Alicia en los baños
Si Steven Spielberg abordó sin piedad a Peter Pan en Hook, el capitán Garfio (Hook, 1991) transformando al niño eterno en un débil mental, la operación de Tim Burton en Alicia en el país de las maravillas (Alice in wonderland, 2010) no ha ido mucho más allá del cruce entre las imágenes de un autor limitado al tópico y las de publicidad de perfumes.
Hacen falta más que imágenes bonitas y referencias fáciles para recrear un clásico. La fidelidad, ya se sabe, es mala consejera para las adaptaciones y para las revisiones. Por ello hay que buscar la mejor Alicia en El viaje de Chihiro, la cinta más libre y a la vez la más fiel de todas las que se han desarrollado sobre el personaje de Lewis Carroll. La historia de la niña que llega con sus padres a un abandonado parque temático dónde los progenitores se transforman en cerdos y ella se ve abocada a trabajar en un insólito balneario fantasma para dioses es la película que se aproxima más a la obra de Carroll. A semejanza de la obra original, Chihiro llega a este peculiar país de las maravillas no a través del espejo o de la madriguera de un conejo sino atravesando un túnel y, también para integrarse en ella, le es preciso comer una galleta. Asimismo Chihiro deberá enfrentarse a las maquinaciones de Yubaba, la bruja que gobierna despóticamente este mundo y que está enfrentada a su hermana gemela, Zemira, ambas trasunto de las reinas locas de Carroll. No hay otras similitudes argumentales con la obra original y Miyazaki recurre a la imaginería y tradiciones japonesas para ambientar la historia. Sin embargo, el tono de irracionalidad y de lógica ilógica son totalmente coherentes con el sentido que el escritor inglés dio a su clásico. Así Chihiro sólo podrá quedarse si consigue trabajo de Kamaji, un hombre araña (nada que ver con el equivalente Márvel) encargado de las calderas y luego será aceptada por Yubaba como encargada de la limpieza de las bañeras. A partir de ese momento, todo es posible.
El viaje de Chihiro es una de las cumbres de Hayao Miyazaki y el Estudio Ghibli. La riqueza de sus imágenes va pareja a la calidad de las mismas. El argumento envuelve progresivamente a la niña protagonista en un mundo absolutamente surreal Sapos y babosas se alternan con humanos en el servicio a dioses y fantasmas, motas de hollín cargan el carbón para las calderas, la bruja tiene un bebe gigante (que chantajea a todos por no llorar) y tres cabezas trillizas sin cuerpo que saltan de uno a otro lado, los dioses que vienen al balneario presentan las formas más diversas…. Pero, simultáneamente, Miyazaki da un vigor y una textura a los personajes y decorados que otorgan la grandeza a la película. Del diseño de decorados y paisajes al de personajes. La progresiva iluminación rojiza del balneario al anochecer o los verdes campos transformados en un lago surcado de noche por un tren fantasma, los deslumbrantes desfiles de dioses y siervos o la evolución del dios pestilente (formado de mierda y barro y finalmente revelado un magnificente dios del río) son auténticas cumbres no sólo del Anime o del cine de animación sino del cine en general.
La valentía de Chihiro, embarcada en la salvación de sus padres y en la de Haku, el niño–dragón, se materializa en el misterioso viaje en el tren, acompañada del Sin rostro, al que ella también defiende pese a su actitud agresiva. Es el mensaje positivo que Miyazaki transmite también en cintas como Nausicaa, del valle del viento (Kaze no tani no Naushika, Hayao Miyazaki, 1984), El castillo ambulante (Hauru no ugoku shiro, 2004) o Ponyo en el acantilado (Gake no ue no Ponyo, 2008), obras de heroínas íntegras y perseverantes que ayudan a sus amigos en las circunstancias más adversas, defendiendo la ecología y la cohabitación entre seres de diversas especies. Un mensaje, un estilo, que ya ha adoptado Pixar y que se merece mucha mayor atención por parte de todos los espectadores. Posiblemente lo consigamos en este siglo XXI.