Cine invisible
Como no se cansa de repetir el maestro Miguel Marías, son pocos, muy pocos, incluso en el seno de publicaciones especializadas como Miradas de Cine, los espíritus críticos calificables de verdaderamente visionarios; aquellos capaces de sortear en cada generación los dictados del marketing y el esnobismo social para rescatar de la invisibilidad el cine que ennoblece nuestra condición de ensayistas y hasta de simples espectadores. Pero hay una prueba infalible que los distingue: mentad como de pasada en los cenáculos del gremio ciertas muestras de audiovisual indomable, y observad las reacciones de vuestros contertulios; noventa y nueve de cada cien se refocilarán en su ignorancia, en su menosprecio, en una afectación culterana de obtusas fronteras fiscalizadas por Pedro Almodóvar, Manoel de Oliveira, Nobuhiro Suwa y Charles Burnett. Solo uno, dos a lo sumo de entre semejante ralea de ciegos voluntarios, serán capaces de dar un paso al frente y desvelar su condición instantánea de hermanos vuestros de sangre, de happy few a recordar desde ese día y hasta el fin del mundo con copas rebosantes de néctar, al sollozar con gozo extático: «¡Colega, yo también me lo pasé de puta madre viendo Venganza!».
Resulta difícil analizar de manera más inspirada la segunda película del francés Pierre Morel, cuyo paso fantasmal por los cines españoles y tremendo éxito en los norteamericanos evidenció una vez más la lamentable afasia cultural que reina por estos lares: Venganza (Taken. 2008) actualizaba el subgénero de justicieros urbanos que hizo furor hace tres y cuatro décadas —por no hablar de sus concomitancias directas con la extraordinaria Commando (íd. Mark Lester, 1985)— con un perspicaz talante globalizador influido a partes iguales por el mecenazgo desprejuiciado de Luc Besson, los modos hiperquinéticos de Paul Bourne Greengrass y 24 (íd. Robert Cochran y Joel Surnow, 2001-2010), y la dinámica de los shooters en tercera persona. El resultado, un guilty pleasure de enajenada incorrección política que daba alas a lo más sugerente del público en términos de violencia, misoginia, xenofobia, resentimiento de clase y pulsiones incestuosas. Un modelo de catarsis fílmica que no hemos dudado en recomendar más de una vez a los numerosos afectados mentalmente por las realizaciones de Isabel Coixet y Wes Anderson.
Desde París con amor es una apuesta ambiciosa —y quizás oportunista— de Morel y Besson por lo bigger, stronger, faster que se salda sin tanto acierto: en Venganza, un agente retirado de la CIA (Liam Neeson) hacía por su cuenta en París lo posible y lo imposible por encontrar a su hija antes de que fuese víctima de la trata de blancas. En esta ocasión, un auxiliar de embajada (Jonathan Rhys Meyers) y un agente en activo de la Central de Inteligencia (John Travolta) tienen cuarenta y ocho horas para abortar un ataque terrorista, también en la capital francesa. El registro de buddy movie o videojuego cooperativo y la institucionalización de la intriga, ponen trabas al brío hipnótico que caracterizaba el anterior film de Morel, sin que a cambio se aprecie un plus de mínima sofisticación dramática. Venganza era estúpida, pero la subjetividad primaria que impregnaba la acción llegaba a justificarlo. Desde París con amor hace ostentación de su estupidez con un cinismo extradiegético en el que resuenan ecos de los actioners más irritantes escritos en los noventa por Shane Black o Steven E. de Souza.
Aun así, es imposible no disfrutar de algunas réplicas gamberras a cargo de Travolta, de gags tan bien orquestados como el de la lluvia de cadáveres en la escalera de caracol o el chaleco explosivo arrojado contra un vehículo, y del hacer crispado de Morel no ya en las escenas de tiroteos y persecuciones, sino en la de una cena donde se desvelará que nada ni nadie es lo que parece (reminiscente asimismo de Venganza). Y atención a ese último aspecto: si el film interpretado por Neeson albergaba una requisitoria aviesa contra la paranoia y arbitrariedad con que Estados Unidos gestionó su política exterior durante la presidencia de George W. Bush, la pareja protagonista de Desde París con amor simboliza a las claras la esquizofrenia entre diplomacia y belicosidad que aqueja a la administración Obama, materializada en esa partida final de ajedrez jugada pistolas en mano.
Aunque los estadounidenses no son los únicos sometidos a escrutinio. Como ya sucedía en Venganza y su carpenteriana ópera prima, Distrito 13 (Banlieue 13. 2004), la mirada que Pierre Morel deposita sobre la Francia del siglo XXI y algunas de sus incógnitas —crimen organizado, islamismo, marginación suburbial, inmigrantes ilegales— manifiesta una atrevida heterodoxia que brilla por su ausencia en las obras de directores tan reputados como Abdellatif Kechiche. A la postre, una zafia película de género como es Desde París con amor tiene el potencial de suscitar, entre quienes no la hayan declarado cine invisible con la intolerancia que propician las anteojeras, especulaciones nada desdeñables en torno a las sinergias creativas e industriales del cine popular, y sus interconexiones con nuestro presente.
Felicidades por la crítica, Diego. Maravillosa, as always.
Ya sabes, además, que yo fui uno de los que defendió «Venganza» en su momento (la prueba está impresa en «Dirigido», je je je)!!!
Es que «Venganza» es un peliculón, y tu texto una maravilla, Diego. Pura dinamita crítica!!!
Saludos
Hola
Me interesa esta web y me alegré en su momento de la novedad de los comentarios, pero para mi sorpresa (o no tanto) lo habéis convertido (sobre todo los que firmáis por aquí) en un foro privado para echaros flores sin ton ni son… Seré algo menos evidente, creo, diciendo que esta es una crítica apresurada y tramposa, en un sentido no necesariamente negativo.
Saludos.
J.H., un lector más (o menos)
Apresurado me parece tu juicio sobre nuestros comentarios.
Para llevar la contraria a J.H. y para demostrar que no sólo nos tiramos flores entre los que escribimos aquí, diré que, para escribir una crítica no hace falta denostar o ridiculizar a aquellos que disfrutamos con el cine de Nobuhiro Suwa o Wes Anderson, aunque sólo sea para provocar. La pose del cinéfilo que rechaza por sistema las películas supuestamente comerciales no debe presuponerse, ya que somos muchos los que alternamos entre guilty pleasures y obras de lo que antes se denominaba arte y ensayo. Aclarado este punto diré que esta película me parece un engendro indefendible, sin pies ni cabeza (ni falta que hace, parece decir Diego en su crítica), cuyas gamberradas no me hacen la más mínima gracia. Amén.
Hola.
Creo que debajo de la crítica presente, subyacen varias ideas interesantes.
Una de ellas, creo entrever, es que el autor saca a la palestra un tema que a todo crítico debiera preocupar y, que, cuanto más se encumbre en su profesión más debiera tener en cuenta: ¿cuánto de lo que ve es realmente Cine? ¿cuánto es lo que el exterior pretende que él vea como Cine?
¿Es posible mantener la objetividad siempre? ¿Se ciega el crítico ante lo que puede ser cine comercial hasta el punto de dejar de verlo? ¿Quién define lo que es Cine y quién define lo que es cine?
¿Es posible que la evolución de un crítico hacia Cines más puros le haga perder lo bueno que pudiera haber en otros cines que desde un principio son catalogados como 'de este tipo' o 'de este otro tipo'?.
En el caso que se trata no parece que el autor abogue por considerar lo visto como una obra maestra, ya que definirla como 'zafia película de género' sienta directamente las bases sobre lo que estamos comentado.
Es más una curiosidad antropológica sobre lo que se está haciendo más allá del universo del Cine de salas de escaso aforo. ¿Puedo sacar algo en claro de esta película? ¿Me señala algo que está pasando en nuestra sociedad, en el propio cine? ¿Me interesa saberlo aunque el medio no sea el más puro CINE?
Me cupo la duda de saber si el autor realmente denostaba un tanto brutalmente a un tipo de críticos (¿quedando él por encima?), pero, ahí está su frase “¡Colega, yo también me lo pasé de puta madre viendo Venganza!”.
Finalmente, me pregunto qué le pasa a Travolta que tiende a papeles tan demenciales. O es su paso previo al motel de carretera y la desaparición, o sus creencias en la Cienciología.
Gracias y un saludo,
Kipling.
JAMÁS se debe hablar mal de Shane Black!…
Sólo basta recordar que Shane Black escribió y dirigió «Kiss Kiss Bang Bang» que es una obra maestra suprema y de mayor calidad que la trilogía de «El Señor de los Anillos» junta.