Una educación

Cierta educación (sentimental)

Lone Scherfig (Italiano para principiantes, 2000; Wilbur se quiere suicidar, 2002) cambia de registro y sustituye los excesos estéticos de los realismos cercanos al Dogma 95 y similares por una textura evocadoramente pop, para acercarse al territorio del melodrama retro de deje televisivo; operación paralela a la que ejercerá al abordar el tratamiento argumental, apartando discretamente a un lado todo aquello que de rugoso podría caber en el filme, que no es poco, apostando por una visión suavizada de los conflictos expuestos en la pantalla. Ese es el principal reproche que se le puede achacar a un filme, de cierto interés pero patente blandura, como An education, que recuerda en sus métodos a ciertas maniobras de la clase política para disparar a discreción sin pretender herir a nadie.

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Una jovencita, madura, atractiva, sensata y aplicada en sus estudios, Jenny (Carey Mulligan),  renuncia a su ordenado mundo —cuya meta, impulsada desde la cuna por un padre riguroso y sobreprotector, se sitúa en alcanzar una plaza universitaria en Oxford— en el momento en que conoce a David (Peter Sarsgaard), un maduro y simpático embaucador que se mueve como pez en el agua entre los oropeles de la alta sociedad londinense y que esconde bajo su piel de cordero una personalidad convulsa y propicia al engaño. El guión basado en las memorias de la periodista Lynn Barber, viene firmado por Nick Hornby, autor de reconocidos éxitos literarios como 31 canciones, o Alta Fidelidad —trasladada con éxito al terreno cinematográfico por Stephen Frears en la película del mismo nombre: Alta Fidelidad (High fidelity. Stephen Frears, 1999)—, clave a la hora de establecer el tono en el que se mueve el relato; generoso, como es de recibo en él, en referentes musicales (Juliette Greco; el simpático rechazo de la música culta: «Siempre tengo la impresión de acudir a mi propio funeral cuando escucho música clásica» dice uno de los personajes) y cultura popular, y que pese a  apuntar interesantes situaciones y conflictos dramáticos —el consciente abandono de una vida sacrificada a los estudios, por una educación vital basada en la experiencia; el ocultamiento y personalidad de David; el pantanoso terreno de la apariencia social— se pierde, sin embargo, en la blandura y maniqueísmo de gran parte de su exposición. Este tono conservador (y simpático, es cierto) característico de Hornby, se alía con la falta de interés real que demuestra Scherfig a la hora de profundizar en el material, haciendo a un lado las zonas más oscuras de su relato —la vida de engaño de David, su infantilización en la relación con el sexo opuesto; la decidida personalidad de Jenny… y llegados a este punto uno no puede dejar de pensar en Douglas Sirk y su destreza como doblegador de argumentos por medio el estilo— para ofrecer una visión amable y, hasta cierto punto, divertida del mismo trasladándonos la idea de que cada cosa pertenece a su tiempo (como cantaban The Byrds y proclama el Eclesiastés) y que las etapas de la vida están para sucederse sabiamente unas a otras sin necesidad de tomar atajos, so peligro de caer en las garras de la perversión y la lujuria.