero además, hablando de lo que nos ocupa, que al fin y al cabo es el cine, también tendría que empujarnos a valorar por qué se recuerda siempre el optimismo newdealista del director de este film, y nunca su tendencia a crear personajes femininos fuertes e independientes como la Claudette Colbert de esta misma obra, la Jean Arthur de El secreto de vivir (Mr. Deeds Goes to Town, 1936), Vive como quieras (You Can’t Take It With You, 1938) y Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to Washington, 1939) o la Barbara Stanwyck de Juan Nadie (Meet John Doe, 1941).
A pesar de estar considerado el film inaugural de la corriente de la comedia screwball, no se trata, pese a lo que pudiera parecer, un acercamiento primitivo a dicha tendencia, sino un ejemplo plenamente maduro de un autor con ganas de probar los límites del género, y que explota al máximo las posibilidades narrativas de un punto de partida, en realidad, de lo más nimio. Y además, marcando un camino que directores mejor reconocidos en el terreno de la comedia, como Howard Hawks o Billy Wilder, siguieron con notable fidelidad. Aquí están ya los diálogos afilados e incisivos, a los que Capra y uno de sus guionista preferidos de la época, Robert Riskin, les imprimieron un ritmo maravilloso; los equívocos y las insinuaciones sexuales, veladas para poder saltarse las normas de censura, y que, de hecho, dan pie al impagable gag de las Murallas de Jericó; y sobre todo, los personajes imperfectos y llenos de conflictos, lo que, en lugar de hacerlos antipáticos –al fin y al cabo, Gable es un vivalavirgen vacilón y maleducado, mientras que Colbert es una niña de papá malcriada y orgullosa–, en cambio refuerza su humanidad, en gran parte merced a las fantásticas interpretaciones de su dúo protagonista.
Hay que valorar, por otro lado, que Sucedió una noche también aporta a la comedia romántica una estructura que se adapta a ella como un guante, la de road movie, pues supone una metáfora perfecta del desarrollo de una relación sentimental: el camino a recorrer es una proyección del vínculo amoroso que se produce entre los protagonistas, y los obstáculos con los que se cruzan, las sucesivas crisis y dificultades que hay que superar para seguir juntos como pareja. No es casualidad, de hecho, que ni el film de Capra ni la mayor parte de las películas que imitan su desarrollo terminen a la vez que el viaje. La trama continúa después de la llegada a destino porque, para que el sentimiento de los protagonistas se consolide debe dar un paso adelante, cambiar la dinámica establecida durante el flirteo hacia algo más serio. En ese sentido, quizás la película que mejor ha sabido aprovechar la herencia de esta película, y darle una vuelta a la estructura de road movie tanto a nivel de narración como en cuanto a las implicaciones íntimas para los personajes, es Dos en la carretera (Two for the Road; Stanley Donen, 1967) –o cómo reflejar la destrucción de un matrimonio mediante la fragmentación de su historia–.