Las amargas lágrimas de June Buckridge
Dorothy Michaels, durante la emisión en directo del capítulo semanal de la teleserie en que trabaja, como actriz, da un giro absolutamente inesperado al argumento al quitarse de pronto su peluca y descubrir que en realidad es Michael Dorsey, el actor que no consigue encontrar trabajo y decide travestirse en Tootsie (Sydney Pollack, EEUU, 1982). Una secuencia como ésta resulta especialmente significativa para acercarse e intentar comprender la hilarante esencia de los culebrones televisivos y el impúdico desprejuicio sobre el que se construyen unas tramas a cual más esperpéntica.
Asumiendo que las telenovelas latinoamericanas son un punto y aparte, si conseguimos recordar alguna de las diferentes secuencias de series como Falcon Crest (1981-1990), Dinastía (Dinasty, 1981-1989) o ese mamotreto televisivo que fue Santa Bárbara (1984-1993), observamos que conforme avanzan las tramas se da ineludiblemente un desprecio absoluto por cualquier lógica, medianamente humana.
Michael Hoffman intentó plasmar con desigual fortuna el particular mundo de los culebrones televisivos en la excesivamente irregular Escándalo en el plató (Soapdish, 1991). Pero posiblemente fue Pollack quien mejor se ha aproximado en la ya citada Tootsie, quizá porque partía de un argumento tan increíble como los que conforman las propias teleseries. Siempre me han resultado divertidos, y hasta cierto punto grotescos, muchos de los fenómenos que se dan alrededor de estos productos televisivos. Uno de los más significativos creo que es el que se refiere a la desaparición de un personaje, ya bien sea por fallecimiento, un inesperado viaje o un accidente que nos lo devolverá unos cincuenta episodios después con un físico completamente diferente.
Los motivos que pueden llevar a que los guionistas tengan que sacarse de la manga estos trucos más bien baratos pueden justificarse por la necesidad de deshacerse de un actor cada vez más conflictivo, con exigencias económicas o artísticas más abultadas o con una vida privada que la cadena de televisión considera inapropiada, o sencillamente porque el personaje no cuaja entre la audiencia.
A June Buckridge ya nadie la conoce por su nombre. Todos, incluyendo Alice «Childie», su pareja, la llaman George, por el personaje al que da vida en una serie de la BBC. La entrañable hermana George es un hito, después de cuatro años en antena y sin ella resultaría impensable el buen devenir de la telenovela. Sin embargo, los altercados públicos (incluyendo un episodio con unas monjas en un taxi, absolutamente ebria) son cada vez más frecuentes, los excesos de carácter que la llevan a continuos enfrentamientos con los directivos de la cadena y sobre todo su caída de popularidad a favor de Leo Lockhart, quien abandonó el teatro para descubrir todos los misterios y excelencias del medio televisivo, han hecho que sea condenada a muerte
Después de una gripe repentina que la mantendrá atada a la cama, será arrollada en un cruce por un camión. La sentencia de muerte está firmada y George ya no puede hacer nada para evitarla. En el implacable mundo de los culebrones televisivos no existe la clemencia ni los indultos. La única opción que le queda a la actriz, una vez fulminada, es presentarse a un casting para un programa infantil en el que debería encarnar a una vaca (!).
El retrato de June/George es brutal. Es una mujer ruda, celosa, excesiva, con problemas con la bebida, y para colmo de males, no olvidemos que a nivel de contexto nos encontramos a finales de los años sesenta, es lesbiana. Por encima de la disección de los entresijos de los platós televisivos, Aldrich, acierta plenamente al centrarse en un certero retrato de la protagonista, ardua labor a la que contribuye de forma imprescindible Beryl Reid, en una recreación absolutamente inspirada.
Pese a partir una vez más de un material ajeno, la pieza teatral de Frank Marcus, el cineasta consigue llevarlo a la perfección a su terreno y sumar este Asesinato de la Hermana George (título particularmente inspirado y definitorio) a esas agudas autopsias del mundo del showbusiness que son ¿Qué fue de Baby Jane? (What ever happened to Baby Jane, 1962) y sobre todo The big knife (1955).
George pese a que es una estrella de la televisión y goza del beneplácito del público, a pesar de su continua caída en los índices de popularidad, es en definitiva un juguete roto como Charles Castle y las hermanas Hudson, y al igual que ellos no puede aceptarlo, pues eso significaría la muerte. Antes que abandonar los focos, es preferible fantasear con trabajar publicitando artículos ridículos o introducirse en el disfraz de una vaca (eso sí, muy humana) que debe hacer las delicias de los más pequeños.
A la hora de construir el film, el cineasta, en esta ocasión parece buscar la sobriedad con la que ya había resuelto notablemente la mencionada The big knife, antes que recurrir a los excesos de gran guiñol con que ilustraba la pesadilla de Baby Jane. El film se erige en largas secuencias (consecuencia posiblemente de su origen teatral), resueltas mediante una puesta en escena firme y de rara habilidad para equilibrar cierta ternura con los momentos más desgarradores o crueles. Tal vez en exceso dilatada e irregular, más que en un conjunto debemos extraer los mayores hallazgos en determinados fragmentos o imágenes (inolvidable por ejemplo la noche en que George y Childie se caracterizan como Laurel & Hardy y mimetizando a los inolvidable cómicos ilustran hábilmente su propia relación afectiva). Por encima de otra consideración, al igual los trabajos más conseguidos de su filmografía, esta película es una notable demostración de la solidez como narrador de Robert Aldrich.
En las imágenes de este poco recordado trabajo podemos encontrar sin excesiva dificultad las huellas del mucho más prestigioso Las amargas lágrimas de Petra Von Kant (Die bitteren Tränen der Petra von Kant, RW Fassbinder, 1972), especialmente en el retrato sin concesiones que hace de la pareja protagonista y toda la lectura que podemos encontrar sobre las clases sociales. Childie, al igual que la Karin de la película de Fassbinder es una empleada/esclava a la que su ama puede utilizar como y cuando le complazca. George no duda en castigar a su amante, a causa de sus celos, obligándola a comerse una colilla, arrodillada en mitad del salón, en un juego cargado de soterrado sadismo que se desmorona en el momento en que la víctima le da la vuelta fingiendo estar disfrutando con la represalia. George como Petra ama a su esclava pero no puede permitirse el lujo de demostrárselo, ni siquiera cuando es abandonada puede expresar ninguna emoción que no corresponda a su posición/estatus social.
The killing of sister George, más de cuarenta años después de su realización continúa siendo uno de los muchos films malditos que jalonan la trayectoria del director, incluso en el momento de su estreno fue clasificada X por una secuencia lésbica entre Susannah York y Coral Browne. Junto con realizaciones apenas mencionadas como The legend of Lylah Clare (1968), La banda de los Grissom (The Grissom gang, 1971) o El emperador del norte (Emperor of the North pole, 1973), entre otras, este trabajo debería recordarnos que todavía, como sucede con Samuel Fuller, por ejemplo, queda todavía mucho por decir de ese gran contador de historias que fue Robert Aldrich.