Documentando el Amazonas
Según Werner Herzog, a la hora de plantear un documental, no solo está interesado en no aburrir a los espectadores, sino que además busca el alcanzar lo que él denomina «el éxtasis de la verdad». Al menos es lo que intentó en los tres documentales que de corrido dirigió entre los años 2003 y 2005: La rueda del tiempo (Wheel of Time, 2003), El diamante blanco y Grizzly Man (2005). Tres documentales diferentes entre sí como para conformar una trilogía aunque, por otro lado, con los suficientes puntos de unión como para poder ver en ellos un interés común que no es otro que subliminar aquello que se narra/documenta y buscar en las imágenes reales y en su posterior montaje el crear algo que va más allá de su planteamiento inicial. A Herzog parece interesarle menos aquello que pueda subyacer bajo las imágenes y aquello que éstas puedan acabar sugiriendo que por su propia naturaleza. De ahí que los puntos de partida de sus documentales sean, a priori, no demasiado llamativos en general, quizá porque con ello puede jugar más con el material, como si de esa manera se liberara de su presión. En El diamante blanco se acerca al científico británico Graham Dorrington, quien ha construido un dirigible para dos personas que desea probar en la selva amazónica, a donde se dirige junto a Herzog para seguir y documentar la puesta en marcha del proyecto. Antes, mediante un montaje de imágenes de archivo, Herzog recorre la historia de la aerodinámica para que el espectador tenga cierto conocimiento sobre el tema, todo un detalle, claro, aunque después, apenas tenga gran relevancia, pues la película acaba conduciendo al espectador —sorprendentemente— hacia otros lugares.
Dorrington, como los dos protagonistas de La rueda del tiempo y Grizzly Man, es un hombre luchando contra los elementos, introducido en una naturaleza hostil que, sin embargo, es presentada visualmente de una manera diferente, algo muy común en la obra de Herzog: el hombre es siempre el intruso. Pero, también, es un hombre, como los otros dos, algo ridículo en su lucha por lograr un objetivo de poca relevancia. ¿Pero lo es realmente? Herzog lo presenta con crudeza, o mejor dicho, con veracidad, sin adorno ni aplauso, tan sólo tal y como es, para lo bueno y para lo malo. A partir de ahí Dorrington puede resultar tan arrogante como admirable pero está claro que cree en lo que hace y a ello dedica todas sus fuerzas, lo cual acaba siendo respetable y en su trabajo —bien trazado a lo largo de la película incluso en su media duración— se encuentra gran parte de la fuerza de El diamante blanco, que acaba dejando de lado su tema particular de partida para hablar de algo más general, como puede ser los sueños individuales y la lucha por su consecución a toda costa. El retrato humano, apenas perseguido sino captado por Herzog en su acercamiento a Dorrington, sorprende por no estar forzado. Algo que se agradece en su negativa al énfasis, quizá en su compromiso con el realismo documental.
Pero no todo queda en el retrato humano, como decía el punto de partida, pues al final, el paisaje, el entorno, acaba poseyendo una presencia que va más allá de su figuración decorativa para alzarse no sólo ya como un personaje más de El diamante blanco sino como una presencia que rehúye del exotismo y cobra vida a través de unas imágenes en más de un momento sorprendentes e impactantes. Las tomas visuales de la fauna y de la flora amazónica poseen una gran belleza y cercan están en algunos momentos de asemejarse a esos documentales de los canales de naturaleza si no fuera porque Herzog consigue ir más allá y hacerles participes —¿testigos?— del trabajo de Dorrington. A partir de que éste logra poner en marcha su proyecto, El diamante blanco se construye a través de una sucesión de imágenes muy cuidadas tanto en su creación como en su montaje ulterior que logran que el visionado de El diamante blanco sea toda una experiencia que, sin embargo, dura lo que dura el metraje, pues después hay algo que se disuelve en la memoria. Quedan retazos, alguna imagen, una sensación agradable. No mucho más, aunque no es poco.