Eric Rohmer: París

Para Mario, que me descubrió a Rohmer y tantas otras cosas

Me enteré de la muerte de Eric Rohmer justo mientras estaba viendo su primer largometraje, El signo del león (Le signe du lion, 1959). Pensar mientras veía algunas de las primeras imágenes que había rodado que ya no volvería a hacer cine, me produjo una enorme conmoción. Ya no habría más fotogramas impregnados de la sabiduría de uno de los hombres de cine más inteligentes de nuestro tiempo y más sagaces a la hora de investigar las imbricadas relaciones entre el arte cinematográfico y la plasmación de las contrariedades a través de las que se expresa el ser humano.

Hacía algunas semanas precisamente que comentaba con unos amigos que, probablemente, El romance de Astrea y Celadón (Les amours d´Astrée et de Céladon, 2007) sería su última película. Pero uno siempre alberga la posibilidad de que ciertas cosas ocurran, aunque ya parezcan casi imposibles.

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Rohmer fue uno de mis directores favoritos de la nouvelle vague junto a Claude Chabrol y Alain Resnais. Mientras los miembros del movimiento francés se van consumiendo, su cine, parece más joven y revitalizado que nunca al verse de forma continuada constituyendo el germen de muchos de los hallazgos que han caracterizado y siguen caracterizando  las rupturas que emprenden los cineastas de nuestros días.

Basta con observar los planos de deriva formal y emocional que recorren la segunda parte de El signo del león para que nos demos cuenta de que ahí podría encontrarse el punto de partida primigenio de films como Gerry (Gus Van Sant, 2002) o Tropical Malady (Sud pralad, Apichatpong Weerasethakul, 2004).

La historia de Pierre Wesselrin (Jess Hahn), un vividor que pasa de obtener una herencia millonaria a ser despojado de ella en unos pocos días y convertirse en un vagabundo por las calles de París, sirve a Eric Rohmer no sólo para realizar uno de sus primeros bocetos sobre lo que más tarde se convertiría en sus cuentos morales (en esta ocasión centrado en el egoísmo y la ambición de los hombres) basados en la paradoja, sino también para asentar las bases programáticas de André Bazin y sus propios postulados teóricos extraídos de sus reflexiones acerca de su particular concepción del cine como forma de expresión artística en la que se permeabilizaban otras manifestaciones como la pintura, la música y el teatro.

Gracias a Intermedio (que hace unos meses también nos dio la oportunidad de rescatar una de sus obras más atípicas, Perceval el Galo) podemos disfrutar ahora de un completo pack que, titulado con el nombre de Eric Rohmer: París, nos ofrece una idea panorámica de lo que significó la ciudad francesa para configurar el universo creativo del director.

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Precisamente El signo del león opera desde esa convicción que acompañó siempre a Rohmer de que los rodajes debían estar integrados en el espacio natural en el que habitaran los protagonistas a través del recurso de la transparencia cinematográfica, es decir, mediante el uso de imágenes y recursos estilísticos que se amoldaran a sus movimientos físicos y espirituales. Así, en El signo del león asistimos a un relato con voluntad dual, el de retratar la fortuna y la desdicha (el azar, el destino, siempre tan presentes y determinantes) de un hombre que pasa de la despreocupación y diversión de las reuniones entre amigos y la vida disipada a la indigencia a través de un largo y humillante periplo por las calles de París. A veces solitaria, otras desprendiendo su inevitable aroma de romanticismo al albergar a las parejas de enamorados junto al Sena, otras bulliciosa en las agitadas noches de verano de Montmartre… París cobra vida a través de la cámara inquisitiva de Eric Rohmer y palpita con todo su esplendor suntuoso mientras la vida de Pierre va encaminándose cada vez más hacia la tortura existencial, en completo antagonismo con ese resplandor que desprende una ciudad que rebosa seducción y joie de vivre por los cuatro costados.

Tomando también como punto de referencia París y en un intento de materializar el espíritu de la ciudad mediante sus calles y sus gentes, su cultura, costumbres e idiosincrasia, surge Les Rendez-vous de Paris (1995) que también podemos encontrar en el pack de Intermedio y que se encuadraría dentro de la recuperación del cine de los noventa de la ciudad como reflejo de las ansias y los desvelos de los protagonistas, como ejemplificó ese mismo año Richard Linklater en Antes que amanezca (Before Sunrise, 1995) o Hal Hartley en Flirt (1995). Así, Rohmer nos muestra un tríptico de historias en las que la decepción que provoca el desamor, las casualidades y la pintura y su significado en nuestras vidas, conforman un afinado estudio sobre los anhelos y las esperanzas truncadas que se suelen depositar en las relaciones afectivas. Chispeante y juguetona, filmada en 16mm y casi íntegramente en exteriores a través de travellings y planos secuencia de seguimiento a los personajes, Les Rendez-vous de Paris nos devuelve a un Rohmer siempre moderno y excitante a la hora de crear nuevos puntos de referencia para descifrar la modernidad cinematográfica.

El pack nos ofrece asimismo los dos primeros cuentos morales de la serie (que completan La coleccionista (La collectioneusse, 1967), Mi noche con Maud (Ma nuit chez Maud, 1969), La rodilla de Clara (Le genou de Claire, 1970) y El amor después del mediodía (L´amour après-midi, 1972)), La panadera de Monceau (Le boulangère de Monceau, 1962) y La carrera de Suzanne (La carrière de Suzanne, 1963), producidas por Barbet Schroeder y su Les Filmes de Losange, rodadas en blanco y negro y que además pueden ser leídas al contener la edición un libreto que las pone por escrito[1]. En ellas el director se centra en las diferencias sociales para establecer un puntilloso análisis de los retrasos éticos que todavía regían la conciencia de la época (un discurso de clases que lamentablemente todavía sigue presente en la actualidad), rueda en blanco y negro y posiciona su mirada crítica en el tema de las relaciones amorosas.

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Por último, también se incluye un curioso fragmento titulado Presentación o Charlotte y su bistec (Présentation ou Charlotte et son steak, 1951-1961), cuyo negativo fue extraviado antes de la sonorización y que fue encontrado y post-sincronizado en 1961 con las voces de Jean Luc Godard, Stéphan Audran y Anna Karina; Nadja en París (Nadja à Paris, 1964), un cortometraje sobre la vida en la capital francesa de una estudiante extrajera que descubre la eclosión cosmopolita y cultural de París en los sesenta y relata en voz en off sus particulares vivencias y sus paseos por la Rive Gauche, Sant Germain des Prés, Montparnasse, el barrio de Belleville… y para terminar, un mediometraje documental sobre la obra de Louis Lumière que tiene como invitados interlocutores a Jean Renoir y a Henri Langlois.

Eric Rohmer se ha ido, pero los que amamos su obra, siempre nos acordaremos de ese rayo verde que si alguna vez logramos ver, nos hará comprender mejor nuestros sentimientos y los de los demás, como en una especie de milagro mágico. Algo que, de alguna manera, intentó siempre el director a través de sus películas: que por medio de las vicisitudes e inquietudes de sus personajes, nosotros también llegáramos a conocernos mejor a nosotros mismos e indagáramos sobre nuestras propias contradicciones. Y eso no tiene nada que ver con la magia, sino con un talento que sólo poseen los más grandes directores, aquellos que no conciben el cine si no es relacionado con los sentimientos más profundos del ser humano, la soledad y el amor.


[1] La edición original francesa y publicada por Anagrama, incluye también el resto de los cuentos morales.