Una historia auténtica en el estado del jardín
Cada año surgen una o dos películas a rescatar del olvido dentro del panorama cinematográfico, o mejor dicho: susceptibles de reivindicar, como mínimo, su presencia. Y esta comedia romántica-agridulce sobre la superación de la culpa y el amor como impulso hacia la madurez, pertenece por derecho propio a este grupo de joyas a descubrir, ya que pasó, injustamente, sin pena ni gloria por las salas comerciales de este país allá por el año 2004. La dirigió y protagonizó un tal director, productor, guionista y actor llamado Zach Braff —conocido internacionalmente por la sitcom Scrubs ()—. Y le acompaña Natalie Portman, que huelga presentar, por lo que sólo mencionaré su papel por el que se la dio a conocer, y con la que guarda bastantes semejanzas en temática y forma: Beautiful Girls (Ted Demme, 1996), por cuanto que en ambas sus protagonistas —sin adulterar— vuelven a su pueblo natal, donde cicatrizarán sus heridas más ocultas.
En un ejercicio de autocrítica de la difícil etapa que supone el paso de la adolescencia a la edad adulta, el director nos convoca a disfrutar de una historia personal y sincera sobre la superación de la culpa como paso previo para, y a través del amor, abrirse a la vida. El iconoclasta judío Zach Braff eligió para esta ocasión como compañera a la estupenda Natalie Portman, que dota a su personaje de autenticidad y da a la historia un toque de frescura. Su personaje es genuino, pasional, inteligente y transgresor, y la relación entre ellos resulta sorprendente y veraz. Por su parte, el protagonista, como si de un joven Woody Allen se tratara, adolece de ciertos comportamientos allenianos, y padece en sus carnes el pesar de la tradición judía, los traumas familiares, los cuestionamientos filosóficos y la pasión por lo femenino y el amor.
Acompaña a la pareja protagonista el padre de Zach Braff, un Ian Holm traumatizado por la muerte de su esposa y por su incapacidad de perdonar a su hijo por el accidente. Este trauma no superado por ambos es lo que les separa, no ya sólo entre ellos, sino ante la vida en general; herida ésta que el joven protagonista superará al descubrir el amor. Y, apoyándose en él, descubrir la posibilidad de ser amado por alguien y, como conclusión, la de ser aceptado por sí mismo: tras perdonarse por un error, un terrible error, que no por su trascendencia debe tratarse de culpabilidad.
Con un humor espontáneo y corrosivo, nos imbuimos, pues, en esta historia de iniciación al amor pasional, pero también al amor a uno mismo a través de la aceptación de los errores, y de la superación de las terapias a través del amor: la única terapia posible contra la infelicidad. A destacar una Natalie Portman en estado de gracia, una actriz que llena de naturalidad sus personajes y que su presencia garantiza, como mínimo, cierta calidad en el proyecto. De hecho, en la actualidad, podemos disfrutar de su presencia en la nueva película de Jim Sheridan, Brothers (2010), donde salva a un remake apocado sobre dos hermanos opuestos y ayuda a convertirla en, cuando menos, interesante.
Bebe del mejor cine independiente, para una historia sin pretensiones, pero que, a pesar de su tono desenfadado, es inteligente, genuina, divertida y que no dejará indiferente a nadie. Una historia auténtica, un amor verdadero, una verdadera delicia.