El castillo de la pureza
Jean Jacques Rousseau defendía en su excelso tratado Emilio, o de la educación, que el individuo puede conservar su bondad natural pese a participar en una sociedad eminentemente corrupta. Tal vez la afirmación sostenida por el ilustrado, en la que sin ninguna duda es su obra más importante, resulte en exceso ingenua en pleno siglo XXI. Al menos eso es lo que parece pensar El padre que, con la complicidad de su esposa, ha mantenido encerrados durante toda su vida a sus tres hijos. Nunca llegaremos a conocer la verdadera razón de la reclusión. Tan sólo en una ocasión cuando castigue brutalmente, por haber infringido gravemente las normas, que tajantemente condenan cualquier contacto con el exterior, a la joven Christina, quien durante cierto tiempo ha sido amante del hijo varón, El padre apenas hará referencia en una frase a una abstracta abyección de la sociedad contemporánea. Pero no nos equivoquemos. Tan sólo es una frase. Es la abstracción y el desconocimiento los que construyen e impulsan un cautiverio que quizá no tenga una verdadera razón de ser y del que los propios prisioneros no tienen constancia. Las justificaciones no existen o al menos no tienen importancia. No son de orden moral o religioso. Ni siquiera nos parecen una ruptura desesperada como la que abrazaba la familia de El séptimo continente (Der siebente Kontinent, Michael Haneke, 1989) y que estaba abocada al suicidio como única vía de escape. La familia que protagoniza el film de Giorgos Lanthinos se mueve a partir de la imprecisión, de lo desconocido, y es en este punto donde encuentra sus elementos más interesantes. El espectador apenas tiene unos pocos apuntes para tratar de contextualizar y/o comprender a los protagonistas. Por este motivo, es una lástima, que el realizador no vaya aún más lejos, llevando la narración hasta un paroxismo absurdo, que sitúe indefectiblemente al espectador en esa misma tierra de nadie en la que habitan los personajes.
Al contrario que cineastas como Haneke o Fassbinder, Lanthinos evita con la utilización de un particular y estrafalario humor, próximo al surrealismo, que su mirada se deslice totalmente hasta la desesperanza. Por eso pese a la eminente tristeza y pesimismo que cubre el relato, el divertido patetismo que surge de diferentes situaciones (recordemos, por ejemplo, el momento en que El padre, se dispone a pescar unos peces en su piscina, equipado con material de submarinismo) le da una sugestiva complejidad y sobre todo perspectiva. El realizador maneja notablemente el tempo y la atmosfera, alternando a la perfección secuencias más crudas con otras mucho más emotivas o inclusive ingenuas. Por encima de todo, surge de cada plano una singular poesía, que parece alimentarse del patetismo, y que concluye en situaciones tan hermosas como la caída del avión en el jardín.
Kaspar Hauser creció en cautiverio, totalmente aislado, durante dieciséis años. Devuelto a la sociedad, infinidad de pedagogos intentaron enseñarle a hablar, a leer. Trataron de hacer de él, en definitiva, un individuo social. El enigma que rodea su muerte no deja de ser una suerte de trágica constatación de la imposibilidad del muchacho por adaptarse a su nuevo yo. El final abierto de Canino parece discurrir en paralelo a la trágica desaparición del muchacho del siglo XIX.
Pese a haber vivido encerrados durante toda su vida, al contrario que Kaspar Hauser, los tres jóvenes griegos han sido educados. Si bien, esta formación parte del propio aislamiento y del espacio que supone su mundo. El vocabulario puede subvertirse, los conceptos morales y/o éticos son alterados (el incesto, sin ir más lejos, no resulta en absoluto anómalo). Estos muchachos son por momentos indefensos niños o viscerales sujetos cargados de incomprensible agresividad.
La película de Lanthimos, formalmente muy hermosa, es, en conclusión, uno de los títulos más transgresores, e incluso abiertos, de los últimos tiempos. Saludada con énfasis en los pasados festivales de Cannes y Sitges, en el que se situaba como una de las favoritas para alzarse con el triunfo, Canino, nos descubre en su director a uno de los nombres propios para tener en cuenta en el nuevo cine europeo, y nos recuerda que el cine griego está vivo y que va mucho más allá de las majestuosas propuestas de Angelopoulos. Ya sólo falta que los distribuidores se enteren.
Coincido con lo de Rosseau, pese a la sociedad el individuo puede ser participe o no. Desconocía la historia real de Kaspar Hauser, investigaré. Sobre Canino, solo puedo decir que me alegra que exista, y la apuesta de avalon por traerla 🙂
Aquí una reseña que hice: http://www.underbrain.com/cine/canino/