La carretera

No future

Podría tratarse de un desvarío de viajero pero me pareció distinguir en los flashback de La carretera la guía de Nueva Zelanda de la Editorial Lonely Planet. No tendría esto ninguna importancia para la trama y el desarrollo de la cinta si esta colección de guías de viaje no se subtitulara Travel Survival Kit, es decir, Equipo de supervivencia de viaje. Viene ello a cuento por que el tema principal de La carretera vendría a ser, precisamente, la disyuntiva entre vivir y sobrevivir. Tras un cataclismo no explicitado en momento alguno (aunque permite intuir influencias del calentamiento global), todos los seres de la Tierra son arrojados a una más que posible extinción, a una lenta agonía, optando por el suicidio muchos de los humanos. Escalofriantes ecos de El incidente (The happening, M. Night Shyamalan, 2008) surgen en los ahorcados de La carretera, aunque aquí Hillcoat no tenga la capacidad visual del director citado. Si acaso, la opción tomada en La carretera es, precisamente, evitar el impacto que los cadáveres, sean fallecidos de inanición o por suicidio, podría generar. Hillcoat acumula, una escena tras otra, una desazón aun mayor, la de la cotidianeidad. Tal vez sería éste el destino de los protagonistas de la cinta de Shyamalan si éstos hubieran sobrevivido, aislados, al desastre. O, como sucede en la infravalorada, terrorífica y deprimente  La niebla de Stephen King (The mist, Frank Darabont, 2007), cinta, esta sí, con la que tiene abundantes puntos de contacto por lo que tiene de fuga de padre e hijo y presencia ominosa del suicidio como única vía de escape del Apocalipsis. La evolución a través de su país les revelaría, como es el caso del padre y el chico de La carretera (excelentes Viggo Mortensen y el novel Kodi Smit-Mc Phee), un mundo finalmente desolado dónde los cadáveres son ya parte usual de un paisaje devastado. El terror se impone no a través de la imagen sino del diálogo, en cada ocasión en que el padre recuerda, vehementemente, al hijo, cómo utilizar la pistola para poder suicidarse limpiamente.

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El terror de La carretera no viene pues determinado tanto por la presencia de caníbales. Pese a las (algo repetitivas) escenas de tensión vinculadas con grupos de supervivientes convertidos en antropófagos, el auténtico terror de la propuesta radica en la citada disyuntiva: vivir o sobrevivir. Sobrevivir implica una larga y penosa agonía en un mundo frío, amenazante y sin futuro aparente. Tal vez con improbable futuro. Vivir significa ansiar el mundo que se fue y que tal vez, probablemente, no vuelva nunca. Vivir significa aceptar el fracaso, sentir la culpa. En cierto modo, aquellos que quieren vivir dejan de hacerlo por que para la supervivencia hay que neutralizar todos  los sentimientos y los deseos más superficiales. Es lo que el padre, superviviente ya veterano, ha aprendido. Es lo que trata de inculcar a su hijo, consciente de que algún día ya no estará allí para protegerlo. Por ello Hillcoat se aleja del modelo de Shyamalan pero se aleja también del modelo de las clásicas películas de zombies como 28 días después (28 days after, Danny Boyle, 2002), cinta de la que podría inicialmente esperar alguna semejanza..

El horror que Hillcot busca, el horror que creó en su novela Cormac McCarthy, se basa más en acumular tensión que en acelerar el ritmo. Como en No es país para viejos (No country for old men, Ethan y Joel Coen, 2007), obra anterior de McCarthy, La carretera dibuja un horror abstracto, moral, que se encarnaba en el temible asesino en aquella ocasión y en el cataclismo en ésta. El horror no está tanto, pues, en el paisaje desolado, en las nubes que oscurecen todo el cielo hasta el horizonte o en la sempiterna capa de cenizas, todas ellas excelentes muestras de la fotografía de Javier Aguirresarobe, de los escenarios naturales (en el volcán San Helena, en el estado de Washington) o la sección FX. El horror está en la radicalidad con la que el padre ignora a los demás supervivientes. En su aislamiento, su miedo y su menosprecio hacia cualquier contacto humano. Aquello que le permite la supervivencia, también le impide toda posibilidad de volver a vivir. Es por ello que la determinación final del chico, más allá de un improbable final feliz, permita vislumbrar una débil posibilidad de cambio. Una mínima opción de encontrar un camino de regreso hacia la vida.