Invictus

Podríamos afirmar que la recreación  de la final de la Copa del Mundo de Rugby, de 1995, celebrada en Sudáfrica, responde perfectamente a una de las máximas del cinematógrafo y es que las películas que giran en torno al mundo del deporte son profundamente aburridas, como en su día lo fueron El orgullo de los Yanquis (The pride of the Yankees, Sam Wood, 1942), Carros de fuego (Chariots of  fire, Hugh Hudson, 1981) o la reciente, y bochornosa, Gol! (Goal!, Danny Cannon, 2005). Ahora bien, esta aseveración pecaría de reduccionista, pues olvida que dicha final deportiva supuso uno de los episodios político-sociales más importantes de los últimos años, y que uno de los grandes protagonistas del mismo, fue el entonces presidente Nelson Mandela, una de las figuras clave de la segunda mitad del siglo XX, y que el encargado de construir en imágenes la propuesta es Clint Eastwood, uno de los más sólidos narradores del último cine estadounidense. Desde que realizará la sobrevalorada Sin perdón (Unforgiven, 1992), Eastwood se ha convertido en una suerte de heredero de una determinada narrativa clásica que en apariencia surge de cineastas como Howard Hawks o Henry Hathaway, cuando en realidad, encuentra sus principales referentes en posteriores realizadores, que se mueven entre una determinada modernidad y un excesivo caos narrativo, como Don Siegel o Sergio Leone, quienes, precisamente, le dieron varios de sus papeles más reconocibles como intérprete. Muchos críticos, a partir de su aparente reinterpretación del Western, que no deja de ser en exceso deudora de ciertos trabajos de Peckinpah, no dudaron en denominar último realizador clásico al hasta entonces ignorado Harry el sucio, quien  ya había demostrado su buen pulso tras las cámaras en diversas producciones, incluyendo la que posiblemente continúe siendo su obra más conseguida, El aventurero de medianoche (Honkytonk man, 1982). Etiquetado, en una época caracterizada por una confusión narrativa pasmosa, como un notable realizador, que recoge el testigo de los grandes cronistas de antaño, todos los trabajos posteriores de Eastwood han sido acogidos con un excesivo entusiasmo, si bien es cierto que títulos como Million dollar baby (2004), Gran torino (2008), que incluye el desenlace más revelador y lúcido de toda su filmografía, y sobre todo El intercambio (Changeling, 2008), una de las películas mejor construidas de los últimos años, resultan incuestionables.

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Con un tema tan prometedor y emocionante y un realizador de la categoría de Clint Eastwood, ¿por qué irremediablemente naufraga  Invictus? En primer lugar, el tono, excesivamente triunfalista, de la propuesta resta emoción y equilibrio a todo el conjunto. Enfatizando prácticamente cada secuencia, Eastwood, no parece darse cuenta de que anula los momentos que deberían transmitir al espectador determinadas emociones, consiguiendo un conjunto en exceso plano. Este error de construcción por parte del cineasta no es lamentablemente el único. Durante todo el metraje nos encontramos con determinados artificios narrativos, impropios en un  cineasta de su categoría, como subrayados o incluso manipulación de ciertas emociones recurriendo a elementos especialmente mal empleados, como el insufrible ralentizado de los últimos minutos del partido de marras, que incluye diversos cuadros fuera del terreno de juego protagonizados por gente anónima, que por momentos resultan delirantes, o la absurda utilización de una machacona banda sonora, más cerca de las películas de por ejemplo un Stallone como director que de las constantes narrativas del responsable de Mystic river (2003).

La reconstrucción histórica, igualmente, es en exceso superficial, cuando no vacía, por lo que el desarrollo dramático parece más cercano a un best seller que podamos encontrar en los escaparates de cualquier librería, que a la mirada seria de un autor que pretende aproximarse a una realidad compleja. El tratamiento de la propia figura de los protagonistas resulta definitiva para entender todas las carencias dramáticas de la cinta. En el intento de abordar a una figura como Mandela, Eastwood, lo acaba convirtiendo involuntariamente en una suerte de afectuoso Santa Claus, cargado de sabiduría y misticismo. A estos niveles, resulta intolerable que la aproximación al personaje sea similar a la que un advenedizo como Roland Emmerich planteaba del presidente USA, al que encarnaba un somnoliento Danny Glover, en la reciente 2012 (2009), que precisamente se caracteriza por un desarrollo absolutamente plúmbeo de los diversos caracteres. Ni siquiera la interpretación del habitualmente notable Morgan Freeman, independientemente de la calidad de las producciones en las que interviene, resulta convincente, pues acaba realizando un trabajo, sin duda correcto, pero demasiado mimético y carente de auténtica emoción. Sin embargo, las, pese a todo, virtudes de la recreación de Freeman chocan dolorosamente contra las insuficiencias interpretativas de un hinchado Matt Damon, quien se confirma como uno de los actores más insustanciales de su generación, que carga, además, con un personaje que apenas se mueve entre los lugares comunes y la más absoluta superficialidad.

La exaltación triunfalista y el retrato de una gesta que sabemos concluyó en triunfo, se le escapa de las manos a Eastwood, quien no parece el realizador más adecuado para cantar estos hechos. Y es que la mirada del cineasta siempre ha estado cerca de los perdedores, hasta el punto de conseguir una particular simbiosis, verdaderamente emocionante, y ha logrado sus mayores triunfos narrando los fracasos, que tan bien parece comprender, y sobre todo respetar. Por eso, Nelson Mandela, resulta todo un intruso en una filmografía caracterizada por albergar a derrotados como Frankie Dunn, Red Stovall o Christinne Collins.

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Morgan Freeman, uno de los principales responsables a la hora de poner en píe este film, ya se había acercado anteriormente a Sudáfrica, en la única película que ha dirigido, Bopha! (1993), una irregular cinta, protagonizada por Danny Glover y Malcolm McDowell, que entre nosotros se estrenó directamente en video, y que sin tanto artificio y pompa, narraba de forma eficaz, un episodio que tenía lugar durante los primeros años del mandato de Mandela, y que sin resultar un trabajo especialmente conseguido, transmitía mucha más sinceridad y honestidad que este mamotreto de la gran industria. Freeman, después de un encuentro con John Carlin, autor del libro del que parte la película, fue quien convenció a Eastwood y a Damon para implicarse en el proyecto. Viejos amigos y colaboradores desde Sin perdón, tal vez el actor debería haber confiado la propuesta a un director más afín a las intenciones triunfalistas, que el viejo Clint.

Sería injusto, con todo, decir que Invictus es una película mediocre, pero desde luego es el trabajo menos relevante del último Clint Eastwood, quien fuera de otra consideración continua siendo uno de los autores más sugestivos e importantes del panorama contemporáneo estadounidense. Esperemos, pese a la presencia del inoperante Damon, de nuevo al frente del reparto, que el cineasta recupere el buen pulso, con Hereafter (2010), film que está rodando en estos momentos, y que nos demuestra una vez más que el viejo Harry está hecho un chaval!