La inocencia perdida
Basado en el best-seller de Dennis Lehane (autor de la última cinta de Martin Scorsese, Shutter Island, 2010), este drama policíaco de factura impecable, transforma la novela en un drama intenso y trágico sobre la pérdida de la inocencia de tres niños (Tim Robbins-Dave Boyle, Sean Penn-Jimmy Markum y Kevin Bacon-Sean Devaine) en un barrio de Boston, tras un hecho atroz como es una violación. Aunque sólo fue violado uno de ellos, todos fueron tocados de alguna forma por este hecho, y sus vidas quedarán marcadas por este accidente. Sin lugar a dudas, Dave (Tim Robbins) es el más afectado por cuanto fue en él en el que incidieron estos dos indeseables violadores, que le han convertido en un ser frustrado, débil y trastornado; pero sus dos amigos de alguna forma también ven sus vidas afectadas por ello: Jimmy Markum (Sean Penn) es un gánster ex convicto al que acaban de asesinar a su hija y que presenta una estética, que no carácter, similar a El clan de los irlandeses (State of Grace. Phil Joanou, 1991). Y Sean Devaine es un policía que lleva el caso en el que están implicados los otros dos amigos (uno es el padre de la chica asesinada, el otro el principal sospechoso) pero él es una persona extremadamente racional y fría y se va a mantener al margen de cualquier emoción derivada del caso.
A pesar de su argumento, no nos encontramos ante un relato sobre las consecuencias trágicas de unos niños inocentes ultrajados por el sello de la violación a su infancia; va más allá, y nos acerca hacia una tragedia clásica en la que vemos predecir el final, sin que podamos hacer nada para evitarlo. Con un elenco impresionante, que les acompañan Marcia Gay Harden (que da vida a la mujer de Dave que, como él, es una mujer débil y desconfiada, hasta tal punto que desconfía de su propio esposo), Lawrence Fishburne, Laura Linney y Eli Wallach, estamos ante una película que habla sobre la casualidad y sobre la presunción de inocencia, y nos interroga sobre si existe la posibilidad de superar algo tan terrible como la muerte de una hija.
Este drama eastwoodiano no se recrea en el exceso de drama visual ni lacrimógeno, al estilo de Sleepers (ídem. Barry Levinson, 1996), sino que le importa más la definición psicológica de los personajes, y la incidencia en la importancia social de la niñez, como transmisora de los valores de sus progenitores. A Eastwood lo que le preocupa es resaltar cómo las sociedades modernas están construyendo y creando unos seres infantiles nada infantiles, sino violentos, bien por soportar las malas acciones de sus padres o convivir con ellas, bien por ser víctimas de ellas. No seré yo quien delate antes de tiempo al culpable de esta película, al que mató a la hija de Jimmy, pero sólo diré que las apariencias engañan, y que no siempre la víctima se convierte en verdugo, sino que puede perpetuarse como víctima indefinidamente, como si estuviese impregnado de mala estrella. Estas personas nacen estrelladas o son víctimas de todos los que están a su alrededor por la propia vergüenza que sienten de ser víctimas, que les debilitan y, por ende, provocan la desconfianza alrededor suyo: y ésta es la peor suerte y el verdadero drama que puede soportar un hombre, la de ser receloso y producir difidencia a sus allegados, más allá de su inocencia o culpabilidad.
Clint Eastwood juega con el espectador hasta el desenlace, aplastante por lo terrorífico de lo desvelado: que la ignominia pueda invadir el alma de un ser, que por sus circunstancias debería predominar la candidez, y nos fuerza a verificar nuestros propios prejuicios. Clint Eastwood nos insta, en este drama de factura impecable (tanto a nivel actoral, como de ritmo y argumental), a analizar lo irresoluble, el problema del mal (hay que apostillar que Clint Eastwood es un creyente dubitativo con continuas crisis de fe). Porque, ¿qué explicación tiene el mal?, ¿Qué tienen dentro de sus entrañas los que hacen el mal? La historia de la filosofía está repleta de ilustres pensadores intentando dar respuesta a esta pregunta sin conseguirlo, por supuesto Eastwood tampoco la tiene. No hay respuesta: El mal sólo existe, sin ningún por qué, y eso es lo verdaderamente escabroso.
State of grace es de 1990 no 1991.