Ten Minutes Older: The Trumpet

El tiempo en sus manos

I

Tanto Ten Minutes Older: The Trumpet (VV.AA., 2002) como Ten Minutes: The Cello (VV.AA., 2002) son descendientes naturales de Ten Minutes Older (Par desmit minutem vecaks. Herz Frank, 1978). El proyecto de ambas surgió cuando Wim Wenders pidió a una serie de directores la realización de un ejercicio cinematográfico basado en dos únicas condiciones: cada film debía durar diez minutos y en todos ellos debía aparecer un reloj, al menos en una ocasión. Y como motor inspirador de este díptico colectivo, la obra del latvio Herz Frank realizada veinticuatro años atrás, un único plano secuencia de diez minutos de duración protagonizado por las diferentes expresiones que adopta el rostro de un niño al asistir a una (supuesta) representación teatral de marionetas. Rasgos de pantalla esquivada que Abbas Kiarostami retomaría treinta años después en Shirin (2008), otra estancia especulativa con influyente contraplano sonoro situada más allá del mero registro documental.

The Trumpet y The Cello están formadas por siete piezas cada una, en total catorce impresiones aparentemente unívocas generadoras de reflexión acerca del paso del tiempo, servidas por cineastas de acreditado prestigio internacional. En The Trumpet, el título que nos interesa, un solo de trompeta compuesto por Paul Englishby actúa de hilo conector entre las piezas dirigidas por Aki Kaurismäki, Víctor Erice, Werner Herzog, Jim Jarmusch, Wim Wenders, Spike Lee y Chen Kaige. El fragmento dirigido por Herzog, Ten Thousand Years Older, comparte con la pieza original homenajeada no solamente idéntica duración y parte de su título, sino también esquiva filiación genérica. En cambio, su contenido afronta una temática recurrente en la obra del alemán, la naturaleza y la pervivencia del hombre en un paisaje natural que, irremediablemente, dejará de pertenecerle.

II

Cuenca del Amazonas, 1981. Un equipo de filmación formado por británicos y brasileños se adentra en una región inexpugnable en la que habita la tribu nómada Eru Eus. La presencia de las cámaras intimida a los nativos, pero la interacción con el mundo desarrollado no se hace esperar. Estas primeras imágenes, a pesar de llevar en su banda de sonido la personalísima voz en off del director, nos remiten a un territorio tan primitivo que las convierten de manera casi automática en found footage, trozos de celuloide que el propio Herzog hubiera encontrado en un recóndito paraje del planeta dispuestos a ser organizados convenientemente en la sala de edición, una operación no muy diferente a la que emplearía años más tarde en Grizzly Man (2005) cuando reclutó y dio sentido al material grabado por Timothy Treadwell.

Ten Thousand Years Older propone, a continuación, una brusca elipsis. Transcurren veinte años y los efectos de la civilización moderna y el contacto con el hombre blanco han hecho mella en la tribu. Tari, el jefe indígena de los Uru Eus, sufre de tuberculosis. A diferencia de otros miembros del clan con mucha menos suerte —enfermedades comunes se cebaron con ellos en un breve periodo de tiempo—, Tari no ha sucumbido a un avance de miles de años que sí le ha permitido, en cambio, subirse a un coche, conocer grandes ciudades y practicar sexo con mujeres blancas. En cuanto a su sobrino Pablo, ha eludido las costumbres primigenias que caracterizaron a sus ancestros, abraza la lengua portuguesa en detrimento de la nativa, y se avergüenza de sus orígenes primitivos. Le caracteriza, por tanto, un instinto de huida semejante al que la adolescente Juliane Koepcke y el piloto Dieter Dengler experimentaron cuando los aviones en los que viajaban cayeron por distintas razones en plena jungla, sendos peregrinajes de supervivencia presentes en dos documentales made in Herzog, Wings of Hope (Julianes Sturz in den Dschungel, 2000) y Little Dieter Needs to Fly, 1997).

Han aparecido los primeros síntomas de acogimiento a un nuevo modo de vida alejado ya de la clandestinidad tribal. Desconocemos si los miembros de dicha tribu han batallado por preservar sus raíces, aunque el último plano que recoge Ten Thousand Years Older parece ofrecernos alguna pista: Tari observa con curiosidad y detenimiento un reloj, en particular sus manecillas y el sonido que estas emiten, mientras que Herzog nos susurra «sabe que su tiempo ha pasado, el suyo y el de su tribu». Una digresión humanista de tonalidad opaca que, por cercanía, casa a la perfección con la poesía elegíaca de El curioso caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button. David Fincher, 2008), otro tratado acerca de la fragilidad del ser humano y lo perentorio de su existencia. Y a su vez, con un extracto de las Meditaciones de Marco Aurelio que sirven de prólogo a Ten Minutes Older: The Trumpet: «el tiempo es un río, una corriente subterránea que todo lo arrastra…».